Ponte en tu propia piel. Estás ahí con tu grupeta, tu peña ciclista, tu club, tu tropa, y cogéis a un grupo, o no, os cogen por detrás, da igual, y vais al mismo sitio, al mismo bar, seguro, y algo pasa que se calienta la cosa, y entonces te encuentras en un terreno pestoso, sube y baja, un puertecín aquí, una subida constante, y se da un palo, otro, y acabas con dos morlacos delante. Tu tropa detrás, pues que se vayan, piensan, os dejan ir, pero claro, ahora tú estás ahí y el honor y esas cosas, la comidilla. Total, que quieres reventarlos. Pero los miras y te sientes pequeño, porque uno tiene unos gemelos como unas placas solares, y al otro se le ve una clase que asusta. Entonces dices, pues nada, a jugármela.
Eres el pollo de los tres y lo sabes. Mattéo Vercher lo sabía, pero también debía pensar, más su equipo Total Energies que él, porque le iría la cabeza a mil por hora, que si estaba en esa batalla a 20 de meta, después de toda la tralla del día, por algo sería. Es decir, en una jornada en la que se da una fuga de más de 30 ciclistas, dándose guerra de inicio, con el pelotón de los favoritos dejando hacer y sin ganas de batalla porque quedan tres días de aúpa, los fuertes del día estaban delante. Así es que allí, con equipos doblemente o triplemente representados, con una guerra de guerrillas constante, quedarse entre los tres de cabeza era de mérito.
De desmérito, que no estuviera ahí, en la fuga de la fuga, Van Aert, que el pobre tira más de cabeza que de piernas, y tampoco alguno de los Movistars -barriendo para casa, mil disculpas-, pero es que hoy esto era una lotería y cuestión de piernas, que duelen ya y mucho. Además, un apunte, porque hablamos mucho de que Lazkano o Aranburu han estado en muchas batallas y sin premio, pero es que hay que estar y no es moco de pavo. Y pasan los días, y siguen luchándolo. Bravo.
Pero volvamos a Vercher, que se iba a sus veintipocos años a ver si cazaba esa etapa en el Tour que es el sueño de cualquier ciclista en ciernes, pero tenía delante, no lo hemos dicho pero ahora va, a un tal Kwiatkowski y un tal Campenaerts. En fin: empresa difícil. Pero Vercher, al cual desde el coche le dijeron -le gritaron- que confiara en sí mismo, se lanzó a por ello con un ataque al que salió Kwiato, con Campenaerts soldado, y aun en el sprint final, a rueda del polaco, el francés se revolvió en cuanto asomó, desde detrás, el zorro belga. Victoria para el de los gemelos, segundo puesto para el chaval valeroso y tercer lugar para el excampeón del mundo, al que las piernas le dijeron, al intentar abrir gas, tralarí, tralará.
Y luego las lágrimas. Las del ganador, merecido, de verdad, porque lo que rema Campenaerts es para que tenga una etapa en el Tour, y encima con videollamada en meta con su mujer y su hija o hijo, bien peque, y dale a la emoción del Papanaerts feliz y la familia feliz y kleenex para todos. Y las lágrimas de Vercher, que vio pasar un tren de los que pasan una vez en la vida si no tienes los parámetros de un grande, pero que, oye, qué bonito y qué satisfactorio y cómo valorará esta segunda plaza en el Tour cuando salga con su tropa a rodar un día, o en carrera, eh, a saber, les coja un grupo por detrás o cojan ellos a uno por delante, da igual, y entonces se vea delante solo con otros dos, y entonces se diga, esta es la mía. Y lo será.
Viva el Tour.