1992, el año en que la Vuelta homenajeó a Francia

Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21

Uno de los principales achaques que suele afrontar la Vuelta es la ausencia de etapas que encadenen puertos demoledores. Bien es cierto que la orografía no ayuda pero, por añadidura, tampoco se ha explorado, suficientemente, algunas posibilidades que, por motivos obvios, exceden el contenido del presente.

Una de las ocasiones en las que, al igual que este año, la Vuelta se paseó por cimas más propias del vecino Tour de Francia, fue en el año 1992, el año de los Juegos Olímpicos de Barcelona, la Exposición Universal de Sevilla y que sirvió para ofrecer al mundo la versión más “europea” y moderna de nuestro país.

La ronda ciclista española, que partía de Jerez de la Frontera y tenía fin en la capital del Reino, se disputó entre el 27 de abril y el 17 de mayo, pero, de un modo más que patente, contaba con una fecha marcada por encima de todas, las del martes de 5 de mayo. Los corredores venían de disputar una crono entre las Alquerías del Niño Perdido y Oropesa (que se adjudicó Breukink) y una dura etapa de montaña con final en Pla de Beret, que venció el vasco Jon Unzaga.

Sin embargo, aquel 5 de mayo depararía una historia especial, ineludible. Sobre un total de 144 kilómetros, y uniendo Viella y Luz Ardiden, el pelotón se veía obligado a franquear tres puertos de primera (Portillon, Peyresourde y Aspin) y dos de categoría especial (Tourmalet y Luz Ardiden), en un recorrido cuya única mención atemoriza a los ciclistas y hace las delicias de los aficionados.

Delgado, Montoya y Rominger

Delgado, Montoya y Rominger

Para terminar de apuntalar la heroicidad y el carácter épico de la jornada, el tiempo deparó una de esas tardes frías y con niebla espesa que dificultó, especialmente, el ascenso de los corredores por las rampas del Tourmalet y el final de Luz Ardiden (ya había llovido en el Portillon). Todos los factores se alinearon para construir una página de ciclismo que nadie podría borrar jamás de su memoria. Desde el inicio hubo desgaste porque los escaladores buscaban los puntos en las primeras cimas (Portillon, antes del kilómetro 20, que encadenaba su descenso con la subida del Peyresourde, que se coronaba poco después del kilómetro 40, y que daba paso, tras un prolongado descenso a las primeras estribaciones del Aspin), aunque el primer ataque de envergadura se produjo en el Tourmalet.

No obstante, la noticia en carrera se había dado en el ascenso al Aspin. El catalán Melcior Mauri, que defendió su trono conquistado el año anterior, cedía del grupo de favoritos (fue un día de auténtica miseria para el bueno de Melcior, que perdería en Luz Ardiden más de 33 minutos respecto del vencedor final).

Como decíamos, los principales gallos de la carrera (Delgado, Rominger, el líder Montoya, Echave, Parra y Giovanetti) llegaron juntos al inicio del Tourmalet y allí fue donde el Seguros Amaya decidió mover la carrera. Fue el bejarano Laudelino Cubino el que demarró con fuerza y consiguió que hombres de la envergadura de Roche, Zulle, Theunisse, Bruyneel, Alcalá o Herrera tuvieran que descolgarse del grupo cabecero.

Gran parte de esos corredores estaban diciendo adiós a sus aspiraciones para la general final, puesto que las distancias al coronar el Tourmalet, a algo menos de 40 kilómetros de meta, se cifraban varios minutos. Y aún quedaba el devastador esfuerzo de Luz Ardiden.

Lale había pasado por la cima del Tourmalet con una distancia de casi un minuto y medio con el grupo de Delgado y las alarmas se encendían, ya que la estrategia del Amaya podía surtir efectos, salvo que los líderes, en primera persona, tomará la disposición de perseguir en Luz Ardiden.

Perico tirando

Perico tirando

Y así ocurrió. Perico, cuyo equipo había trabajado previamente y no le pudo acompañar ni en Tourmalet, ni en Luz Ardiden, se puso el mono de faena y tomó el mando de las operaciones, guiando el ritmo, sin descanso, tras la estela de Cubino. A su rueda, soldado como una lapa, el suizo Rominger (que finalmente sería el vencedor de la Vuelta), acompañado por su compañero Echave, el líder y su valedor en la montaña, el colombiano Fabio Parra y el suizo Giovanetti.

Y, mientras Cubino, continuaba ascendiendo, con las fuerzas mermadas y sufriendo para que los de atrás no le dieran caza, Rominger, demostrando que estaba fortísimo lanzó un poderoso ataque nadie pudo seguir. Delgado acusaba el tremendo esfuerzo previamente observado y los de Amaya contemporizaban para que Montoya pudiera salir de la emboscada con el maillot amarillo. Nadie esperaba que Rominger, un hombre conocido por sus prestaciones en la crono pero no, hasta ese momento, en las grandes cumbres, fuera a escenificar esa demostración, que sorprendía a propios y extraños.

Cubino, que ya había ganado en Luz Ardiden, en concreto en el Tour de 1988, repitió su hazaña, y elevó los brazos en la línea de meta, con una diferencia de 19 segundos con Rominger. La etapa había hecho estragos y los favoritos llegaban como buenamente podían. El líder, solo, a 1 minuto y 22 segundos. Casi veinte segundos más tarde lo haría Echave que sacaba dos segundos a un terceto compuesto por Parra, Giovanetti y Delgado.

Perico y Rominger

Perico y Rominger

El primero de los mortales, el escocés Robert Millar, se presentó a 5 minutos y 7 segundos. El irlandés Roche se dejó más de 7 minutos. Además del abandono de Verbeken, Hermans y Wijnants, se despedía otro ilustre de la ONCE, Anselmo Fuerte. Fue una carnicería extrema.

La Vuelta se decidió en la crono disputada el viernes antes del final en Fuenlabrada. Rominger, mucho más especialista, se llevó la etapa y arrebató el maillot amarillo a Jesús Montoya que, sin embargo, pudo aguantar la segunda plaza. Delgado les acompañaría en el pódium final de Madrid, después de que el colombiano Óscar de Jesús Vargas se impusiera en la tradicional etapa por la sierra madrileña.

Rominger inició, con esta victoria, un reinado en la Vuelta que perduró, de manera indiscutible, hasta 1994 inclusive. En 1995, el hombre nacido en Vejle (Dinamarca), no participó en la Vuelta y destinó sus esfuerzos a hacerse con la maglia rosa. Por el camino, había puesto en aprietos a Induráin en el Tour cosechando una más que meritoria segunda posición en la edición de 1993.

En 1995, la Vuelta volvería a hollar Luz Ardiden, en una etapa en la que el francés Laurent Jalabert, venció y consolidó un liderato que nadie le pudo arrebatar.

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