2ª Tour Francia: Más amor que desamor

Pogacar y Vingegaard en el Tour’24 © UAE

Rafa Mora / Ciclo 21

En esto del ciclismo uno se puede enamorar cada diez segundos y rompérsele el corazón al minuto. Entiéndase que hablo, en proporción, más de amor que de desamor, pero al caso ambas sensaciones se juntan, una más a menudo que la otra, afortunadamente. Es lo que nos pasa en la vida. Yo me enamoro de un Pogacar y un Vingegaard cuando ambos lanzan y recogen el guante. Es decir, que el danés prepara el batallón en la primera subida a San Luca y en la segunda el esloveno pone a los suyos al mando. Y cuando toca lanzar el obús -porque eso es un obús, oigan-, uno sale y el otro responde. Me sigue gustando que coronen juntos -uno delante, Tadej, otro a rueda, Jonas- y que, a golpe de codo o invitación a la ayuda, uno se alinee con el otro.

Luego están las visiones más profundas, como analizar bien esa última bajada lanzada, seria, convencida, liderada por Pogacar, y un pelín más conservadora, reticente, dubitativa, de un Vingegaard que solo pasaba al relevo cuando el pequeño príncipe se lo pedía. Hum… Eso es lo que no me gusta tanto. Acuérdense, en cualquier caso, que en esto del ciclismo ya he dicho que me enamoro más que lo contrario.

Lo que queda clarinete es que el Tour se presenta absolutamente maravilloso. Obscenamente interesante. La pena, si la hay, porque siempre hay alguien que la ve o cuando no la busca, es que tal vez sea una batalla exclusivamente de dos. Quién sabe lo que vendrá, pero hoy el bueno de Roglic no ha enseñado la patita, y Remco, que ha conectado con los dos favoritos con una demostración de clase, no sabemos aún cómo responderá cuando le caigan encima como losas los kilómetros de alta montaña. Porque el Tour no es la Vuelta, con perdón, y aquí un día malo es una fosa bien honda. Y Remco sabe de lo que hablamos.

En todo esto, el mar de fondo: Italia. Qué lujazo poder tener un país que vive el ciclismo de esta manera, que se le presenta cada año su Giro y aquello es una locura, pero que va el Tour a visitarles y no hay quien deje una losa de acera o cuneta libre para animar hasta al mismísimo francés, hoy el Arkea Kévin Vauquelin -dos de dos para los de casa-, que se lleva el gato al agua aprovechando, como ayer, un buen trabajo de equipo, o de dupla de equipo, si quieren, con un Cristian Rodríguez generosísimo. En esta etapa en territorio del Giro dell’Emilia, justo donde Roglic, qué cosas, ganó el año pasado a todos los de hoy con un derroche de potencia, se ha visto esa típica subida corta, explosiva, a poco de meta, y además con dos pasos en un circuito excelso, en la que se ve el ciclismo que enamora: un lugar en el que un amante de este deporte hubiera querido estar. En ese ambiente, en ese día, en esa etapa, en ese momento.

Viva el Tour.

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