Tras 30 años de un récord -que batió en dos ocasiones- que hizo historia, habla Francesco Moser: “Había mucho escepticismo a mi alrededor. ¿La autotransfusión? No la hice”.
Francesco Moser se encuentra en su masía sobre Trento, entre viñedos y manzanos, arreglando la carretera con la fuerza de sus brazos. Atiende a sus invitados el sábado para celebrar su hora. Una hora que dura desde hace treinta años.
-Moser, ¿Cuándo nace esa hora?
“Es una idea fija de Paolo Sorbini, el fundador de Enervit, que cultiva el amor por el desafío. El récord de la hora para mí, le parecen como los Ocho mil para Reinhold Messner. En el verano de 1983 hicimos una reunión en mi casa con los del Gis, mi equipo, y los de Equipe Enervit, mi otro nuevo equipo”.
-¿Preparados, ya?
“No. Preparados, veamos. En septiembre unas pruebas en la pista de Ferrara, al abierto y sobre cemento, después sobre la de Forlí, ídem. Allí, con una goma elástica, me fijan una máquina alrededor del tórax. Lo llaman pulsómetro. Nunca lo he visto antes. Me quedo fascinado: una especie de cuenta vueltas que evalúa mi motor en base a empeño y velocidad”.
-¿Resultado?
“Se puede hacer. Tengo 32 años y medio, voy bien contrarreloj, me gusta el proyecto de grupo: el especialista de la bici, el especialista en entrenamiento, el especialista en alimentación, el especialista en indumentaria. Seguimos adelante: la Seis Días de Grenoble, una primera bici -alemana- probada en Viena, la preparación, una visita a México. Descartamos la pista de madera, hecha trizas, y restauramos la de cemento extendiendo un anillo de resina de un metro y medio de ancho”.
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