Fíjense qué palabras tan bonitas cuando las podemos utilizar con todo su sentido. Zafarrancho. Oh, el zafarrancho, ese ‘palabro’ que se asimila al previo a un combate y que no es más que la preparación para lograr un objetivo, así, en muy resumido, y que es lo que el UAE ha perpetrado hoy en la cuarta etapa, sí, la cuarta, del Tour. Cuatro días y tres magistrales. En fin. Y qué cuarto, con el UAE jugando a los videojuegos con todas sus piezas milimetradas. Primero Politt metiendo ritmo para mantener la escapada a tiro, luego Wellens y Sivakov vaciándose ya en el inicio del Galibier, a continuación Marc Soler como si estuviera dando un relevo-ataque sostenido fuera de las corcheas, y Adam Yates a chepazo limpio después, Almeida preparado, Ayuso a su vera, mano a mano de los dos, mientras el jefe, con el pelillo revoltoso jugueteando en la cuarta, quinta posición del grupo, con Roglic, Vingegaard, Carlos Rodríguez, Evenepoel o Landa temblando, ay, mamita, que viene el lobo.
Ese lobo. Las trompetas desbocadas ya sin concierto ninguno, cada cual a lo suyo lanzando palazos a los pedales como si no hubiera un mañana para intentar seguir a un demonio en bicicleta que atacaba por la derecha y al cual, por la izquierda y pillado en un renuncio, respondía el danés -solo él- que defiende título y que, dice, está probando sensaciones en este inicio de la carrera. Pues no sabremos cuáles serán esas sensaciones ‘in’, pero esas sensaciones que se ven ‘out’ hablan de que la estrategia de minar la moral del esloveno pegándose a su rueda como en el pasado Tour hasta que muera autoaniquilado, hoy ha hecho aguas.
Ha costado, no vayamos a pensar que Pogacar ha acelerado y ha sido ya una fiesta. Que Jonas se ha pegado a la rueda, que quedaban 800 metros de puerto y lo tenía atado y bien atado, pero en el serpenteo en subida y tocando freno para no hacer un recto -tal es la velocidad de esta gente-, al final el esloveno ha abierto un metro, dos, tres, y hasta 19 nos ha enseñado la realización de la mejor carrera del mundo por etapas. Eran 10 segunditos, uno arriba, uno abajo, y el danés estaba en la pomada, pero como quiera Tadej que saliva sangre o vaya usted a saber, en la bajada, que decía conocer, se ha lanzado en plan Michael Douglas entrando en una hamburguesería en ‘Un día de furia’, y el que venga detrás, que arree.
Superadas cuatro herraduras mal dadas, con el miedo en el cuerpo del agüita en las curvas de ese deshielo que el Galibier aguanta todo el verano a más de 2.600 metros de altitud, el cortado de fondo… y soltad a los perros, porque me he escapado. Allá que se ha lanzado Tadej a estirar el chicle, que remando, remando, le ha metido más de medio minuto en meta -más bonificaciones varias- a un Vingegaard al que han cogido por detrás, y al que, a juzgar por el resoplido equino al cruzar la meta con palmadita de ánimo de Carlos Rodríguez -genio, ya hablaremos de este genio-, hoy está dándole al coco, chavales, que esto va a ser muy difícil.
Y sí, queda un mundo en este Tour. Un auténtico mundo, pero al final, “destrozo, estropicio, desbarajuste, desaguisado, ricia, quebrazón, otomía”, la definición de zafarrancho en su cuarta acepción del diccionario de la RAE. Regalo del UAE.
Viva el Tour.