Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21
Todo empezó en Torrelaguna (Madrid) y, desafortunadamente, concluyó, de modo violento, muy cerca de allí, en Redueña, apenas a cinco kilómetros del lugar en que Antonio Martin (1970) había nacido.
Fue un infausto 11 de febrero de 1994, sobre las 14.30 horas, cuando un camión, conducido por un joven de 22 años, le golpeó con su retrovisor mientras entrenaba junto a un amigo. El fallecimiento fue instantáneo (años después, el incidente fue sancionado como delito, por imprudencia temeraria).
Antonio, al que su director en Banesto, José Miguel Echávarri, le había catalogado como el futuro del ciclismo español, había comenzado a competir en la Escuela Ciclista local, pasando a Cajamadrid y, finalmente, dando el salto a profesionales, con el equipo Amaya Seguros, en 1992.
Fue en la Volta de aquel año, el olímpico, cuando la joven promesa se convirtió en realidad, concluyendo tercero una ronda en la que le antecedieron en los puestos de honor el vigente ganador del Tour de Francia, Miguel Indurain, y el suizo Tony Rominger (que ese mismo año vencería la primera de sus tres Vuelta concatenadas). Resulta épico, aún hoy, ver la actuación del madrileño en la etapa que concluía en Vallter 2000, llegando a solo 5 segundos de Rominger y con el navarro de Banesto pegado a su rueda.
Sin embargo, la confirmación del gran ciclista que había en él llegó en 1993. Antonio había ganado una etapa de la Volta, la prueba que lo catapultó a la fama. Era una jornada durísima, con final en Pla de Beret, y el de Torrelaguna se impuso a los colombianos Oliverio Rincón (compañero en Amaya) y Álvaro Mejía (que, a la postre, se alzaría con la general final). Su prestación le sirvió para ser tercero en el cajón.
Pero el momento definitivo para Martín llegó con la celebración del Tour. La carrera gala contó con un total de 20 etapas y un prólogo. El recorrido mantenía la dirección de las agujas del reloj y los principales favoritos eran Indurain, Bugno, Chiappucci y el suizo Rominger.
La historia de la general es más que conocida. Rominger comenzó muy mal el Tour, especialmente en la crono por equipos (a lo que, además, se sumó una sanción de un minuto por descubrirse que los hombres del Clas se habían empujado entre ellos) y en la crono de Lac de Madine, 59 kilómetros, Induráin, a pesar de haber sufrido un pinchazo, aventajó en 2 minutos y 11 segundos a Bugno, 11 segundos más a Breukink y en 2 minutos y 42 segundos a Rominger.
El navarro se enfundaba de nuevo el maillot amarillo (había vencido en el prólogo del Puy du Fou) que no abandonaría durante el resto de días. La confirmación de su supremacía llegó en Serre Chavalier, donde se marchó con Rominger y Mejía (una etapa durísima en la que había que franquear el Glandon, Télégraphe y el Galibier). Ganó el suizo y la ventaja del navarro en la general con su principal competidor, el colombiano de Motorola, ascendía a 3 minutos y 8 segundos (Rominger se dejaba 5 minutos y 44 segundos). El suizo continuaría demostrando su calidad en la siguiente etapa, con llegada en el alto de Isola 2000. Solo el líder estuvo a su lado durante las subidas a Izoard, Vars, La Bonette-Restefonds y la estación alpina.
En los Pirineos, la historia se repitió, y para la historia quedarán aquellas imágenes de un corredor polaco, Zenon Jaskula, haciendo la goma para seguir el ritmo de los mejores. Jaskula se hallaba metido en la batalla por la general y, además obtuvo una más que meritoria victoria en St. Lary du Soulan (tras superar Collado del Canto, Bonaigua, Portillon, Peyresourde y Pla d´Adet). Su esfuerzo le valía auparse a la tercera plaza de la general, por detrás de Álvaro Mejía.
Sin embargo, ese día, el 21 de julio de 1993, sería la etapa más especial para Antonio Martín que, por primera vez, subía al pódium para lucir el maillot blanco de la clasificación de los jóvenes. Gracias a su magnífica prestación en las dos etapas pirenaicas, Martín arrebataba el distintivo a su compañero Oliverio Rincón, que en la etapa anterior había vencido en la meta de Andorra.
Los contendientes por la clasificación asustan. De hecho, durante aquel Tour de 1993, los poseedores del maillot fueron el suizo Alex Zulle (que venía de ser segundo en la Vuelta a España), Wilfried Nelissen y el ya mentado Oliverio Rincón.
El madrileño supo aguantar su renta en la clasificación hasta la llegada a París. En aquellas cuatro etapas vencieron Chiappucci (en Tarbes), imponiéndose al sprint a su compatriota Ghirotto y al vasco Jon Unzaga; Abdoujaparov, en la llegada masiva en Burdeos y en la final de París, y el suizo Rominger, en la última cronometrada de Monthléry (imponiéndose a Miguel en 42 segundos).
Martín concluyó en duodécima posición en la general, pero conviene repasar el Top-Ten de los jóvenes de aquel año. Además de Antonio, su compañero Oliverio Rincón, separado en 3 minutos y 28 segundos y el francés Virenque (a más de ocho minutos), eran los tres primeros. El resto de la lista relata nombres tales como Escartín, Hamburger, Sierra, Zhdanov, Zulle, Brochard y Bouwmans, que sirven para contextualizar la hazaña del talento de Torrelaguna.
Antonio, además, era el segundo español en alzarse con el maillot blanco en París. Antes, en 1976, Enrique Martínez Heredia le había precedido en tal honor. Posteriormente, tan solo tres hombres más han conseguido dicha prenda. Mancebo en el año 2000, Sevilla el año siguiente y Alberto Contador y en 2007.
El interés concitado por ese joven valor hizo que Banesto, el equipo más fuerte de nuestro país, se hicieran con sus servicios. La promesa en ciernes se unía a un grupo en el que podría aprender de Induráin y Delgado.
Todo se fue al traste fruto de aquel desgraciado accidente de tráfico, arrebatándonos la posibilidad de dirimir si nos hallamos, como todo presagiaba, ante un corredor histórico y, sobre todo, impidiéndonos disfrutar del pundonor y valentía de un ciclista que, en 1993, se hizo con el respeto de todo el pelotón internacional.
Reportaje del programa de TVE, Informe Semanal.