Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21
En ocasiones, e imbuidos por la grandeza del deporte que tanto amamos, olvidamos que, al igual que cualquier actividad física, su acometida genera un riesgo sobre la integridad de los competidores. Enfilaba el Giro de Italia, uno de los mejores de las últimas ediciones que se recuerda, sus últimas etapas cuando una tristísima noticia empañaba el interés que estaba concitado la cita.
Desde Graus, una pequeña localidad de Huesca, se informaba de la muerte de David Cañada (Zaragoza, 1975), cuando sufrió una desafortunada caída mientras estaba disputando una prueba cicloturista que se desarrollaba en la orografía oscense, la Puertos de Ribagorza. El percance le afectó la tráquea y ello lo provocó una irreversible parada cardiorrespiratoria.
El maño había abandonado la práctica ciclista profesional en el año 2009, después de haber superado diversas dolencias, entre ellas un cáncer de piel, que le mantuvieron alejado de la práctica durante determinadas temporadas.
Cañada inició su andadura profesional en ONCE, en 1998, equipo dirigido por Manolo Sáiz y en el que se desempeñó hasta el año 2001, en que ficha por Quickstep-Davitamon. El fichaje vino rodeado por un auténtico halo esperanzador, ya que en 2000, el maño se había hecho acreedor de victorias de la talla de la general de la Vuelta a Murcia (obteniendo dos etapas), el Circuito de la Sarthe (cosechando el amarillo gracias a su triunfo en la crono individual de Durtal) y una victoria parcial en la crono inicial de la Volta a Catalunya.
En 2000, además, peleó por la clasificación de los jóvenes en el Tour, prueba a la que acudía por primera vez, alcanzando una más que meritoria cuarta plaza si atendemos a sus rivales (Mancebo, Trentin y Niermann). Durante el transcurso de diversas etapas, David tuvo la ocasión de lucir el maillot blanco, reivindicándose como uno de los jóvenes valores del pelotón internacional.
Sin embargo, las temporadas de Cañada en Mapei y, posteriormente en Quick-Step, fueron mucho menos exitosas. De los tres años en los que el ciclista estuvo enrolado en las filas extranjeras, su mejor actuación fue la cuarta plaza en la general final del Eneco Tour y un tercer definitivo en el Tour de Luxemburgo.
Fueron momentos duros para Cañada que tuvo que hacer frente a lesiones en las muñecas, así como diversas dolencias de índole cardíaca (la enfermedad de Wolf-Parkinson-White) que le obligaron a pasar por quirófano.
No deja de resultar curioso que la ilusión de David, fuera de la bicicleta, fuera la de estudiar química, lo que abandonó por la rama de fisioterapia y que dejó su lugar a la competición profesional gracias a sus aptitudes.
En 2004, David firmó por Saunier Duval, una estructura que acompañaría hasta el final de su carrera. En su tercer año, en 2006, defendiendo la elástica amarilla y blanca, David conseguiría, posiblemente, la mayor de sus conquistas, la Volta a Cataluña. Cañada fue el más regular de una edición en la que el zaragozano no consiguió ninguna victoria parcial. Los rivales del hombre de Saunier eran de la entidad del colombiano Santiago Botero y del francés Christophe Moreau. Sería la última victoria de relumbrón de nuestro protagonista.
Ese mismo año, Cañada acudió al Tour, viéndose obligado a abandonar en la etapa que llegaba a meta en la localidad de Gap. Esa circunstancia le llevó a participar en la Vuelta a España.
Desde ahí, la carrera de Cañada no terminó de despuntar como se esperaba. Su mejor resultado, en una general, fue la tercera plaza en la prueba estadounidense del Tour de Georgia, que acabaría venciendo Brajkovic, que defendía los intereses del equipo local Discovery. Aunque David participó en Giro y Tour, su presencia fue bastante anónima en el desarrollo de ambas citas.
Entonces volvió el fantasma del cáncer. Se reprodujo la dolencia y el ciclista, entonces en Fuji-Servetto, tuvo que continuar con un tratamiento que le dejaba fuera de la bicicleta.
En enero de 2010, en una rueda de prensa que concitó gran interés, Cañada lanzó dos mensajes. Uno de gran alegría, la superación de las dolencias cancerígenas. Otro, desgarrador, la imposibilidad de encontrar un equipo que le empleara, lo que traía aparejado su decisión de abandonar la práctica profesional del ciclismo.
Porque el ciclismo nunca dejó de formar parte de la vida de Cañada. Hasta esa horrible tarde en la que el azar hizo que una malvada caída segara la vida de este bravo corredor. Contaba con 41 años y culminó su trayectoria haciendo lo que más le gustaba y con lo que disfrutaba.