Xabier Zandio ha pasado la temporada viviendo en Santiago de Compostela, cerca del centro terapéutico donde han tratado a sus hijos de siete y seis años.
Dicen que cuando llegan, muchos de los ciclistas colombianos que aterrizan en Iruñea persiguiendo el éxito en Europa –Urán, Henao, Quintana y los demás- sienten frío al ver caer la nieve en invierno, pero se abrigan, se recogen en casa junto a la estufa, se tapan bien, compran bufandas y gorritos de lana y los pequeños colombianos no logran entrar en calor. Lo que sienten en realidad no es el frío del aire de nieve, sino el escalofrío de la morriña. Extrañan su tierra, el calor de la familia, el cobijo de los suyos. Cuando ganó en la meta de La Lejana de la pasada Vuelta al País Vasco y se puso de líder, eso contaron de Henao. Que cuando se instaló en la capital navarra para correr en el Sky en el invierno de 2011 fue apagándose. Entristeció y enfermó. De pena. Le curó la sonrisa de Xabier Zandio, un sol de chaval. Solo con eso le quitó el frío a Henao. Le hizo feliz. Y antes a otros colombianos. Su sonrisa es milagrosa. Cura. Aunque no todo.
A Zandio los colombianos de Iruñea y los compañeros de la grupeta le han echado en falta esta temporada que se ha pasado viviendo en Santiago de Compostela, en un piso cercano al centro Foltra, sede de un proyecto encaminado a la ayuda para la rehabilitación física e intelectual de pacientes con daño neurológico. Allí han estado tratando los terapeutas a sus dos hijos, Josu, de siete años, y June, que cumple seis durante estos días de la Vuelta. Los pequeños nacieron con una enfermedad genética aún sin diagnosticar y de complicado remedio que retrasaba su evolución, el aprendizaje natural de las cosas de la vida.