Pensar que podía suceder algo muy distinto a lo que ha pasado hoy en Oostende (Bélgica) y Sint Michielgestel (Países Bajos) era, si no utópico, si muy optimista. Nadie, absolutamente nadie, está hoy por hoy ni tan siquiera cerca de estar cerca de Van Aert y Van der Poel, que han reeditado sus títulos de campeones nacionales y lo han hecho, como se esperaba, protagonizando sendos monólogos que lo único que han dejado claro es que los aficionados tienen muchísima suerte de que los dos estén a un nivel tan espectacular porque, si faltase uno de los dos, los fines de semana iban a ser muy aburridos.
Tan aburridos como lo han sido los nacionales de los dos países más potentes en esto del ciclcross. En Oostende la carrera apenas duró media vuelta, que fue lo que necesitó Wout Van Aert para marcharse en solitario hacia un triunfo insultantemente fácil.
En Sint Michelgestel, aunque en realidad tampoco hubo historia, la cosa sí dio para escribir alguna que otra línea. Corné van Kessel quiso probarlo al principio confiando en que, quizás, si Van der Poel no conseguía marcharse a las primeras de cambio la carrera podía trabarse y, de esa manera, ofrecer alguna posibilidad a los, como él, outsiders.
Pero el espejismo duró poco y los Van der Poel, primero David y luego, de manera definitiva, Mathieu, se encargaron de que el guión se cumpliera a rajatabla y, de paso, se despejaran todas las dudas posibles sobre su estado de forma tras la caída de Loenhout.
Con todo, las cosas siguen exactamente igual que estaban hace una semana, es decir, con dos hombres dominando con mucha diferencia sobre los demás el panorama ciclista invernal y sin que en el horizonte aparezca nadie que, como decíamos al principio, parezca estar en disposición de ni tan siquiera poner en duda ese dominio.