Esta semana leí cómo HSBC puso su nombre en la entrada del velódromo de Manchester, la casa del ciclismo inglés. El banco cuyas siglas se leen con claridad en uno de los edificios más altos del Canary Wharf, al oeste de la City de Londres, es ahora el “main sponsor” del British Cycling, que concluyó su periplo con Sky y ahora tiene la firma bancaria como principal mecenas para mantener una de las joyas de la corona, el ciclismo, y procurar que más ingleses se pasen a la bicicleta inspirados por sus atletas pues, como bien dicen, “llevamos tres ciclos a la cabeza del medallero olímpico y paralímpico”. Ya veis, el Brexit también implica una apuesta integral y decidida por la bicicleta, como forma de ahorrarle pasta al sistema público.
Que el inglés es un ciclismo que está de moda ya lo vemos desde hace unos años. El Tour es la punta del iceberg de un dominio que llega a todos los escalones y por lo visto a todas la modalidades, poco a poco, paulatinamente, sin prisa. Esa apuesta que Bradley Wiggins explica en su libro, hace ya unos quince o dieciseis años, de la Lotería Británica patrocinando el ciclismo de casa ahora es una madura realidad que amenaza con hacerse perenne. Los británicos, en este tiempo, han hecho suya la pista, sin duda y sin dudarlo, han ganado vatios Tours, su equipo es la vanguardia, cuestionada, pero vanguardia de la carretera y ahora otros campos empiezan a caer de su lado.
Esta mañana de sábado el helado campo de Bieles, en el corazón del breve ducado de Luxemburgo, dio inicio al mundial de ciclocross con la carrera de juveniles. Quienes llevaban tiempo rodando por las campas sabían que el hielo y la nieve podían ser decisivas, pero quizá no tanto, ni tan pronto, en la primera fase de la carrera una resbaladiza placa reventó el grupo que se sumió en una montonera que acabó de raíz con las esperanzas hispanas de Iván Feijoo y Jofre Cullell, las bazas más sólidas de traerse un podio, el primero en muchísimo tiempo, a este lado de los Pirineos.
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