Quienes tengáis mi edad, es decir coqueteéis con la cuarentena, os acordaréis de Vicente Belda en su versión ciclista. Obviamente me perdí muchas de sus aventuras y desventuras al manillar, pero algunas vi. Pasó el 100% de su tiempo pro en el Kelme o su prólogo, el Transmallorca, el equipo que arrancó Rafa Carrasco a finales de los setenta y que fue simiplemente del equipo verde de corazón y garra de símbolo.
Belda era pequeño, pero todo lo que tuvo de pequeño, lo suplió con mala hostia y calidad. No lo tuvo sencillo, convivió con monstruos de la época. Fue parte importante de la Vuelta del 83, aquella histórica carrera que tanto significó, entre otras cosas por la increíble etapa de Serranillos, Ávila e Hinault. Pues bien, Vicente Belda estaba allí.
Como director del Kelme tuve ocasión de conocerle y entrevistarle. Qué jodido estaba aquellos días que se confirmó que Lance Armstrong se llevaba a Roberto Heras al US Postal, para mayor gloria del robot tejano. “El ciclismo huele a mierda” me dijo.
Aquel Vicente dirigía un equipo que con los años acabó muy mal, pero que muy mal. A las inauditas, y remuneradas, confesiones de Jesús Manzano, se añadió la Operación Puerto, un calvario del que salió absuelto, pero que le estigmatizó como a todos los que de una manera u otra salieron salpicados.
Porque en el ciclismo, las manchas a veces no salen ni con lejía, bueno a veces no, nunca. Todo contribuye, la mala fama que se ha ganado el gremio, lo cabrona que es la sociedad actual poniendo etiquetas y un proceso tan mal llevado que cuando dio las respuestas, teníamos mil preguntas por responder.
Así las cosas, otra vez, cíclicamente nos toca hablar de esto, David, el hijo de Vicente, ha dado un resultado adverso. ¿La substancia? No se sabe, no aún, pero creedme que esto tiene pinta de que no va a acabar bien. Es increíble, un ciclista con 34 años en un equipo continental, que no profesional, como el Burgos, que arroja este resultado. Alucinante, la sola insinuación.
Artículo completo en El Cuaderno de Joan Seguidor