El verano amable de Gran Canaria es una invitación a la vida con días infinitos en lo que todo es posible. Y entre las múltiples opciones que se pueden realizar está el cicloturismo en todas sus modalidades y cualquier actividad relacionada con las bicicletas para todas las edades.
El sol se convierte en verano en un vigía en lo alto del cielo de Gran Canaria que se resiste a marcharse. Y, en realidad, es fácil comprenderle. Bajo su influjo, los días se hacen felizmente infinitos. En esta estación hay gestos que se repiten en un ritual de sereno disfrute que sigue el ritmo de la luz reinante.
Los primeros rayos del día convierten la arena en oro y de inmediato comienzan a llegar, primero tímidamente, luego a miles, los habitantes habituales de este verano amable y luminoso de Gran Canaria. Las toallas ocupan sus puestos y comienzan a abrirse las sombrillas. Vistas desde lo alto parecerían flores que se abren por doquier.
El verano de Gran Canaria no castiga ni agobia. Aquí el clima es amable, como sus gentes. La isla quiere que te sientas bien. También en verano, que en Gran Canaria es un abrazo cálido pero no asfixiante. Un baño en cualquier playa de la isla supone una pincelada de vida sobre la piel, igual que el aire que se respira, que trae consigo, hasta nuestra orilla, toda la vitalidad del océano. Sobre la superficie gobiernan el sol y sus huestes doradas. Debajo, los peces proyectan destellos de plata.
El verano son niños y niñas que bajan y suben de las dunas, imaginándose exploradores del desierto. El verano de Gran Canaria es dejarte flotar sobre un azul marino que parece imposible perdiendo la mirada en el cielo, como si quisiéramos buscar las claves del Universo y el sentido de la vida, que en realidad están más cerca de lo que creemos.
Los antiguos pobladores de Gran Canaria también necesitaban al sol. Como prueba de su deseo de verano quedan marcadores solares como el de Cuatro Puertas. Durante estos días, en el solsticio de verano, los rayos de sol penetran por las oquedades practicadas y bailan sobre las marcas que practicaron los aborígenes. Hoy en día, la fascinación por la luz veraniega de Gran Canaria se ha extendido más allá de las fronteras de la isla.
Llega el verano, sí, y con ella se acentúan los colores de la generosa naturaleza de Gran Canaria. La isla se vuelve una galaxia terrestre de flores iluminadas. La magia de la luz en estas fechas intensifica los mágicos tonos volcánicos del territorio. En la cara norte, el verano y la luz se filtran entre la espesura de los bosques antiguos, incitando a recorrer los senderos y conocer misterios milenarios. Es tiempo de cosechas, de higos picones, de sandías. Es el momento del sabor, del colorido, de la vida.
Y de la fiesta, porque el calendario se transforma hasta bien entrado septiembre en una invitación permanente a romerías, verbenas, conciertos, festivales de toda índole y a múltiples actividades culturales, deportivas y manifestaciones populares más. El verano de Gran Canaria es también timple, una tapa de queso, un vino de la tierra o una cena frente al Atlántico.
El sol se va y marca el final de la jornada. El ritual playero, casi una escenificación teatral, alcanza su acto final: unos recogen las toallas y sacuden la arena, que dibuja una estela de polvo de estrellas antes de caer. Otros se retratan al atardecer, ante un espectáculo de rojos, naranjas y violetas. Y entonces la que empieza a extender su manto es la noche de verano de Gran Canaria, la única cosa que podía hacer que no extrañáramos al día.