Cuando te vuelves asiduo de ciertas cosas puedes empezar a pensar mal, y por desgracia creo que no muchas veces no erramos en hacerlo. Vas a una competición, de lo que sea, de ciclismo, carrera a pie, triatlón,… te sitúas el dorsal con mimo y la ilusión de un crío de diez años, te vistes, luces tus mejores galas, te gustas… y no piensas en que haya dopaje en masters.
Llegas a la salida, miras y hacer tus números, cálculos de a cuánto ir, sobre lo que aguantará el cuerpo, sobre la temperatura, sobre los familiares y amigos que te esperan por la ruta, sobre la llegada, sobre la foto y cómo quedará en el muro de Facebook.
Piensas mal, pero no piensas mucho, porque entonces darían ganas de echarlo todo a paseo. Piensas en lo que harás y no, pero sabes que ciertos ámbitos no los frecuentarás. La vanguardia es otra cosa, otra esfera, vedada al común de los mortales. Ahí entran los elegidos y lo que no lo son pero se empeñan en estar ahí, a cualquier precio.
Y los hay, vaya si los hay.
Este año ha sido eso, un goteo sucesivo, incesante, sostenido, alargado en el tiempo, de positivos en categorías no profesionales. Dopaje en masters. Ver para creer, el colmo del descrédito para unas personas que muchas veces hablan por un colectivo, porque en esta vida de generalidades, cuando alguien la caga, se hace cargo el colectivo en su extensión.
Si un ciclista se salta un semáforo, se lo saltan todos.
Si un ciclista va por la acera, van todos.
Si un ciclista se chuta, se chutan todos.
Pero no, no es justo. Hablamos de un colectivo que hace milagros, muchas veces, para poder encontrar un par de horas para salir y rodar con la bicicleta, que busca afinar la figura a base de sacrificio y de ratos que no hay, que no existen, porque hay trabajo, familia, vida social, amigos y todas esas cosas. Ese colectivo lo mancillan unos cuantos que no sé qué buscan…
Artículo completo en El Cuaderno de Joan Seguidor