Llevo oyendo que el ciclismo se muere desde tiempos inmemoriales, casi desde que tengo uso de razón. Si miramos atrás, a los últimos veinte años veremos que casi todas las desgracias que le pueden pasar a un deporte, han confluido en el mismo y ahí sigue.
Escándalos de dopaje, cazas de brujas, redadas policiales, accidentes de tráfico, caída de patrocinadores, desaparición de equipos, extinción de carreras clásicas, crisis económica galopante, … un poema, un serial.
Se salió de aquello, y se saldrá de esto, porque en definitiva es ley de vida.
El positivo de Chris Froome, con todos los matices que se le quieran aplicar, es un error imperdonable en un campeón que queremos ver creíble. Es un error imperdonable en un equipo que puso excelencia en su tarjeta de visita y gasta cada vez más tiempo, recursos y energías en explicarse.
Del recién caso Wiggins, y su cierre, a éste no han pasado ni dos semanas.
Hiere pensar el argumento que se utilizará a partir de ahora, y hiere porque sabemos podemos imaginar el trabajo, sufrimiento y desvelo que hay en cada triunfo de Chris Froome, como en el de cualquier otro. Hiere que se vulgarice el trabajo de gente que pone todo su talento en empresas imposibles para el 99.9% de los seres humanos. Hiere que se generalice su error a todo el colectivo.
El ciclismo más limpio que nunca, con la imagen de siempre, nos dijeron una vez.
En veinte años el ciclismo ha estado en el borde varias veces. Del primer temblor, la salida irlandesa del 98 en el Tour, a las réplicas posteriores, con episodios que cualquier otro deporte no habría podido soportar –recordad la salida del Tour de 2006- a la actualidad se han dado mil virajes, mil cambios, y mil salidas.
Ninguna vale.
Artículo completo en El Cuaderno de Joan Seguidor