A Fernando Gaviria (La Ceja, Colombia, 19 de agosto de 1994) el mundo lo descubrió hace dos años. Vestía entonces el maillot de la selección de Colombia y, como ahora, la temporada despertaba de su letargo invernal. Para calentar cuerpo y alma, algunos de los mejores corredores del mundo partían al verano australiano para medirse en el Tour Down Under y otros, como sucede estos días, hacían lo propio en Argentina con la Vuelta a San Juan. Allí, en 2015, se esperaba un festival por parte de Mark Cavendish, líder del potentísimo Etixx-Quick Step, pero hete aquí que apareció un jovencísimo colombiano de 20 años, rápido como una bala, que no sólo le quitó al británico dos etapas sino, sobre todo, atrajo para sí todos los focos mediáticos y, no menos importante, el interés de Matxin, ojeador de Patrick Lefevere, a la sazón, patrón de Cavendish.
Desde entonces han pasado dos años justos. Cavs se ha asentado en el Dimension Data y Gaviria, aquel chaval barbudo que nos dejó a todos con la boca abierta, inicia su segundo año completo en Quick Step Floors. Lefevere no dejó pasar la oportunidad y ya en agosto de aquel 2015 debutó en el equipo belga como aprendiz. El año pasado el colombiano disfrutó de un debut se ensueño. Sumó catorce triunfos, los mismos que su compañero y ahora rival Marcel Kittel (Katusha), credencia suficiente como para que en este 2018 haya sido señalado como el velocista en jefe de Quick Step con el Tour como objetivo. Mientras, en la Vuelta a San Juan, él ya ha demostrado que sigue por donde lo dejó: ganando, ante de su retirada por caída en la 4ª etapa.
Sentado frente al periodista, los ojos de Gaviria desconciertan. Reflejan dos realidades opuestas e incompatibles que, sin embargo, conviven dentro de él en aparente armonía. Por un lado, enamora el brillo del joven al que todo el revuelo que se despierta a su alrededor parece divertirle y sorprenderle a partes iguales. Por otro, asusta la profundidad y la fijeza del francotirador que se esconde en sus piernas. Del serial killer, como lo describió para este medio su jefe, Patrick Lefevere.
Con él asumiendo el rol que el año pasado desempeñó Kittel, Elia Viviani será el encargado este año de apretar a Gaviria para que no se relaje. “Nos conocemos de la pista”, explica el colombiano. “Allí éramos rivales, pero ahora todo es distinto. Tenemos un equipo que defender. Toda esa rivalidad que teníamos en la pista debe quedar a un lado. Él es un gran profesional y yo, a mi corta edad, también considero que soy un profesional en ese sentido. Si él tiene mejores piernas que yo, estaré encantado de ayudarle y sé que él piensa igual que yo”.
La complicada relación con Kittel
Como ya le sucediera en 2017 con el alemán, Gaviria explica que su calendario y el de Viviani “no se van a cruzar mucho. En teoría, él hará el Giro y yo haré el Tour”. Sin embargo, las cosas entre los actuales compañeros parecen ser mejores en el plano personal que con el rubio germano. “Con Viviani hablo un poco más porque entiendo un poco más el italiano. Con Kittel casi no hablaba y sólo nos veíamos dos veces al año: una en la concentración de enero y otra en octubre. Era una relación complicada porque no hablábamos mucho”.
Gaviria sabe que el reto que tiene por delante en 2018 no puede ser comparado con nada de lo que ha hecho hasta ahora. La presión, por lo tanto, será máxima. “El equipo ha apostado por mí. Han querido tenerme en cuenta como su principal sprinter. Pero también ha contratado buenos corredores. Nunca nos quedamos quietos. Siempre se buscan alternativas”. Ser el velocista en jefe de Quick Step Floors hace que, irremediablemente, las cosas alrededor de Gaviria se aceleren. El colombiano sabe que está en el conjunto de referencia en lo que a clásicas de refiere y nadie puede olvidar aquella Milán-San Remo de 2016 que parecía que tenía casi ganada. Por ello, Gaviria avisa al ser preguntado por las grandes citas del calendario clasicómano. “Habrá que esperar y ver qué pasa. Son carreras que me apasionan y a veces vale más el corazón que las piernas. Yo estaré todo el año disponible para lo que requiera el equipo. Si necesitan un gregario, estaré como gregario. Si necesitan un corredor para intentar ganar, lo intentaré hacer de la mejor manera”.
San Remo es, a la vez que la clásica más apta para velocistas, uno de los dos únicos Monumentos que le faltan a su compañero Gilbert. Preguntado por una hipotética presencia de los dos en La Primavera, Gaviria reflexiona: “si vamos los dos, ¿por qué no puede intentar atacar él el Poggio o la Cipressa? Nosotros tendremos dos cartas para jugar y los demás equipos sólo una”.
Como ya hemos recordado, Gaviria estuvo muy cerca de ganar su primer Monumento hace dos años: “Me acuerdo mucho de aquella Milán-San Remo. También de la del año pasado, pero me han servido como experiencia. Para evolucionar. Son cosas del pasado que siempre quedarán en el pasado. Son cosas que no se pueden cambiar”.
Alguno podría pensar que ganar una Milán-San Remo a la primera, siendo prácticamente su primera carrera en Europa, podría haber sido contraproducente para su evolución. Podría haberle añadido una presión excesiva a aquel chaval de, entonces, 21 años. Confrontado con la idea, Gaviria casi se sorprende por la estupidez de la pregunta. “¿Por qué no me iba a venir bien ganar esa carrera? Si la hubiese ganado, todo hubiese sido mucho mejor: habría sido líder del equipo el año pasado”.
¿Por qué no ganar más que Boonen y Gilbert?
Con Boonen disfrutando de la jubilación desde el pasado mes de abril y con Philippe Gilbert en la fase final de su impresionante carrera, Gaviria podría ser el señalado como sucesor natural de aquella generación de líderes. Él, de nuevo, pide tiempo y paciencia. “Es complicado. Aún quedan un par de años para evolucionar como queremos. Obviamente, todos los ciclistas queremos ser como Tom Boonen, como Gilbert. Todos quieren ser como los grandes corredores que hemos admirado, pero eso es algo muy difícil”. El de La Ceja hace una pequeña pausa y los ojos cambian de expresión. El joven ciclista desaparece y aparece, de repente, el depredador. “Ahora mismo lo veo como algo imposible, pero trabajando a diario intentaremos acercarnos al máximo posible a ellos y… ¿por qué no ganar muchas más cosas?”.
En 2017 no estuvo en el Tour, pero su paso por el Giro de Italia, su primera gran vuelta, fue espectacular. Cuatro etapas y la clasificación por puntos le colocaron, de forma definitiva, en el olimpo de los sprinters. Pese a ello, Gaviria explica que no fue una carrera que le ayudase a ganar más confianza en sí mismo. “Siempre he tenido confianza en mí mismo”. Reconoce, claro, que “fueron victorias muy importantes. Era mi primera gran vuelta y quería hacerlo bien. Estoy contento por cómo salió, pero ya me centro en planear esta temporada”.
Como principal sprinter de Quick Step, Gaviria ya tiene el derecho de elegir a sus lanzadores de confianza. “Estaré todo el año con mis dos corredores más cercanos: Iljo Keisse y Max Richeze. Tengo una gran amistado con ellos y he tenido grandísimas carreras con ellos. El equipo tomará las decisiones de quién debe ir a cada carrera, pero espero tenerlos a mi lado”.
El amarillo del Tour, un objetivo
El Tour de Francia parte este año desde Noirmoutier-en-L’Île con una etapa en línea. Tras haber tenido la oportunidad de llevar un día la maglia rosa del Giro en 2017, el maillot jaune será un apetitoso objetivo. “Todos en Colombia queremos llevar ese maillot. Lo ha intentado Nairo, lo ha intentado Urán y sólo lo ha conseguido una persona [Víctor Hugo Peña en 2003, N.d.A.]. Se puede intentar. La primera etapa es relativamente llana y cerca de la costa. Puede haber viento o algún tipo de movimiento. Ahora hay que esperar. Quedan seis meses con muchas carreras por delante y muchas carreras importantes antes del Tour”.
Gaviria no quiere caer en la trampa de señalar a un rival como más complicado que otro. De nuevo, la mirada del francotirador. “Todos son peligrosos. La primera semana de un Tour es como un ring de boxeo. Si entras ahí, puedes salir lastimado. En los últimos tres kilómetros es casi imposible no tocarte con el compañero de al lado y en ocasiones hay caídas. Si en el ciclismo no hubiese caídas, perdería mucha emoción”. Pero ganar un sprint del más alto nivel no es sólo cuestión de piernas, colocación y velocidad. Hay mucho trabajo detrás y Gaviria reconoce que “trato de estudiar a todos mis rivales. Los analizo a todos porque así puedo controlar o visualizar como serán sus movimientos”.
Gaviria se ha convertido, casi en un abrir y cerrar de ojos, en un ídolo para los jóvenes ciclistas que ahora pululan por las escuelas de medio mundo. Hace un suspiro que él era uno de ellos. De los que iba a las carreras a robar un selfie. A cazar un autógrafo. Todavía lo recuerda bien, pero es consciente de que, desde la atalaya en la que se encuentra, es fácil perder la perspectiva. “Creo que nosotros no sabemos dimensionar lo que tenemos detrás. Imagino que esos niños que me piden una foto deben sentir lo mismo que sentía yo cuando lo hacía. Ellos quieren hacerlo igual que nosotros. Cada vez que veo algo así, me motivo más. Me da fuerzas para hacer las cosas bien para no perjudicar a una futura generación de ciclistas o de personas.
“Soy sprinter porque en Colombia son muy buenos subiendo”
Ser sprinter y provenir de Colombia era, hasta la llegada de Gaviria, un oxímoron. Preguntado cómo es posible que haya evolucionado en un campo tan poco fértil en su tierra, Gaviria explica que “me hice sprinter porque en Colombia era imposible ganar subiendo. Hay gente demasiado buena en la montaña. Empecé en la pista y me iba bien. Luego entré en la ruta y ganaba las pocas carreras llanas que había en Colombia. Así entré en la selección y me gané mi oportunidad”.
Precisamente, fue vestido con los colores de la selección como llegó a aquella Vuelta a San Juan de 2016 en la que batió por dos veces a Cavendish. “Aquello me cambió la vida”, reconoce. “Fue ahí cuando, al ganar a Cavendish, me conocieron en Europa y eso me abrió las puertas a este equipo. Si no hubiese ido, todo habría sido distinto”.
Fue en el Tour de San Luis cuándo batió a Cavendish…