Me van a permitir, si no les importa, que obvie aquí la gran actuación de Mads Pedersen, el jovencísimo (22 años) campeón de Dinamarca que en su segundo año como profesional y primera presencia en la Vuelta a Flandes se alzó con un magnífico y sorprendente segundo puesto. No hay intención alguna en estas líneas de desmerecer lo conseguido por el compatriota de Jesper Skibby, aquel que quedó para siempre ligado a la historia de esta carrera por el atropello que sufrió en el Koppenberg y que supuso la ausencia de ese bulto durante años de la carrera. No hay intención, decía, de restar ni un punto a la gesta de un Pedersen que supo resistir bien el mazazo de verse superado por el obús de Niki Terpstra y aguantar, terco, la persecución de los grandes nombres del ciclismo. Pero Pedersen tendrá que confirmar que este resultado no ha sido fruto de la combinación de un gran día en lo físico y de una carambola, más o menos buscada, surgida del caótico guion que siguió la carrera en su fase final.
Dicho esto, y en ese estúpido ejercicio anual de buscar, cuando la tramoya de Oudenaarde se ha desmontado y casi nada recuerda que ayer el ciclismo vivió allí su fiesta grande, los nombres de los futuros clasicómanos de referencia. Es un ejercicio estúpido porque las grandes estrellas maduran a su ritmo. Algunos, a fuego lento. Otros, a toda prisa. El ganador de la Vuelta a Flandes de 2022 o 2023 puede haber sido protagonista ayer. O puede haber pasado completamente desapercibido. Incluso, podría no haber sido de la partida. Hasta podría estar todavía formándose en algún conjunto continental.
Dicen que uno no se saca el carnet de ciclista hasta que no cruza la línea de meta de los Campos Elíseos de París tras sobrevivir a todo un Tour de Francia. Es esa una afirmación muy de aquí. De esa cultura ciclista que antepone las grandes vueltas a todo lo demás. Sea o no cierto, y siguiendo una lógica similar, podríamos decir que Wout Van Aert e Iván García Cortina, 23 y 22 años, respectivamente, se graduaron cum laude en clásicas.
Hablemos primero del belga. Tras todo un invierno centrado en el ciclocross, coronando la temporada con su tercer título mundial consecutivo, el de Herentaals ha querido probarse en la ruta haciendo un triple salto mortal: ser competitivo tanto en el barro como en las clásicas. Sorprendió en la Strade Bianche, donde enamoró por su agresividad y protagonismo justificando una invitación llegada a última hora con la que RCS demostró cintura y conocimiento del chaval.
Nunca escondió Van Aert que su gran objetivo era llegar bien a Flandes y Roubaix y que todo lo que viniera antes iba a estar enfocado a conseguir ese casi imposible equilibrio necesario para ser capaz de mantener un estado de forma que lleva estando en un elevadísimo pico desde septiembre. En las clásicas previas hemos visto a Van Aert trabajar como una mula en movimientos no siempre muy inteligentes desde el punto de vista táctico, pero uno diría que lo importante, como acabamos de decir, no era el resultado final sino afinar su cuerpo para De Ronde y, sobre todo, la París-Roubaix, el Infierno para el que, a priori, tiene mejores condiciones.
“El año que viene sí estará peleando por el triunfo… y quizás alguno de los grandes se plantee ahora hacer ciclocross en invierno para llegar bien aquí”, le decía Sven Nys, en el set de la tele pública belga, nada más cruzar la línea de meta. Una broma, sí; pero también un dardo envenenado hacia aquellos que trabajan en exclusiva desde octubre para estos dos domingos y que ya vieron hace sólo unos días a un abuelo de 38 años sacarles los colores en una carrera que casi no conocía y, ahora, han visto a un mocoso de sólo 23 años hacer lo propio en un terreno en el que nunca había estado antes.
Y, por otro lado, tenemos a Iván García Cortina, que renunció a disputar la parte final de los mejores al meterse en la fuga del día. El asturiano maravilló por su forma de correr, sus ganas y su empeño por mantenerse al frente de una carrera que, como en el caso de Van Aert, es, sobre el papel, la que peor se adapta a sus características de los dos Monumentos empedrados.
Muchos corredores a lo largo de la historia han formado parte de la escapada protagonista de la Vuelta a Flandes o la París-Roubaix. Meterse ahí, con perdón, no es ningún mérito extraordinario. Basta con ser uno de los doscientos-y-pico mejores corredores clasicómanos del mundo y tener la picardía y suerte de reaccionar al corte preciso. Lo que muchos menos han conseguido es causar impresión tras ese movimiento.
Transitó García Cortina el primero por la cima del Muro y, salvo error u omisión, ha sido el primer español en hacerlo en un lugar casi sagrado para el ciclismo mundial. Pero es importante ahora no quedarse en el hecho en sí, sino en la manera como lo hizo. Tiene el asturiano esas hechuras de culo gordo –sus 80 kilos de peso en forma son 20 kilos más que los de Valverde– y, sobre todo, el amor y pasión por estas carreras que hacen ahora soñar al aficionado con un futuro esperanzador.
Su equipo, Bahrain-Merida, corría ayer en función de Nibali y eso, quién sabe, quizá precipitó que García Cortina optara por la táctica suicida de la fuga y no por quedarse en el grupo donde, como mucho, podía aspirar a una carrera anónima en función de su jefe de filas. En lugar de eso se marchó por delante y allí se mantuvo hasta que la cosa no dio para más. Hasta que aquellos que habían viajado arropados los 200 kilómetros que ya se llevaban en las piernas, dieron lógica cuenta de él.
Dijo antes de partir hacia Tierra Santa –Degenkolb dixit– que siempre sale a disputar. Tras lo visto ayer en Flandes, harían bien tanto él como su equipo en asumir un rol más conservador en Roubaix para probarse a sus –no lo olvidemos– 22 añitos. Para seguir aprendiendo –da la sensación el asturiano de ser uno de esos corredores que se cuecen a fuego lento– cómo se las gastan aquellos que dominan ahora unas carreras en las que él, Van Aert, Pedersen y alguno más que ahora mismo no imaginamos o adivinamos, convertirán en suyas en no más de cinco años.