La 16ª etapa de ayer entre Carcassonne y Bagnères-de-Luchon acabó con la victoria de un Julien Alaphilippe que administró a la perfección sus esfuerzos y las distancias con sus rivales durante toda la escapada.
Poco que añadir respecto a los favoritos para la general, quienes parece que se la van a jugar en la etapa de hoy o en la del viernes para el sopor de quienes esperábamos disfrutar de pelea durante las últimas etapas de montaña.
Una etapa con un guión previsible: escapada por delante y pelotón a su bola por detrás, en la que los fugados iban a disputarse la victoria de etapa. Adam Yates, en la última ascensión del día, el Col du Portillon, tomaba unos metros de ventaja e iniciaba un corto descenso de 10 km. hasta la localidad de Luchon.
En persecución del británico, el corredor francés del Quick-Step que cruzaba segundo la cima de la última cota puntuable, consolidando así su liderato en la clasificación de la montaña.
De repente, en una curva de herradura, Yates cae al entrar demasiado rápido y no poder trazar correctamente. La bicicleta se le va de la rueda delantera, el corredor se golpea en el costado y se desliza unos metros por el suelo.
Segundos después, Alaphilippe le adelanta justo cuando un mecánico de la moto de asistencia empuja al inglés para reincorporarlo a la carrera.
Sin embargo, éste no hace intento de enganchar con cabeza de carrera, y negando con la cabeza, entra poco después en meta -por detrás de Gorka Izagirre- a 15 segundos de Julien. En la cima del Portillon Yates sacaba a Alaphilippe 17 segundos. Las diferencias, por lo tanto, con la caída incluida, eran escasas, pero el percance del británico le dejó fuera de la lucha por la etapa.
Como hemos podido comprobar, un descenso te puede hacer perder todo lo que has conseguido durante el ascenso.
También puede hacerte perder o impedirte ganar una gran vuelta, por lo que las habilidades técnicas y psicológicas durante los descensos son imprescindibles.
Una caída como la de Yates, en la que se baja a 80 km/hora, o como el escalofriante vuelo hacia el abismo que sufrió Philippe Gilbert en el descenso del Portet-d’Aspet y por el que ha tenido que abandonar el Tour con una fractura de rótula, lo primero que provoca es un subidón de adrenalina como consecuencia del susto.
Podríamos decir que una caída es un agente estresante físico agudo, un impacto inesperado que nos produce una impresión o un daño al que nuestro organismo debe hacer frente.
Éste incrementa el ritmo cardíaco, la presión sanguínea y la frecuencia respiratoria para movilizar rápidamente la energía que se almacena en las células, el hígado y los músculos y llevarla a los grupos musculares responsables de nuestra supervivencia.
Una vez recuperados de la impresión o del impacto, decidimos continuar nuestra marcha sin apenas apreciar los dolores de la zona afectada, y es entonces cuando empiezan a actuar otro tipo de agentes estresantes, en este caso los psicológicos.
Lo primero que uno suele pensar después de un susto o de una caída sin consecuencias físicas, es, por un lado, en lo que acaba de suceder: en el error cometido que explique el percance, en la gravilla o arena en la que ha deslizado la rueda, en la trazada que se ha tomado, si nos hemos precipitado o pasado al tomarla, etc. Es decir, en que nos hemos salvado por poco de habernos dado una buena leche.
También, por otro lado, se suele pensar en la posibilidad de que esto pueda volver a suceder, e incluso que esta vez tenga consecuencias importantes. Es decir, nuestra mente activa una serie de pensamientos anticipativos para advertirnos de que algo similar nos puede estar esperando en la próxima curva, en cualquier lugar, y de que vayamos con cuidado.
Estos dos tipos de pensamientos, orientados al pasado o al futuro, limitan nuestras posibilidades de continuar un descenso rápido acorde con nuestras capacidades físicas y con nuestra técnica de bajada.
Por ello, debemos recuperar rápidamente la concentración y el objetivo de la tarea que estamos realizando. De lo contrario, dejaremos escapar una posible victoria en la carrera, como pudimos ver con Yates, e incluso se puede perder un Tour de Francia, como hemos visto en las últimas ediciones con algunos ciclistas que no lograron rendir en los descensos y se quedaron sin opciones.
Para ello, tendremos que centrarnos de nuevo en el objetivo único que tienen los descensos: trazar de forma óptima regulando la velocidad para que ésta sea la más elevada posible dentro de nuestras destrezas técnicas.
Si la reacción fisiológica es muy intensa podemos recurrir a la relajación muscular para, si hemos perfeccionado suficientemente esta técnica, reducir la tensión en los grupos musculares más afectados.
En cuanto a aquellos pensamientos que distraigan nuestra atención, debemos interrumpirlos como sea, dado que éstos entran en nuestra consciencia como un anuncio durante una película, por lo que si no evitamos verlo de forma activa, interiorizaremos su mensaje.
Por ello, debemos retornar al presente, debemos recuperar el ahora del descenso, es decir, la siguiente curva.
Nuestra energía psíquica debe quedar liberada de pensamientos del pasado o del futuro, para poder hacer frente a la toma de decisiones lo más automatizada posible que implica un descenso.
Nuestro foco atencional debe dirigirse, fundamentalmente, al exterior, y no deberá ser ni demasiado amplio para evitar centrarlo en el paisaje, en las montañas o en un lago, dado que si vamos a tope nos estaremos distrayendo de la carretera, ni tampoco lo suficientemente próximo a nosotros como para ignorar la trayectoria que sigue la carretera, dado que ésta será la que vaya determinando nuestra trazada.
Sí que tendremos que recurrir intermitentemente a un foco atencional estrecho para salvar los obstáculos que pueda presentar el firme en los instantes previos a nuestro paso, aunque esta acción requiere apenas de unos milisegundos cuando observar cómo continúa la carretera nos puede llevar varios segundos.
Por otro lado, en profesionales, un foco atencional interno con el que calcular y optimizar la trazada y adecuar nuestra velocidad a las necesidades de ésta debe ser una tarea automatizada que prácticamente no consuma recursos atencionales.
A más recursos atencionales implicados en las acciones propias de un descenso, menor será la velocidad que podamos mantener, dado que todas las acciones requerirán nuestra atención consciente, lo que ralentizará nuestros movimientos y toma de decisiones.
Perder una etapa o una gran vuelta por no recuperarse de una caída sin consecuencias e incluso por una mala trazada, por desgracia, es algo habitual en este deporte.
Una adecuada utilización de las habilidades psicológicas podría ayudarnos a continuar bajando a tope tras una caída.
Para ello solo tenemos que recuperar el control de nuestro organismo, relajando la tensión muscular que pueda generar un estresante agudo como un impacto súbito o una trazada en la que casi nos vamos al suelo, retornar rápidamente al presente eliminando pensamientos sobre el pasado o que anticipen posibles percances y centrarnos en la carretera, en los próximos metros, permitiendo que sea nuestra capacidad para trazar las curvas, automatizada por años y años de experiencia, quien continúe dirigiendo un descenso que puede llevarnos de la crisis a la gloria.
* Antonio Moreno es psicólogo del deporte especializado en ciclismo