Pocos corredores han dejado la huella del Chava Jiménez y Marco Pantani.
Quince años hace ya.
Quince años de la muerte de Chava Jiménez por estas fechas.
Ciclista que, admitimos, no nos gustaba mucho.
Inconstante, lagunar, excesivamente mediático… lo que queráis, a nuestro juicio.
Uno de esos corredores que como el Guadiana entraba y salía de escena con la misma montaña rusa que trazaba en la pasión del aficionado.
El corredor de días, días para enmarcar, que ponía un país a sus pies.
Eso lo tenía. Era una evidencia.
Qué Vuelta aquella del 98, qué recuerdos le debe despertar a, entre otros, Abraham Olano.
El Chava Jiménez ponía el ciclismo en pie, ponía todo en desorden. Hasta su propio equipo.
El corredor más anárquico de las huestes de Unzue.
Un ciclista afilado, moreno y curtido por los aires de Gredos.
Un alfiler en la resistencia de los rivales, moral y física.
Estos sabían que si el Chava estaba en la ristra, había posibilidad de cualquier cosa.
De que la carrera cayera en barrena, o que el propio Chava quedara fuera de la misma.
Ciclistas como él ahora mismo no los vemos. Otra evidencia.
Ciclistas que no caben en el corazón de la gente, porque revolvieron tanto que dejaron surco.
El día de Vandenbroucke por las murallas, un servidor estaba en Ávila.
Hubo un rugido con la bala valona entrando en meta, hubo un vendaval cuando cruzó el Chava.
Eso había que verlo.
Pantani fue otra cosa
Y luego convivió con Marco Pantani.
Rivales no fueron muchas veces.
Eran lo mismo pero diferente.
El español era explosivo, de días, inconstante.
El italiano, romagnolo para más señas, tenía miras más amplias, más a largo plazo.
El artículo completo, en El Cuaderno de Joan Seguidor.