Cien años de Tour de Flandes, cien años de pasión ciclista

MUUR NOCHE

Patrimonio inmaterial e icono universal, el ciclismo no sería lo mismo sin el Tour de Flandes. Es más, el ciclismo en sí se convertiría en otra cosa sin ese celo, sin ese mimo, sin esa pasión y sin esa devoción que las bicicletas despiertan en toda Bélgica, aunque en poco sitios como en la región flamenca. Y no sería lo que es sin el periódico concurso, año tras año, de una serie de pruebas primaverales que entroncan con la esencia misma del ciclismo de competición, una esencia pura e inocente sin químicas ni pócimas: el fondo, el desgaste, la acumulación de esfuerzos y la actitud ofensiva sobre un constante sube y baja mecido por el viento (a veces hiriente) y, por lo general, salpicado de tramos empedrados, en su mayoría cuesta arriba. Y en todo este contexto no resulta extraña la lluvia.

Los muros (muur), esos pellizcos que van minando las fuerza, en su mayoría de poca longitud y sí mucha pendiente. Tan renombrados como el más ilustre de los puertos en los Alpes o los Pirineos. Cuestas fugaces, sobre todo para los profesionales, pero muy selectivas. Y más aún por su encadenado. Y al frente de todo ese imaginario, firme y recia como las viejas piedras que pavimentan muchas de sus cuestas, la De Ronde Van Vlaanderen. El Tour de Flandes. La carrera del león rampante y las llamadas ardenas flamencas. Sinuosas. Verdes. Idílicas. Pétreas. «Piedras chupasangre», como las llamó el poeta Willie Verhegghe en unos versos que escoltan el inicio al exigente y hermoso ascenso al Molenberg.

No es la más prueba veterana ni en Bélgica (ahí está desde 1892 la ‘Lieja‘, valona y décana del calendario mundial) ni tampoco en la región de Flandes (la Scheldeprijs Vlaanderen, por ejemplo nació en 1909); y de hecho es la más joven entre los cinco monumentos (Milán-San Remo, Flandes, París-Roubaix, Lieja-Bastoña-Lieja y Giro de Lombardía), cinco citas que condensan entre su palmarés y su desarrollo buena parte de la historia del ciclismo. Pero la De Ronde, oficialmente centenaria desde el pasado sábado, ofrece unas particularidades que la han hecho tan única como deseada. Y que la han convertido en un icono para un pueblo, en una manifestación cultural más de su idiosincrasia. En otra muestra de orgullo. Y en un objeto de deseo. Por lo más alto de su podio han pasado muchos de los más grandes corredores mundiales y por supuesto los mejores ciclistas belgas. Es más, es un trampolín asegurado hacia la notoriedad.

Una efeméride llena de actos y marchas

En Bélgica en general, y en Flandes en particular, el ciclismo es un deporte nacional y sus estrellas conducen (y a veces también estrellan) lujosos y caros deportivos: sólo en cinco ocasiones (1951, 1961, 1981, 1997 y 2000) ningún ciclista de nacionalidad belga acabó entre los tres primeros y hasta en 68 un belga levantó los brazos. Los belgas mandan en su carrera. Y entre ellos, los flamencos. Aquí se venera a Eddy Merkx, claro. Y a Tom Boonen. O a un Briek Schotte, todo un bicampeón mundial (1948, 1950) y segundo en un Tour (1948), que corrió 20 ediciones y ganó en dos (1942, 1948). Pero aquí se aplaude a todos con respeto y veneración. Al final, es una cuestión de amor hacia sus trazados. Que se lo cuenten al suizo Fabian Cancellara, último ganador. «Si no te gustan las colinas entonces las ardena flamencas no son para ti», asegura Peter Van Petegem, flamenco y biganador en Flandes (1999 y 2003).

El centenario ha revolucionado estos días buena parte de Flandes y especialmente Oudenaarde, donde se encuentra desde 2003 el Centrum Ronde van Vlaanderen. Desde este centro de visitantes, museo y custodio de la memoria de la De Ronde, se impulsaron diferentes iniciativas para conmemorar los primeros 100 años reales del Tour de Flandes desde un punto de vista más lúdico y ciclodeportivo. Se organizaron criteriums en un recorrido por el centro de la ciudad, ciclos culturales, mercadillos de todo tipo de productos relacionados con la bicicleta, bailes de época e incluso una serie de marchas retro sólo aptas para bicicletas anteriores a los años 90 en las que los participantes acudían con los ropajes propios de la época de su montura.

Y por supuesto, aunque sobre la base de los últimos recorridos, y en la misma línea de la que se organiza coincidiendo con la carrera profesional, una marcha cicloturista abierta denominada Ronde 100 Classic, sin toma de tiempos ni clasificaciones, en la que los participantes podrían afrontar 324 kilómetros en un exigente guiño a la primera edición, o bien 162 o 100. Unos con más terreno llano que otros. Y todos, ricos en muros y empedrados. Pródigos en enclaves místicos. Con el Molenberg, con el tramo adoquinado de Paddestraat, con el Eikenberg, con el Taaienberg, con el Kruisberg, con el Oude Kwaremont y con el Paterberg. Con los fastos, incluso, el Kappelmuur se cerró al tráfico un par de días, se iluminó su firme, se ornamentaron sus rampas y en su icónica cumbre, la de la capilla y el crucifijo, se desarrolló un espectáculo de luz y sonido con la carrera y la bicicleta como hilo argumental. «Muro y Mito», fue bautizado.

Kappelmuur, Koppenberg, Oude Kwaremont, Paterberg,…

Mutante, nunca cerrada a posibles reformas y cambios, la De Ronde ha cambiado en muchos aspectos con respecto a la prueba que ideó, acaso con cierta envidia hacia la Lieja-Bastoña-Lieja, el periodista Karel van Wijnendaele con salida y llegada en Gante tras recorrer 324 kilómetros. Para empezar, aquella edición no tenía muros que afrontar. El Tiegemberg y el Kwaremont, los pioneros, debutarían en 1919. Y una vez «descubiertos» no aparecerían en los libros de ruta durante muchos años más allá de cuatro o cinco. Con la mudanza de la línea de meta (desde Gante o sus suburbios pasó, en un proceso de años, a Wetteren, Meerbeke y, desde 2012, a Oudenaarde) se fue haciendo más fácil la inclusión de nuevas colinas (en 2003 llegarían a ser 19) y la configuración de lo que es la De Ronde. Muchos de los muros «de pavé» o tramos empedrados que jalonan su trazado, y quizá los más mediáticos, son descubrimientos más o menos recientes.

El mítico Kappelmuur, en la localidad de Geraardsbergen, juez de paz de muchas ediciones por su cercanía a la meta de Meerbeke y fuera del recorrido tras el traslado del final a Oudenaarde, debutó en 1950. El Koppenberg, icónica recta con rampas del 22% que en poco más de medio kilómetro escala una colina de 80 metros y en la que el gran Eddy Merckx llegó a poner pie a tierra, no apareció hasta los años setenta, propuesto por el por entonces ciclista Walter Godefroot (después sería el director de Jan Ulrich y Bjarne Rijs en el Telekom alemán); aunque cuentan una leyenda urbana que antes que Godefroot fue un cicloturista anónimo el que le habló a los organizadores de su existencia. El Oude Kwaremont, el muro empedrado más largo pero también el más suave de todos, debutó en 1974. El Paterberg, gran rival del Koppenberg en cuanto a dureza, apenas 400 metros pero con rampas del 20%, se estrenó en 1986, pero nació como muro apenas un año antes por el empeño de un granjero que no dudó en recubrir de adoquín un camino que pasaba junto a su casa para tener algún día la carrera al ladito de casa.

Pocos libros resumen mejor esa difícil tarea de condesar con palabras qué significa el ciclismo en Flandes como Supporters, una obra en la que los fotógrafos Thomas Swwertvaegher, Gert Verbelen y Jelle Vermeersch captan escenas inspiradas en las cunetas, en sus largas y animadas esperas, en sus pasionales gritos, en su alborotos y en sus jolgorios. El testimonio de varios corredores, antiguos, viejos, recientes, actuales, desde Merckx a Cancellara y De Gendt, pasando por De Vlaeminck o Museeuw. «Sin Flandes no hay nada capitán, necesitamos ese Infierno». Se lo confiesa el Conde Duque de Olivares a Alatriste en la película homónima. Pero lo podría clamar cualquier aficionado al ciclismo. Sin Flandes, desde luego, este deporte no sería lo mismo. ¿Existiría? Muy posiblemente. Pero en absoluto tal y como es hoy en día. Una carrera especial aún sin ganador español. Juan Antonio Flecha, tercero en 2008, sigue siendo el mejor clasificado de la historia.

FOTOGALERÍA

Un reportaje de Juanfran de la Cruz en 20 Minutos

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