Los Juegos Olímpicos de Roma 1960 tienen un especial significado para el ciclismo en pista nacional ya que, por primera vez en la historia, España mandó un equipo a este evento. Un vasco -José María Errandonea- y tres mallorquines -Francesc Tortellá, Miquel Martorell y Miquel Mora-, más otro balear más que se quedó a última hora en tierra, Pedro Gayá, compusieron aquella expedición, que no tuvo grandes resultados, que tardó muchos años en tener continuidad… y que ya nos mereció un amplio post hace un año, por lo que no vamos a profundizar en la presencia española en aquella edición.
Roma ya había optado a los Juegos Olímpicos de 1908 a los que renunció por motivos económicos aprovechando una erupción del Vesubio. Por ello, quisieron ‘bordarlo’ en esta edición caracterizada por ubicar competiciones como la lucha o la gimnasia en escenarios milenarios como la basílica de Majencio o las Termas de Caracalla. Incluso el maratón recorrió los recintos históricos de Roma para terminar por la noche por las avenidas de Roma iluminadas por antorchas, donde Abebe Bikila sorprendió a todos ganando descalzo. No fue el único héroe olímpico destacando también Wilma Rudolph, la Gacela Negra, Cassius Clay o el potentísimo equipo norteamericano de basket. A nivel político tampoco hubo ningún problema grave salvo la aspiración -rechazada- de Taiwan para competir como China. Igualmente, se batía un nuevo record de participación, con 5.352 atletas que se citaron en Roma del 25 de agosto al 11 de septiembre.
Frente a la Roma Clásica de algunos deportes, otros como el ciclismo en pista mostraron su faceta más moderna, con el Velódromo Olímpico como escenario, un recinto de 400 metros, que también acogió el hockey, y que por primera vez se construyó con piso de madera. En los años siguientes fue muy apreciado, e incluso Ferdinand Bracke batiría allí el récord de la hora en 1967, descartando el mítico Vigorelli. Pero en la década siguiente comenzaría a tener un rápido abandono, hasta convertirse en un refugio para personas sin hogar y ser finalmente demolido en 2008.
En este velódromo, entre el 26 y el 29 de agosto, con 137 pistards de 29 países, se produjo el pleno de la selección de Italia, que se llevaría los cuatro oros, en las pruebas que se mantenían invariables desde 1928, y sin presencia femenina, obvio es decirlo. Y Sante Giardoni fue el gran héroe ‘azzurro’ al ganar el kilómetro y la velocidad. Ese fue su año mágico, ya que también ganó el Campeonato del Mundo amateur y el prestigioso Grand Prix de Paris. Como profesional no tuvo tanta suerte, pero sumaría seis medallas en distintos Mundiales, entre ellas un oro en 1963. Su historia se recoge en un libro de apenas hace diez años, se puede encontrar fácilmente en las librerías italianas, ‘Quando la rabbia si trasforma en vittoria’.
Centrándonos en Roma, su primer oro llegaba en el kilómetro, donde, con 1:07.27 -por primera vez los tiempos fueron tomados a la centésima- batía el récord del mundo, confirmando la rapidez de la madera doussie de Camerún de la pista romana. El alemán Dieter Gieseler y el soviético Rostislav Vargashkin le acompañaron en el podio.
El segundo lo conseguía en la velocidad, en la que su paisano Valentino Gasparella parecía el favorito -cuatro años antes no compitió para centrarse en el equipo de persecución-, pero tuvo que conformarse con el bronce, al caer en semifinales ante el belga Leo Steckx, que no fue rival para Giardoni en la final. De hecho, el ganador acabó imbatido, sin ceder en ni una sola serie.
Italia también lograba un cómodo triunfo en tándem, con dos velocistas que tendrían una gran carrera de forma independiente en los años siguientes Giuseppe Berghetto -tres veces campeón del mundo de velocidad- y Sergio Bianchetto. Los italianos derrotaban en la final a los alemanes -del equipo unificado, aunque ambos eran de la RDA- Jürgen Simon y Lothar Stäber. El bronce, para el equipo de la URSS con Vladimir Leonov y Boris Vassiliev, también viejo conocido de la afición española como seleccionador nacional en la década de los novena.
Finalmente, la cuarteta italiana hizo valer su condición de gran favorita: salvo en 1936 y 1948, con los triunfos de Francia, había ganado siempre en esta disciplina desde que se instauró en 1920, aunque desde Roma jamás han vuelto a imponerse. Sin embargo, Luigi Arienti, Fabio Testa, Mario Valloto y Marino Vigna no lo tuvieron fácil, tanto en la semifinal, en la que la Unión Soviética (Satanislav Moskvin, Viktor Romanov, Leonid Kolumbet y Arnold Belgardt) dominó durante buena parte de la prueba, como en la final, ante Alemania (Siegfried Köhler, Peter Gróning, Manfred Klieme y Bernd Barleben) en la que la cuarteta transalpina se descompuso en dos grupos en las primeras vueltas, pero recuperaron la compostura y ganaron por cinco segundos. El bronce, para los soviéticos.