Debido a la celebración del centenario de los primeros Juegos Olímpicos en 1996, los griegos se la prometían muy felices ya que consideraban que no iban a tener problemas para ver a Atenas elegida como sede. Pero se encontraron con el ‘músculo’ económico de Atlanta -los Juegos de la CocaCola, los llamaron- y no acataron de buena gana la decisión del COI de elegir como sede a la ciudad norteamericana, apenas doce años después de Los ángeles, considerando incluso boicotear los Juegos y prohibir el encendido tradicional de la llama en Olimpia. Pero al final no sucedió nada y por primera vez estuvieron presentes todos los países del Movimiento Olímpico, 197, y más de 10.000 participantes.
Pese a ello, no estuvieron al mismo nivel que Barcelona92. Atlanta se llenó de actividades comerciales paralelas a los Juegos, y por tanto prohibidas, que generaron un mal ambiente, aunque la gota que colmó el vaso fue una explosión de una bomba por la noche en el Parque Olímpico que se saldó con dos muertos… y cuyo autor no fue encontrado hasta muchos años después. Además, la mayor parte de las instalaciones tuvieron un carácter provisional: el estadio olímpico fue demolido un año después para construir el estado de los Bravos de Atlanta. Y el velódromo de Stone Mountain -un recinto descubierto, de 250 metros y con un aforo de 6.000 espectadores-, desmontado, guardado en un almacén y finalmente trasladado a Bromont (Canadá), donde tiene un futuro bastante más halagüeño una vez que se ha aprobado el proyecto para techarlo gracias al multimillonario israelí-canadiense Sylvan Adams. Por cierto, fueron los últimos Juegos disputados en un velódromo al aire libre.
Siguiendo con el ciclismo, Atlanta’96 fueron unos Juegos con muchos cambios, una tendencia que se acentuaría en siguientes ediciones. Como nos contaba Josep d. Bochaca, presidente del Colegio de Comisarios, la apertura a los profesionales supuso la presencia de ciclistas como Miguel Indurain y Abraham Olano que dieron ese inolvidable doblete en la contrarreloj, por delante de un Chris Boardman al que se le echó de menos en la pista; por otro lado, el BTT debutaba como disciplina olímpica. Y finalmente en el velódromo, la locura que supuso ver todo tipo de bicicletas que se aprovechaban de la laxitud del reglamento UCI, lo que supondría el establecimiento de unas normas mucho más rígidas para el futuro.
En lo que se refiere al ciclismo en pista, ninguna novedad en el programa masculino, y el añadido de una nueva prueba femenina -la puntuación– con lo que se adjudicaban ocho títulos, cinco para ellos y tres para ellas, entre el 24 y el 28 de julio. Seis españoles compitieron en Atlanta, en un evento en el que Francia alcanzaba el máximo nivel en el medallero -cuatro oros y dos platas-, ratificando su condición de máxima potencia en aquellos años de final de siglo.
La velocidad se saldó con el segundo triunfo consecutivo del alemán Jens Fiedler, en una edición en la que se comenzó a poder alinear dos ciclistas por país, aunque los mejores tiempos de los velocistas germanorientales habían pasado sin que muchos de ellos tuvieran esa oportunidad de competir en los Juegos. Fiedler fue de menos a más, ya que tras ser solamente cuarto en los 200 fue superando series, eliminado en semifinales al australiano Gary Neiwand, autor del mejor registro en la clasificatoria, y en la final al norteamericano Marty Nothstein, siempre en dos enfrentamientos, aunque muy apretados: el primero requirió la foto-finish. El bronce, para el canadiense Curt Harnett, que dejaba sin podio a Neiwand. Dos españoles participaron en la prueba: José Antonio Escuredo (16º), que caía en la repesca de segunda ronda y José Manuel Moreno, en la de octavos (11º).
El kilómetro supuso la eclosión olímpica de Florian Rousseau, aunque ya había ganado dos Mundiales y sus Juegos serían los de Sidney, cuatro años después. Con 1:02.712 superaba al norteamericano Erin Hartwell (1:20.940) y al sorprendente japonés Takanobu Jumonji (1:03.261). Escuredo ganó la pugna ante Moreno para ser el representante español, pero quedó lejos de las prestaciones mostradas un año antes cuando fue recordman mundial por unas pocas semanas (13º, 1:05.944).
Ausente el gran favorito -Boardman, centrado en la carretera- y con Graeme Obree en unas posiciones anónimas, el italiano Andrea Colinelli se sumó a la tendencia de posiciones innovadoras, asumió la condición de hombre a batir… lo que no hizo nadie. Avaló su candidatura con un record mundial en la clasificatoria (4:19.699) y fue superando rondas para batir en la final al francés Philippe Ermenault, con el bronce para el australiano Bradley McGee por su mejor tiempo entre los perdedores de las semifinales. Ese mejor tiempo entre los que cayeron en cuartos (4:28.310) fue lo que llevó a Juan Martínez Oliver, dando sus últimas pedaladas en la pista tras una notable carrera en la ruta, a una sensacional quinta plaza final.
Y algo muy similar sucedió con la cuarteta, que aparte del actual seleccionador nacional componían Adolfo Alperi, Bernardo González y Joan Llaneras: los 4:11.310 que marcaron ante Italia eran el mejor tiempo de los que no ganaron en cuartos y equivalía a otro sensacional quinto lugar. En este caso, Francia (Ermenault, Christophe Capelle, Jean Michel Monin y Francis Moreau), fue quien dominó desde el principio, con el mejor tiempo en la clasificatoria, hasta la final, donde superaban a una sorprendente Rusia (Eduard Gritsun, Nikolay Kutznetsov, Aleksey Markov y Anton Shantyr), 4:05.930 a 4:07.730, tras haber sido solo quinta en la clasificatoria. Fue un torneo en el que fallaron algunas de las grandes favoritas, sobre todo Australia, aunque McGee, Brett Aitken, Stuart O’Grady, Timothy O’Shannessey y Dean Woods, terminarían subiendo al podio por el bronce, y Alemania, en un decepcionante noveno lugar.
Finalmente, en la puntuación masculina, Llaneras demostró sus posibilidades de futuro en una prueba en la que terminó sexto, con 17 puntos, aunque fue uno de los siete corredores que ganó vuelta. Sin embargo, el italiano Silvio Martinello no dio opción en los sprints para alcanzar 37 puntos, por los 29 del canadiense Brian Walton y los 25 del australiano O’Grady, que estuvo a punto de no participar por sufrir un episodio de taquicardia la víspera. Destacar que en Atlanta se suprimió la clasificatoria, aunque se aumentase hasta 28 los participantes en la final.
Como Rousseau, fue Sidney 2000 el gran momento olímpico de Felicia Ballanger, pero en Atlanta ya se subía a lo más alto del podio en la velocidad, en un concurso en el que superaba en dos mangas a la australiana Michelle Ferris en la final, la única que hizo mejor tiempo que ella en los 200. La neerlandesa Ingrid Haringa completaba el podio, en esta ocasión en el desempate ante la alemana Annett Neuman.
La persecución femenina también se fue para Italia, donde Antonella Bellutti -que también sería olímpica en Bobsleigh años después y que ahora es candidata a la presidencia del CONI- hizo valer la ventaja que le daba su posición de superman -superwoman, en este caso- ante la francesa Marion Clignet: 3:33.595 a 3:38.71, con la alemana Judith Arndt completando el podio, en un torneo en el que la gran favorita, la norteamericana Regecca Twigg no pudo pasar de cuartos.
Terminamos con la prueba que debutaba en el programa de pista, la puntuación femenina, que registraba en su inscripción la presencia de una fémina española por primera vez en la historia de los Juegos… aunque desgraciadamente se trata de un error que aparece en muchos archivos aún no ha sido corregido. No se sabe muy bien los motivos, pero Izaskun Bengoa no solo figuraba como inscrita sino incluso como participante, aunque no terminase, cuando la verdad es que la alavesa jamás había competido en velódromos y nunca se planteó ‘debutar’ en Atlanta.
Con todas las corredoras en la misma vuelta, triunfo final para la francesa Nathalie Even-Lancien superando por un solo punto a Haringa (24 a 23), con el bronce para la australiana Lucy Tyler-Sharman, nacida en Estados Unidos pero que emigró a Australia buscando poder participar en los Juegos, lo mismo que le sucedió a Clignet que se fue a Francia a causa de una epilepsia que en Norteamérica consideraban demasiado arriesgada para el ciclismo.