En el momento previo al descuento, cuando la temporada languidecía y la ola de los fichajes parecía haber pasado, cayó el traspaso más sonado del ejercicio y quizá no tanto por el tamaño del protagonista, Igor Antón, pues han habido otros movimientos interesantes, sino por el simbolismo que su llegada al Movistar reviste.
Siempre naranja, Antón pasa a ser azul. Cambia de compañía, la suya de toda la vida, Euskaltel, dejó de tener cobertura. Buen escalador, prometedor desde sus inicios, desde aquella victoria de Calar Alto con la bendición de su padre deportivo, Samuel Sanchez, Igor Antón ha sido lo más parecido a un futbolista del Athletic en lides ciclistas. Desposeído de la lógica competitividad de las grandes escuadras, por el cartel netamente vasco de su equipo, Antón ha crecido cómodo en las huestes de Madariaga e Igor González. Siempre ahí, alcanforado, tranquilo, en el abrigo de una escuadra sostenida por dinero público hasta que se desarraigó.
Los últimos meses han sido complicados para Antón. Deportivamente no sabemos qué queda de ese ciclista que maravilló en el Zoncolan o logró su “bilbainada” hace tan sólo dos años –por cierto poco se habló del papel de Marzio Bruseghin en aquella victoria de Antón en Bilbao-.
Artículo completo Joan Seguidor