Con excepción de Bernard Hinault y de Lance Armstrong -que por muy denostado que esté no debemos olvidar que también marcó una época-, todos los grandes campeones han intentado en un momento el récord de la hora. Del norteamericano es perfectamente comprensible por la filosofía que tenía del ciclismo; más sorprendente es lo del francés, ya que, aunque mucha gente lo desconozca, tuvo una importante relación con la pista en determinados momentos de su vida, como podemos descubrir en ‘Hinault. El Tejón’, la biografía escrita por William Fotheringham, recientemente publicada por Libros de Ruta, y que acabo de finalizar su lectura.
Su origen bretón le garantizaba un buen número de competiciones en su juventud -a veces incluso cuatro por semana- para formarse como ciclista e incluso poder vivir de ello. Estas ‘kermeses’ tenían extensión también en los velódromos, bastante abundantes en la región, y en ellos -avalado por su enorme potencia- pudo forjar sus condiciones de rodador, de persecucionista. En 1974 se proclamaba campeón bretón de persecución y del kilómetro, ratificando el primer título en el Nacional, aunque tuvo que ser con unas ruedas que le prestó el entonces seleccionador Daniel Morelon.
Ello le valió la llamada para acudir con la selección al Mundial de Montreal, aunque quedó muy lejos de los mejores en la persecución amateur, la única prueba que disputó. Curiosamente fue la primera vez que intervino con una selección francesa, mientras que en carretera no se estrenó hasta final de año… cuando ya había decidido pasar a profesional, ante el peligro de que fuese retenido en esa categoría pensando en los Juegos Olímpicos de 1976. Ya como profesional, volvió a ser campeón nacional de persecución en 1975 y 1976, sin que volviese a la pista en años sucesivos.
También nos encontramos que, pese a sus orígenes pistards, no le gustaban demasiado las pruebas de fondo. “Cuando participaba en madison, no tenía la suficiente técnica. Donde no llegaba mi maña lo suplía con la fuerza. Como resultado de ello sufría constantes episodios de inflamación en las rodillas. Por eso no me gustaban las carreras de seis días”, refiriéndose a la tensión que le producía en las rodillas los momentos del relevo, y que tantos problemas le causaría posteriormente en su carrera. Es curioso, pero esa aversión también se trasladaba al momento de rodar en pelotones amplios, sobre todo en sus primeros años, debido a su escasa experiencia en categorías inferiores.
¿Y el récord de la hora? Según nos cuenta Fottheringham, plantearon afrontarlo en 1978 y 1979, aprovechando la forma del Tour. Sin embargo, el bretón reconoce que “a estas alturas del año no te pones a pensar en el récord de la hora. Todo estaba preparado, menos yo”. Y es que no disputar los otrora lucrativos critériums y no poderse preparar para el Mundial era algo que no entraba en sus planes.
Sin embargo, en 1980, Hinault disfrutaba de unas horas de asueto con Merckx plasmadas en un paseo en tándem y una conversación con el ‘Canibal’ en la que se trató el tema del récord de la hora, como nos muestran estas imágenes de la RTBF… y la definitiva renuncia del bretón.
Independientemente de estos aspectos menores de Hinault como pistard, el libro ‘Hinault. El Tejón’ tiene el gran atractivo de haber sido escrito por el hombre que ya había publicado ‘Merckx, Le Cannibale’, publicado también en España por Libros de Ruta con el título de ‘Merckx: mitad hombre, mitad máquina’, y en el que la comparativa entre los dos supercampeones nos muestra una teoría bastante interesante, sobre la que no os desvelo más. ¿Ha sido Hinault el ciclista más fuerte de la historia?