Pocas veces se le ha visto tan maravillado a Vladimir Karpets, un gigante de ciclista, como en aquella salida del Tour de 2005 donde habló por primera vez con Oleg Tinkov. “Salchichas de un metro”, decía el corredor ruso, alargando los brazos como un pescador exagerado, “y cervezas de un litro. Así son sus restaurantes. Ese es su negocio. Se ha hecho millonario y quiere crear un equipo ciclista”. Y lo decía tan entusiasmado Karpets que costaba trabajo no creer que se había vuelto loco. ¿Cómo podía pensarse que uno podía hacerse millonario, incluso en Rusia, la tierra de los grandes negocios, con un restaurante de cervezas y salchichas?
Aparte del nivel magnífico de los coches aparcados en su puerta (Mercedes amarillos deportivos, todoterrenos BMW y así) y del arco de detección de metales en el vestíbulo, el restaurante Tinkoff (con dos efes, una forma de darle falsa raigambre aristocrática a su apellido: Oleg Tinkov no es de origen aristocrático, sino el hijo de un minero de Siberia), en una bocacalle de la Perspectiva Nevski de San Petersburgo, no ofrecía muchas más pistas para poderlo considerar la mina de oro de la que hablaba Karpets.
Artículo de Carlos Arribas en elpais.com