Aquel Tour no admitió discusión, incluso en un equipo dividido, Contador siempre lo tuvo en su mano. Una carrera, un momento. Para Alberto Contador si hubo un momento mágico, esos instantes en los que te sientes invencible, señalaría el Tour de 2009, una obra perfecta.
Pertrechado en el poderosísimo Astana, el madrileño se veía rodeado de gente como Kloden, Leipheinmer, Popovich, Haimar Zubeldia…. Un bloque de quilates como pocas veces se ha visto en una grande, un bloque que desde luego no era una balsa de aceite.
Desde el momento que en la Vuelta de 2008 se supo que Lance Armstrong volvía, la cosa empezó a nublarse. Desconfianzas, caras largas, trincheras dentro del equipo: Astana era un hervidero de rumores y cotilleos que excedían con mucho lo deportivo, pues en su seno había cuestiones muy alejadas de lo deportivo.
Y con esa marmita empezó el Tour en Mónaco: Contador, líder, y Armstrong, líder. Un desmadre en toda regla que se escenificó camino de Montpellier, un corte, un instante de duda, dejó a Contador atrás y el americano delante, con varios compañeros con él, para más inri y morbo.
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