Redacción / Ciclo 21
Aprovecho el cierre de la campaña de gran ciclismo para recordar a Óscar Freire.
Viendo a Óscar Freire en la Vuelta, de embajador de un patrocinador, o hace un par de semanas en el stand de MMR en Sea Otter, recuerdo el día que le cambió la vida.
Estaba un servidor en Ermua: Frente al televisor nos apostamos a ver el Campeonato del Mundo de Verona de 1999.
Era una edición con favoritos muy claros. Jan Ullrich y Frank Vandenbroucke metían miedo. Venidos de la Vuelta, estaban en un punto dulce. En ese grupo estaban además el campeón vigente, Oskar Camenzind, y Francesco Casagrande. Todos mostraban, todos evidenciaban. Se dejaban ver en cabeza, atacaban.
Siempre en segundo plano, perenne, nunca más atrás de la quinta plaza, Oscar Freire.
Aquel risueño ciclista de Torrelavega estaba en el límite.
Accedió al profesionalismo sólo un par de años antes, pero el proyecto que le acogió nació para otras tantas temporadas.
El Vitalicio Seguros dejaba una buena ristra de ciclistas libres y entre ellos Freire. Sabedor de que aquello estaba siendo grande se “desacomplejó”, probó primero con el campeón Camenzind y luego en esa eterna recta quedó para siempre ese ataque certero por la derecha cuando todos circulaban por la izquierda en serpenteo.
Consulta el artículo completo en el Cuaderno de Joan Seguidor.