19ª Tour Francia: Los diferentes dolores de pierna

Richard Carapaz en el Tour de Francia © ASO

Rafa Mora / Ciclo 21

Hablemos de los dolores de piernas. De tantos y tan variados. Hablemos del dolor de piernas, así, por ejemplo, de Ciccone, de Carlos Rodríguez, de Mas, de tantos otros que siguen, o pretenden seguir el ritmo del grupo ya en el tercer puerto de hoy, Isola 2000, con todo lo acumulado, y ven que no, que ay, uy, ough, que no, que subir suben pero a ese ritmo, imposible.

Hablemos del dolor de piernas de Carapaz, que siendo parecido al de Simon Yates, habría que puntualizarlo. Porque Carapaz, cuando ve que Pogacar lo alcanza y supera, se pega a la rueda un trecho para ver si lo acerca a Yates, que se le ha ido, y eso consigue, un poco, pero al final la sentencia entre el ecuatoriano y el esloveno es que el primero se levanta, se sienta, cabecea, lucha, y el segundo va a lo suyo, aparentemente sin agonía. Luego está el dolor de piernas de Yates, que es peor que el de Carapaz porque este ya tiene en el zurrón una etapa, y el británico, por mucho que ha porfiado, sigue a cero y no sé si pinta a eso ya definitivamente. Es decir, que Yates, cuando ve que Pogacar se le pone al lado, hace el ademán, de cabeza y espíritu, y se pega a la rueda por pretender, como hizo el ecuatoriano antes, que el esloveno lo acercara al siguiente escalón, que era Jorgenson. Pero, ay la realidad, ese intento de Yates dura ¿cuánto? ¿tres segundos? ¿cuatro? Ese dolor de piernas es el que te estalla todo, porque sencillamente no puedes más, estás absolutamente derrengado, cocido, molido, muerto.

Otro dolor de piernas, parecido pero un poco menos porque ya no hay ni ademán ni intención de seguir es el de Jorgenson. El norteamericano, cabeza de carrera, a dos de meta, que se lanzaba junto con Kelderman en la escapada del día que alcanzó los cuatro minutos a ver si ganaban una etapa para el Visma en lo que parecía inicialmente un movimiento para preparar un ataque -que no llegó- de Vingegaard, luchaba por todo o nada. Y nada era que en un santiamén Tadej se pusiera a su estela y, además, sin opción posible, le demarrara. Ahí Jorgenson ya ni sentía ni padecía, el pobre.

Y luego está el dolor de piernas, este sí, tremendo, de Vingegaard, que visto que miraba más para atrás que para adelante en la clasificación general, tenía preparado el poxipol entre su rueda delantera y la trasera de Evenepoel. El belga, aguerrido, saltó a por Pogacar cuando atacó el esloveno a 10 de meta, y se le soldó el danés que sabía que su guerra era esa, la de estar con Remco, y gracias, y el belga, sabio, levantó el pie a esperar a uno de los más grandes al que un día dedicaremos un texto: Landa. Su escudero, su fiel Landa, que llegó desde atrás para apretarle las tuercas a Jonas o, como poco, a darle más miedo, porque vamos a por ti. Y así fue, que Remco volvió a atacar, pero también que Vingegaard y su monumental dolor de piernas respondieron y se soldaron. Ay, papito, qué duro.

Así es que los dolores de piernas, de todos, menos de uno, siguieron hasta arriba, con Remco resignado y vigilante -enorme el gesto de Jonas diciéndole que no le iba a atacar en el sprint final-, y Pogacar a lo suyo como si acabara de levantarse de la cama más fresco que una rosa. La agonía, la que todos llevan estos días en el cuerpo y que se refleja en gestos, movimientos, estrategias y rostros, no parece existir en el esloveno, que va más rápido que todos como si el dolor de piernas fuera una cosa de gente rara, pensará, cuando los demás, o muchos de ellos, lo que debaten es la necesidad que tiene el chaval de amarillo de machacar de esta manera a todos. Pero ese es otro debate, coach.

Viva el Tour.

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