Récord hora: Indurain y su fallido intento 29 años después

Indurain © JS

Trackpiste / Ciclo 21

El 2 de septiembre de 1994, Miguel Indurain entraba en la historia del récord de la hora al establecer una nueva plusmarca, con 53,040. Y a pesar de la satisfacción por el éxito, pronto se comenzó a pensar que el navarro tendría que afrontarlo nuevamente. Primero porque pareció que se había quedado corto, que tenía en las piernas un registro mucho más amplio. Segundo, porque su gran rival Toni Rominger le arrebataba la plusmarca apenas mes y medio después (53,832 km), mejorándola aún más el 5 de noviembre, cuando la disparó hasta los 55,291 kilómetros. Y tercero, teniendo en cuenta que el Mundial de 1995 se disputaba en Colombia, y ello posibilitaría afrontarlo en altitud, en las semanas siguientes, lo que le daba en teoría una ventaja competitiva.

Desgraciadamente el segundo intento de Miguel Indurain, del que precisamente hoy se cumplen 29 años -el 15 de octubre de 1995-, no fue tan exitoso, y además provocó una tensión en el seno de Banesto que posiblemente sería un elemento primordial para llevarle a esa retirada que anunciaría apenas un año después, el 2 de enero de 1997. Pero este no es el tema.

El caso es que el 2 de septiembre Indurain se fue a Colorado con el fin de preparar en altitud el Mundial de Duitama, junto a Santi Blanco y el ‘Chava’ Jiménez… pero aprovechando la circunstancia para matar dos pájaros de un tiro, para afrontar “en un máximo de diez o doce días después del Mundial”, como decía José Miguel Echavarri el récord de la hora, “aprovechando la inercia de la forma de Miguel en ese momento. Los primeros días deberá dedicarlos a recuperarse del esfuerzo del Mundial y los siguientes a adaptarse a rodar en pista”. Una idea que no le seducía especialmente al campeón navarro, pero que aceptó sin demasiadas quejas, como solía hacer casi siempre

Muchas dudas sobre la sede hasta elegir Bogotá

Pero realmente estaba cansado de una temporada durísima y si por él hubiera sido, habría dado por terminada la temporada, sobre todo después de ese Mundial que supuso ese histórico doble-doblete del ciclismo español, a cargo de Indurain y de Olano. Pero la maquinaria ya se había puesto en marcha. Se barajaron numerosas sedes, desde el tradicional velódromo de México, escenario de las marcas de Eddy Merckx o Francesco Moser, hasta Quito -de moda en aquella época por el récord de Escuredo- o incluso Bolivia. No obstante, se pensó que, dada la poca experiencia de Indurain en la pista, lo mejor sería un velódromo largo, de 333,3 metros mejor que de 250, como podía ser el de Cali. Y el Luis Carlos Galán de Bogotá, recien estrenado en el Mundial, era el que quedaba más cerca.

Miguel Indurain, con su icónica Pinarello.

No hubo dudas en esta ocasión sobre la montura, ya que se trataba nuevamente de la Espada, algo más plana que la primera versión, y casi con el mismo peso (7,2 kilos), pero con tan pocas modificaciones que no necesitó una nueva homologación, aunque ya entonces se diseñó la horquilla con los agujeros de las pelotas de golf para mejorar la aerodinámica.

El 11 de octubre tuvo el primer contacto con la pista, por espacio de tres horas entre calentamiento, series y descanso, y a una hora muy tempranera, antes de las ocho de la mañana. No se tomaron en cuenta los tiempos, sino ajustar la posición, los desarrollos y demás material, y comprobar que el viento iba a ser el mayor enemigo de Indurain, por lo que no estaba tan claro si se podrían usar ruedas lenticulares. Por ello, la empresa Postobón se comprometió a colocar unos paneles publicitarios de 14 metros en la altura, que en realidad no eran sino cortavientos.

El intento del día siguiente no fue especialmente satisfactorio. Se madrugó un poco más -a las seis y media- para evitar el viento, pero el rocío de la madrugada había dejado la pista impracticable, y cuando se pudo arrancar ya eran casi las nueve de la mañana… y el viento ya había hecho su aparición. Las referencias no fueron demasiado optimistas para Sabino Padilla, el preparador de Indurain y el ‘alma mater’ del intento. Echavarri mostraba más esperanza e Indurain se limitaba a decir que “no seré yo quien tome la decisión sobre si se hace o no”.

Finalmente, el ensayo del sábado 14 fue algo más favorable, aunque quizá demasiado intenso a sólo un día de la tentativa, que se confirmaba para el domingo, con la duda aún sobre si se usarían ruedas de bastones o lenticulares, y decidirse finalmente por el 62×14 (en Burdeos había usado el 59×14), que le obligaría a una cadencia de 100 pedaladas si quería superar la plusmarca de Rominger. Y nuevamente con Canal+ en directo, pagando una importante suma lo que le valió de argumento a aquellos que pensaban que el récord tenía un importante componente económico.

Lo que estaba claro era que habría que madrugar, ya que la tentativa comenzaría a las seis de la mañana -lo que le suponía al ciclista levantarse a las tres- con la esperanza de que el viento no apareciese. Desgraciadamente duró 32 minutos y 8 segundos -aunque otras publicaciones hablan de 31’40”-, y no la hora que se esperaba, cuando llevaba 28,666 km. recorridos a un promedio de 53,525 km/h. y un retraso respecto a la progresión marcada por Rominger de casi un minuto.

Las razones de un ‘mal día’

¿Razones de lo que en Banesto llamaron simplemente ‘mal día’ sin querer usar nunca el término fracaso? Se habló del viento, aunque el equipo nunca facilitó los datos y por otros medios se dijo que no había sido demasiado intenso, aunque sí racheado: prueba de ello es que salió con las dos lenticulares. Se habló del frío, ya que la temperatura era de 10 grados cuando inició su tentativa, aunque el corredor dijo que había calentado convenientemente y que no lo notó, Se habló de la humedad, superior al 90%, que sí afectaría a su respiración. Se habló de que comenzó muy fuerte y la prueba es que en la primera parte tenía mejores parciales que Rominger y que mejoró al paso los récords de España. 

“Lo cierto es que en algunos momentos si ha soplado el viento, he tenido que cambiar el ritmo, he perdido la cadencia y he comenzado a sentirme incómodo. Empecé a no sentirme a gusto para mover el desarrollo y los tiempos iban progresivamente a menos”, para decidir finalmente parar “porque las referencias no eran las que nos habíamos marcado, iba cada vez a menos y veía que no recuperaba”.  Y también se habló de que la preparación distó mucho de ser la adecuada, con una semana escasa en pista, cuando Rominger había estado casi tres.

Echavarri reconoció que quizá se habían equivocado al optar por la altitud, y ahí entraron las discrepancias sobre las que hay más rumores que información contrastada al cien por cien. Es cierto que su director le propuso repetir unos días más tarde en Cali, cuando estaba en la sesión de mansaje tras la intentona. Pero también que Indurain se cerró en banda, porque quería regresar a casa, de donde llevaba fuera casi dos meses. Y es que cuando decía no, era difícil que cambiase de opinión. Posiblemente hubo bastante tensión, sin que se pudiera confirmar el portazo de Indurain al abandonar la habituación. Pero es evidente que aquello marcó un antes y un después en la relación del ciclista y sus directores. Y de estos con un Padilla que también se oponía a ese intento inmediato, y que abandonó el equipo a final de año, aunque seguiría siendo el preparador de Indurain.

No obstante, de cara a los medios se mantuvo más diplomático, diciendo que “lo volveré a intentar antes de retirarme porque la marca actual está a mi alcance y la que tengo es demasiado baja”. Desgraciadamente no hubo dos sin tres.

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