Uno de los aspectos que más me ha sorprendido de mi reciente visita a los Lotto Zesdaagse Vlaanderen-Gent (Seis días de Gante) fue el notable uso de la música en la popular prueba de Seis Días, cómo una combinación de temas ochenteros, de música disco y de canciones populares supone una banda sonora de lujo para un espectáculo que trasciende a lo que es el ciclismo en pista.
Sin embargo, ninguna de ellas puede considerarse como el auténtico himno de este tipo de pruebas: este honor le corresponde, sin duda, al ‘Wiener Praterleben’, un vals que compuesto en 1892 por Siegfried Translateur, que fue su obra más popular, pero que alcanzó la inmortalidad, transformado, gracias a sus cuatro silbidos, en el ‘Sportpalast Waltz’, el vals del Palacio de Deportes, gracias a un personaje singular llamado Reinhold Franz Habisch y apodado ‘Krücke’, es decir Muleta, sobre el que he podido descrubir su historia gracias a que Yesterday’s Velodromes me puso sobre la pista.
Nacido el 8 de enero de 1889, en Berlín, Habish creció fascinado por esa época casi prehistórica del ciclismo y en concreto por su compatriota Josef Fischer, el primer ganador de la París-Roubaix. Pero la carrera ciclista de Habish se truncaría antes de empezar, en 1905, con apenas 16 años, al ser atropellado por un tranvía cuando montaba en bicicleta. Salvó la vida, pero no la movilidad de su pierna, teniendo que depender de las muletas el resto de su vida.
No por ello su afición por el ciclismo disminuyó y comenzó a ser un asiduo de las pruebas ciclistas, especialmente en los Seis Días de Berlín, nacidos en 1909 y desde 1911 disputándose en el Sportpalast, aunque no podía permitirse por su origen humilde más que una simple entrada en el pajar, como se denominaba a la parte alta del recinto. Pero no fue hasta 1923 cuando sonó el ‘‘Wiener Praterleben’ de Translateur, y comenzó la gloria de Habish: se metió dos dedos en la boca y remató el vals con cuatro silbidos seguidos y así nació esa melodía absolutamente pegadiza de los Seis Días, que terminaría todo el mundo conociendo como el vals del Palacio de Deportes.
Por aquel entonces, ya se le conocía como ‘Krücke’, un apodo que recibió cuando en una velada con sus amigos -jugando y bebiendo como el mismo contaba- sintió la imperiosa necesidad de ir al servicio y reclamó su muleta a gritos… que se transformarían en el apodo que le acompañó de por vida.
Pronto se transformó en todo un personaje, primero por su astucia para descolgar una lata desde el pajar a las gradas de los aficionados más pudientes para que recompensaran económicamente con unas monedas sus actuaciones. Luego, aprovechando su fama para hacer publicidad de distintas marcas cerveceras vestido con sus camisetas. Su originalidad y su popularidad iban a la par con su engreimiento, incluso con sus malos modales, a veces terminados en pelea, donde era un adversario complicado… por sus muletazos, por lo que durante un tiempo se prohibió su entrada en el Palacio de Deportes. Claro que la reacción de sus fans -y las amenazas en forma de quemar el palacio- supusieron que se revirtiera rápidamente la medida.
Otro punto importante de la biografía de ‘Krücke’ fue su afición al boxeo. Desde joven fue seguidor de Max Schmeling, uno de los mejores púgiles del periodo de entreguerras, y cuando este se proclamó campeón del mundo de los pesos pesados en 1930, le financió la compra de un estanco que sería desde entonces su modo de vida, lo que le permitió vivir con más holgura e incluso dedicarse con más intensidad a su condición de animador, ya que fue requerido por otras pruebas similares en Alemania y en el extranjero.
Sin embargo, la llegada de los nazis al poder en Alemania cambió la suerte de nuestro protagonista. Primero, porque se consideraba a este tipo de diversiones como ‘Entartete Kunst’, arte degenerado, un tipo de diversión que no satisfacía a los jerarcas alemanes. Segundo, porque Translateur tenía ascendencia judía y se prohibieron sus obras. De hecho, moriría en el Ghetto de Theresienstadt.
Y tercero, porque en la edición de 1934, sonó el ‘Sportpalast Waltz’, silbado por ‘Krücke’ y los 10.000 espectadores que se dieron cita por última vez antes de la Guerra, ya que la prueba no volvió a disputarse hasta 1948. Habish quedó señalado, y el hecho de que no penalizara a los judíos como clientes le supuso el cierre de su estanco, y el que no fuera precisamente bienvenido en cualquier tipo de manifestación.
Después de la guerra seguiría con su afición al ciclismo, aunque no hay tantos datos sobre su protagonismo, hasta que falleció el 7 de enero de 1964, un día antes de cumplir 75 años, y aunque acudieron numerosos ciclistas y celebridades a su entierro, en el mismo sonó su vals, el himno de los Seis Días, aunque ya sin el acompañamiento de sus peculiares cuatro silbidos.
En este reportaje, si sabéis alemán, tenéis más información sobre este curioso personaje.