El monótono sonido del coche de la Fundación Euskadi al circular por las rugosas carreteras portuguesas no consigue adormecer a ninguno de sus ocupantes. A pesar del cambio de hora y del cansancio, la excitación y la alegría comanda el ánimo de la expedición. Gorka Gerrikagoitia conduce el coche, a su lado, Illart Zuazubiskar le pregunta con timidez sobre cómo sería correr en World Tour. Y detrás de “Gerri”, entre un bosque de ramos de flores, apoyado a duras penas junto a una pila de cestas que rebosan productos típicos portugueses, Carlos Barbero no deja de revisar su móvil, que hierve en felicitaciones. El sigue aún vestido de pódium. Aunque en el coche hace calor, a él no le sobra su maillot, el de líder final de la Vuelta al Alentejo.
Durante el trayecto, resultan innumerables los recuerdos, las continuas alusiones a la carrera. Porque el camino a ese maillot amarillo no ha sido fácil; de hecho pudo haberse truncado en la primera etapa, fruto de una maniobra indebida de un corredor en el sprint final que a punto estuvo de costarle un buen susto: “A esa etapa llegaba con muchas ganas porque la conocía, hice décimo el año anterior, me encontraba bien y hubiese quedado segundo en condiciones normales, pero el corredor que me cerró me lo impidió, pero luego le descalificaron, más que nada me daba rabia por la bonificación”, relata el corredor burgalés.
Sin embargo, sería la tercera etapa la que, a la postre, marcaría el desenlace final de la prueba: “Pienso que allí estuvo la vuelta, fue un final agónico , el más duro de la vuelta, en mi opinión”, señala con los ojos abiertos, pareciendo visualizarse de nuevo reptando por una pared de adoquín mientras añade que “en los últimos metros iba el cuarto, pero saqué todo lo que tenia para bonificar, aunque Prades estuvo muy fuerte”, reconoce, para posteriormente recordar cómo, sin apenas aire, sólo le quedaron fuerzas para soltar la bicicleta nada más cruzar la meta y buscar el acomodo de una de las vallas publicitarias. En ese momento sería reclamado al podio. Era el nuevo líder de la prueba.
La cuarta etapa era especial para Carlos, la tenía marcada con una cruz, una bien grande: “La tenía en mente desde diciembre, allí mismo hice cuarto el año pasado, me gustaba mucho el final”, explica aceleradamente pero, con un pequeño gesto de desconsuelo reconoce que “ me pudieron las ganas y lancé el sprint demasiado pronto, pero obtuve más renta sobre el segundo de la general que era lo importante”, afirma con una sonrisa.
Y por fin, tras la quinta etapa, una vez cruzada la línea de meta y certificadas las felicitaciones de Prades (OFM) y Hnik (Etixx), segundo y tercero en la general respectivamente, ya sólo quedaba subir esas ansiadas escaleras, las del pódium. El recuerdo de las sensaciones allí arriba vuelven a emocionar a Carlos: “En realidad no eres del todo consciente, me imagino que cuando pasen unos días me daré mas cuenta , pero lo que si sé desde ya es que son muchos años de trabajo para un instante de gloria”, acierta a explicar para reconocer que, desde luego “merece la pena con creces todo el esfuerzo hasta llegar aquí”, finaliza.
Imposible no hacer alusión a la posibilidad de haber rematado el “premio gordo” con otra victoria de etapa, pero a Carlos esa ausencia de victoria parcial no le borrará la sonrisa: “Hubiese sido bonito ganar el cuarto día de amarillo y a todos nos gustaría ganar más, pero la verdad que la general es mucho más importante y me voy más que satisfecho. Creo que lo hubiésemos firmado todos”, reconoce sin ningún tipo de dudas.
Pero Carlos cree que ha habido mucho más, algo más importante que el resultado, de lo que también es necesario hablar; El compañerismo del equipo: “Quiero y debo hacer mención a mis compañeros, ellos me han dejado impresionado por cómo han sabido trabajar y controlar la carrera”, describe con admiración mientras los enumera uno a uno. Tras una pequeña pausa para apurar un refresco no duda en añadir con orgullo que “ahora todo el mundo ve la punta del iceberg pero son ellos los que han estado en la base sujetando”, finaliza agradecido.
Las horas pasan en la carretera, ya en España la noche es cerrada, las conversaciones mucho más intermitentes, casi apagadas. La radio se intuye suave, casi imperceptible. Sin embargo, el sonido de una llamada al teléfono de Gerrikagoitia espabila de nuevo a Carlos. Es Madariaga. El mánager que “lucha y trabaja por nosotros en la sombra para que podamos disfrutar de estos momentos”, pero, sobre todo, el culpable de que Carlos haya podido seguir peleando por su sueño. De que hoy esté vestido de amarillo y no en otro lugar, quizás alejado del ciclismo. Tras la llamada, Gerrikagoitia observa el rostro de Carlos por el retrovisor mientras desliza su mano izquierda hacia su pierna para obsequiarle con una pequeña palmada. Mensaje recibido. No hace falta más.
Fuente: Rafa Simón. Prensa Carlos Barbero
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