Tres años han pasado desde que los organizadores de la Vuelta a Flandes decidieran dar por amortizado el Muro como punto decisivo del final de su carrera para darle mayor protagonismo al Oude Kwaremont. Un experimento que en los dos primeros años (2012 y 2013) dejó un sabor agridulce ya que eran muchas las voces que alertaban sobre el hecho –casi un sacrilegio para los más puristas– de que grandes grupos llegaban a la meta con opciones de triunfo en una prueba que está hecha y pensada –o al menos eso consideran los más críticos– para el lucimiento personal del más fuerte de la manada. Este año 2014 desde Flanders Classics quisieron oír a esos críticos y remozaron el final de la carrera. Con el Oude Kwaremont todavía como gran protagonista, ‘movieron’ el Koppenberg 80 kilómetros para situarlo a 40 de meta y no a los 120 de ediciones anteriores.
No cabe ninguna duda de que ese movimiento fue todo un acierto. El Koppenberg no fue el punto más decisivo de la carrera, pero su situación intrascendente anterior no tenía absolutamente ningún sentido. Para los más despistados en esto de las clásicas flamencas, sería como poner el Angliru al principio de una etapa de 220 kilómetros. Muy duro, sí, pero sin ningún tipo de sentido.
El enésimo descalabro del Omega Pharma-Quick Step, sin duda el equipo más fuerte como conjunto en la jornada de ayer, no hizo más que confirmar el acierto de los diseñadores del recorrido. La escuadra de Patrick Lefevere (dirigida por Wilfried Peeters) no da pie con bola desde la desaparición del Muro. Su planteamiento táctico, la estrategia dibujada desde el autobús, su guión preestablecido para la carrera… todo salta una y otra vez por los aires ante una tozuda realidad. Un escenario tan testarudo como su nuevo dominador Cancellara: la Vuelta a Flandes ya no premia al corredor que mejor plantea la carrera. ‘De Ronde’ se ha convertido en una prueba que sólo puede ganar un corredor: el más fuerte.
Algunos me rebatirán, y con razón, que también hay que incluir en esa ecuación a la suerte. Y, claro, tenemos que hacerlo. El mejor ejemplo puede ser el de un Stijn Devolder que, pese a sus dos caídas, tuvo arrebatos de brillo que hacen pensar que, sin la mala suerte, podría haber estado en ese grupito final. Pero no nos equivoquemos. Que los ganadores nunca se caigan no es una casualidad. Cuando uno está fuerte, y más en este tipo de carreras, es capaz de evitar caídas y disgustos. Pero, si el lector quiere que le reconozcamos la importancia de la suerte lo haremos. Para todo en la vida hay que contar con ese puntito del azar.
El OPQS volvió a dejarse la piel durante toda la jornada. Cuando la escapada se formó, fueron los hombres de Boonen los que se colocaron al frente del pelotón para controlar la distancia de los fugados. Incluso desde el coche se les conminó a dejar que otros –Cannondale o Trek– tomaran algo de responsabilidad en el asunto. Sus movimientos eran milimetrados. Cada uno de sus ocho corredores cumplió su papel a la perfección. Parecía una suerte de prueba de persecución por equipos en pista. Los relevos eran perfectos. El que terminaba su trabajo podía retirarse a descansar.
Pero llegó el momento decisivo. Ese que separa, como dijo alguien, a los niños de los hombres. Boonen, que había montado su numerito poco antes en una de las primeras ascensiones del día, siguió el guión. Sagan y Cancellara –amén de otros nombres– se dejaron llevar por sus sensaciones y por el hecho de que se encontraban más solos que la una. Peeters, desde el coche, no se inmutaba por los cambios que se producían en cabeza. Ajeno a la realidad que se forjaba a su alrededor, seguía dando órdenes a sus corredores conforme a su propia hoja de ruta. Incluso cuando estaba claro que se iba a producir el movimiento definitivo, decidió mandar a Vandenbergh con Van Avermaet, una decisión que no tenía sentido alguno ya que, incluso si llegaban solos a meta, era virtualmente imposible que el primero le ganara al segundo.
El resto, todos lo conocemos (y, si no, siempre pueden consultar la crónica y vídeo que les hemos preparado en Ciclo 21). Cuando Cancellara se arrojó a por su tercera Vuelta a Flandes ni Boonen, ni Terpstra, ni Stybar… nadie le siguió. Y no fue solo por falta de fuerzas, sino porque no tocaba. No estaba escrito. Tenían a Vandenbergh por delante y no había necesidad de responder a Espartaco ya que, sobre el papel, podían controlarle desde delante. Pero lo que, después de tres años no han aprendido ni Peeters, ni Lefevere y, parece, que tampoco Boonen, es que la Vuelta a Flandes del siglo XXI no se dibuja sobre un papel en el autobús. Esta nueva Vuelta a Flandes, gracias a Dios, se disputa sobre el asfalto (es un decir) y sólo está al alcance del más fuerte.
¿No me creen? De los cuatro hombres que llegaron ayer a la meta para disputarse el triunfo Cancellara era, seguramente, el peor sprinter con permiso de Vandenbergh. Pero, como luego reconocerían todos ellos, sus rivales llegaban sin un gramo más de fuerza. No tenían capacidad de protagonizar ni el más pequeño cambio de ritmo. Solo el Expreso de Berna podía, a esas alturas, imprimir esos watios necesarios que marcaran la diferencia. Sólo de esa manera fue capaz de alcanzar su tercera Vuelta a Flandes. La conclusión es clara: menos papel y boli y más watios en los pedales. La Vuelta a Flandes se rige, por fin, por la ley del más fuerte.