Se disputaban las clásicas de primavera y la alarma sonó, atronadora, en el pelotón internacional. Las caídas, algunas tan graves como la de Vansummeren en la Vuelta a Flandes, parecían haberse multiplicado en comparación con temporadas anteriores. Una sensación que, seguramente, no fuera del todo cierta –ya se sabe que para algunas cosas, los humanos tenemos una memoria muy selectiva–, pero que suscitó un gran debate. Los más agoreros, como siempre, quisieron ver cosas donde, probablemente, no las haya y llegaron a promover que se prohibiera la salida a corredores que estuvieran en tratamiento con medicaciones relajantes o contra el dolor. Como si, a pesar de la tensión y la activación que supone formar parte de un pelotón en una carrera de primera nivel, no fuera suficiente como para andarse bien despiertos. Como si el grupo estuviera lleno de una suerte de autómatas zombis babeantes y dormidos.
Ha llegado el Tour de Francia y, por fortuna, sólo las malas artes de Mark Cavendish han propiciado una caída grave que, al menos en esta ocasión, se ha cobrado al de la Isla de Man como víctima y no a ningún otro corredor a modo de daño colateral. En cualquier caso, imaginamos que el porcentaje de zombis babeantes y dormidos será el mismo que durante la primavera.
Pero lo que pone los pelos de punta, para bien y para mal, es la cantidad de gente que ha salido a la calle en Inglaterra para saludar el paso del Tour de Francia. Cientos de miles de personas que, a poco que la llegada de hoy en Londres se parezca un poco a lo que fue el Gran Départ de 2007, convertirán la visita a Gran Bretaña en un exitazo. Pero, bien sea por la poca costumbre del ciudadano inglés a ver carreras desde la cuneta; bien por la imperiosa necesidad que todos parecemos tener ahora de colgar en las redes sociales la última chorrada de nuestro día a día, los corredores han alzado la voz alertando del peligro que supone circular por calles tan atestadas de gente.
Hemos visto imágenes de aceras prácticamente vacías mientras el público se situaba en la propia calzada. De padres que se apartaban a última hora ante el paso de los ciclistas olvidando cerciorarse de que sus hijos hicieran lo propio. Incluso, qué cosas, hemos visto a toda una familia apartarse a escasos metros de un inevitable impacto contra el pelotón dejando, ahí queda eso, a un señor en silla de ruedas en mitad del meollo. Pese a todo, nada de ello tan peligroso como la maldita moda de los selfies.
Los corredores han puesto el grito en el cielo, aunque uno de estos autorretratos se haya hecho viral gracias a la participación, nada más y nada menos, de Alberto Contador y, en menor medida, un sonriente Chris Froome.
Best selfie of #TDF so far. Is it a thumbs up or a «pistolero» from @albertocontador?? – keep ‘em coming #Tinkoff4TDF pic.twitter.com/0t8Zvuzrl1 — Tinkoff Saxo (@tinkoff_saxo) julio 5, 2014
Pero, independientemente de la absurdo que pueda resultar estar horas esperando el paso de la carrera para, en el momento crucial, darse la vuelta y tomar una instantánea en la que en la mayor parte de los casos va a verse nuestra frente y unos corredores desenfocados de fondo, el personal parece haber perdido la cabeza por completo a la hora de “posar” para conseguir la mejor foto. Metidos de lleno en la trazada de los corredores, hemos visto como sólo la pericia de estos y la suerte –ese Ángel de la Guarda tan presente en el ciclismo – han evitado males mayores.
Por fortuna, la mayoría de #TDFSelfie están siendo mucho más respetuosos con los ciclistas, pero el pasado ya nos ha dado sobradas muestras de que sólo hace falta un tonto para arruinar la carrera –y la temporada– de un corredor o, esperemos que no, causar un gravísimo accidente.