Diez etapas de Tour de Francia nos han servido para demostrar que los pronósticos, aunque necesarios, muchas veces son inútiles. Este Tour, una carrera que en esencia está siendo preciosa, poco o nada ha respondido al guion inicial. Cuando en Inglaterra todos lanzaban diatribas y soflamas alrededor de los mejores posicionados, casi nadie dejaba fuera del top 2 a Chris Froome y Alberto Contador. Dos era la cifra mágica de los favoritos, la ecuación perfecta para el éxito, el número redondo. La carrera sin embargo llegó al primer día de descanso sin ninguno de los dos.
Hay una regla no escrita que habla de los Tours pasados por agua. Pueden ser una tumba para los favoritos o significarles el maná caído del cielo. Ahora, haciendo memoria, nos vienen dos ediciones marcadas por la lluvia. En 1996, por ejemplo. Aquella carrera partía de S´Hertogenbosch, una localidad neerlandesa de compleja pronunciación. Recordarán algunos aquella carrera, salió mojada y siguió así hasta la primera jornada alpina. Entre medio etapas de auténtico diluvio como la de Aix Les Bains, villa termal donde Lance Armstrong puso pie a tierra poco antes de saber que estaba siendo carcomido por un cáncer.
Esa edición del Tour vino marcada por la posibilidad de récord de Miguel Indurain. Estaba a un paso de alinear seis Tours, algo que ni los más grandes pudieron lograr. Sin embargo, cada tarde, ajeno al mundanal ruido, en la intimidad del hotel, cuando el navarro se aposentaba en la camilla para ser pasto del masaje, su masajista veía que aquellas piernas estaban duras y pesadas. No recuperaban como antaño. Una luz roja se encendió en “chez Banesto”. El líder estaba tieso y así se vio esa tarde de sábado de julio de insomnio y malos recuerdos, la tarde de Les Deux Alpes, otro tránsito marcado por la lluvia, y las lágrimas del líder Heulot, cuando se descolgaron él y su gran rival, Alex Zulle, de quienes dominarían aquella edición.
Luego, al paso de los años, hubo otra edición especialmente húmeda, la de 2004. Con una primera semana pestosa, llena de trampas y chuzos como cantos, Thomas Voeckler se vistió de amarillo en la preciosa villa de Chartres, garante de la mejor catedral gótica de Francia. Entre el pavés, que eliminó a mayo, y la incesante lluvia de la Bretaña, Armstrong se creció hasta el punto de hace inútil la reacción de Ivan Basso y los T Mobile con Andreas Kloden al frente, pues Jan Ullrich estaba ahogado.
Con estos precedentes no es de extrañar que cualquier cosa pusiera pasar en este Tour. Curiosamente fue la capital del viejo mundo, Londres, quien marcó la entrada de la lluvia en la carrera y desde entonces raro es que no caiga un chaparrón al pelotón. Chris Froome se fue amargado de carrera por las caídas y la insoportable conducción de su máquina con dos muñecas rotas antes de entrar en pavés. A los pocos días, Alberto Contador, quien en ese pavés mostró el pavor a un percance, también dijo adiós por una caída en un momento aparentemente intrascendente, en una caída en un puerto de entre los Vosgos y el Jura.
Con los dos mejores posicionados fuera de carrera la verdad es que las cartas no parecían marcadas más allá de la de Vincenzo Nibali, un corredor que de no estar en esta situación seguramente convertiría el Tour en una carrera de supervivencia, al más puro estilo Arenberg, que habría puesto, a buen seguro, a prueba los nervios y el temple de los dos grandes favoritos.
Es obvio que en un mano a mano directo y sin matices, Nibali claudicaría ante Contador y Froome, pero una carrera como el Tour, sobre todo este Tour, sembrado de dificultades, trampas y por lo visto también de lluvia, el italiano habría tenido campo para expresarse como le gusta. Porque el Tour siempre demuestra ser otra cosa. Y si no que se lo pregunten a Andrew Talansky, un corredor que se posicionó, como Jurgen Van den Broeck, tras la Dauphiné y que ve que sobrevivir ya le implica el 100% de su esfuerzo y atenciones. No digo con ello que no hicieran bien en medirse Froome y Contador en ese “pequeño Tour” que se corre por los Alpes, pero querer trasladar lo que sucedió entonces a julio era harto arriesgado, como la propia carrera está mostrando.
No obstante, y pesar de los jarros de agua fría que nos está propinando, creo que todavía queda Tour, sobre todo si partimos de la base de que cada vez que hacemos un vaticinio éste queda desfasado al día siguiente. Nibali parece fuerte, está excelentemente rodeado por un equipo muy minusvalorado por ciertos comentaristas pero que reúne nombres como Scarponi, Fuglsang, Westra y Kangert, y sus rivales no ven por dónde meterle mano, pero la carrera es muy larga y queda mucha tela que cortar, no olvidemos que ni siquiera hemos abordado los Alpes, descafeinados en cierta medida, ni Pirineos.
No obstante si Nibali mira atrás se encuentra a dos corredores, Richie Porte y Alejandro Valverde, que están ya en niveles que no hubieran imaginado, pues si el primero vino aquí a trabajar para Froome, el murciano ansiaba el podio no sin reservas por la cantidad de excelentes ciclistas que estaban por delante de él en las quinielas. Cabrá ver si se conforman con el podio, que no es poco, o si juegan a ganar, en una apuesta que les podría resultar muy cara si fracasan pero que quizá les merezca la pena jugarla, sobretodo en el caso de Valverde que igual no se vuelve a ver en una igual. No obstante el perfil conservador de sus mentores puede acabar lastrando cualquier opción de sorpresa, una palabra que odian en Movistar.
Por detrás, emerge, paulatinamente, el buen hacer del ciclismo francés con Romain Bardet, Jean- Christophe Péraud y Thibaut Pinot, de quien ya nadie habla de su miedo a bajar. Sin menospreciar a Tony Gallopin, cuya inercia es a la baja, la clasificación nos muestra nombres que esperábamos entre los mejores y que quizá puedan dar un salto adelante en lo que nos queda: Rui Costa, Tejay Van Garderen y Jurgen Van den Broeck, principalmente. Bajando y bajando en la general nos encontramos con uno de nuestros protagonistas en este balance, Andrew Talansky, un ciclista top al inicio del Tour y ahora a casi un cuarto de hora de Nibali. El del Garmin, que tanto dio que hablar, bien podrá decir eso de que “el Tour es otra cosa”.