El otro día en el gimnasio me comentaban que Alejandro Valverde se había vaciado en la Ser, creo que dijeron. El murciano acabó agotado física y mentalmente el Tour de Francia, hastiado de gente que le criticó, aquí los primeros, por su apuesta por la carrera francesa, la hipoteca que ello le supuso y el desenlace que aconteció. Lejos de amilanarnos, su triunfo en San Sebastián creo que corrobora lo que hemos dicho mil veces, fijados en una posición que no hemos cambiado nunca, aunque nos tacharan de oportunistas, aunque el entorno del ciclista montara en cólera: Alejandro Valverde es un ciclista de los de entre un millón pero no para el Tour.
Hubo expectación por los cambios en el recorrido de la Clásica de San Sebastián. Entiéndanme, el trazado ha sido vistoso e incluso ha ofrecido una estampa de la Concha a poco de la meta que para el turismo de la ciudad habrá sido perfecta, pero sinceramente, el ciclismo contemporáneo corre un riesgo, el riesgo de estandarizarse, de ser siempre igual, sin matices ni signos locales. Si tienes una rampa del veinte por ciento no la desperdicies, estrella tu pelotón hacia ella.
El desenlace de la carrera fue óptimo, pues los nombres y el espectáculo valieron la pena. Valverde estuvo excelso, fenomenal. Dejó a Purito hacer en el tramo más duro, lo mantuvo a la vista y le remachó con un descenso fantástico. No paramos de repetirlo, nos encanta ver a este Valverde dominador, con iniciativa, el de la Roma Maxima, el de la Flecha Valona,… y no el ciclista arrugado y atosigado del Tour.