Mundo Deportivo publicaba ayer una noticia sobre la decisión del Mundial de Resistencia (World Endurance Championship, WEC) de dar el paso de acabar con las llamadas ‘chicas del paraguas’, azafatas normalmente en bikini o vestidas con modelos espectaculares que realizaban funciones absolutamente prescindibles como sostener los números de cada coche, las banderas de los países o las sombrillas que protegían del sol a los pilotos. Más que nada, se trataba de que se dejaran ver… y que suscitaran comentarios.
Según Neveu, presidente ejecutivo del WEC, “es una reminiscencia del pasado que no tiene sentido hoy. La mujer ocupa otro lugar”, en una ruptura con ciertos estereotipos sexistas de las que, desgraciadamente, el ciclismo no es ajeno, aunque ya se han oído bastantes voces discordantes. Y no sólo de mujeres.
Y es que en nuestro deporte, la ceremonia protocolaria es el momento en que más quedan en evidencia dichos estereotipos sexistas, aunque no siempre. El protocolo de los Campeonatos del Mundo de ciclismo en sus diferentes disciplinas es bastante ‘asexuado’ y creo que no se le puede tildar en ningún momento de incorrecto, de sexista y menos de machista. Reglamentado por la propia Unión Ciclista Internacional, las seis azafatas –auxiliares de protocolo sería una denominación más correcta- se encargan básicamente de sostener las bandejas con las medallas y los maillots, que entrega el representante de la UCI, y las de los ramos de flores, potestad que corresponde a la autoridad ‘política’. Pero no hay besos de la ‘guapa’ al ganador, ni tampoco foto de podio con los medallistas. Es más, ni siquiera las autoridades posan con los corredores para los fotógrafos en ningún momento, algo impensable en otras competiciones deportivas.
Hay que señalar también que la discreción es la nota característica en la vestimenta de las azafatas, aunque en algunos casos, como la foto que acompaña esta información y que se corresponde al Mundial de Val di Sole 2008, la escasez de ropa se utiliza intencionadamente. La única medida que podría tomarse sería un reparto por sexos: tres hombres y tres mujeres como auxiliares, algo que nadie vería mal.
Pero desgraciadamente es una excepción y en las pruebas ciclistas se sigue optando por esas ‘chicas guapas que nos quiten la respiración’. Muchas veces el organizador se descarga de responsabilidad diciendo que es competencia del patrocinador –que aporta el dinero- la elección de las azafatas –o azafatos, ojo- que acompañan en la ceremonia protocolaria y no se le puede contradecir. Por esta razón, en los países musulmanes de Oriente Medio tan en boga ciclista esta práctica ‘tradicional’ no tiene razón de ser –el que paga, manda-, e incluso ha habido carreras en nuestro país –la Vuelta al País Vasco, cuando fue patrocinada por Caja Laboral a comienzos de siglo- que optó por auxiliares de ambos sexos.
Respecto al ciclismo femenino, son ya bastantes los organizadores que piensan que si es una carrera de mujeres, la solución es cambiar azafatas por azafatos. Craso error, ya que estamos manteniendo el mismo estereotipo sexista, pero con instrumentos masculinos en vez de femeninos. La solución pasa por cambiar el protocolo, por imitar ese modelo de la UCI o cualquier otro similar… aunque se pierda definitivamente la foto de la cara sonriente del campeón flanqueado por los morritos besucones de las ‘guapas’. Y es que, como decía un ciclista juiciosamente, “lo que nos importa es ganar, no quien nos va a dar el premio o el ramo de flores”.
Y las azafatas, ¿desaparecerían? Obviamente no, si se las mantiene como auxiliares de protocolo en los términos establecidos y por supuesto independientemente de su sexo. Pero sobre todo, nunca debemos olvidar que en muchas carreras desempeñan papeles mucho más importantes, en relación con los patrocinadores, con los invitados o con el público, y que por formación o experiencia se merecen ser consideradas mucho más que ‘las chicas del beso’.