Con los calores del verano haciendo de las suyas y la chicharra cantando cada día más fuerte, es fácil tener ese déjà vu de nuestra época estudiantil. Era esta la época en la que unos echaban mano del café y otros de las bebidas energéticas (por cierto, el catálogo era bastante menos amplio entonces). Otros preferían un buen sueño reparador. Incluso, maestros en lo suyo ellos, los había que preferían confiarlo todo en la habilidad y sapiencia del compañero que le tocase en suerte tener al lado. Pero todos soñábamos entonces con la piscina y la playa mientras pasábamos horas bajo el flexo preparando los exámenes más importantes del año.
El ciclismo, como si de un curso escolar se tratara, llega en julio a su examen más importante. Una prueba de aptitud –y también de actitud– de tres semanas de duración que, como en el caso de los estudiantes, nadie puede superar si no la ha preparado a conciencia antes. Cambiando el flexo por la lluvia o el sol. Los libros por las pedaladas. Los apuntes por los vatios. Cada uno, en fin, con lo suyo, pero a una semana del Grand Départ de Utrecht, es el momento de repasar la lección y ver cómo llega cada uno al examen. Al menos, y a falta de que la carretera nos dé el nombre de la sorpresa de este año, aquellos que se juegan su curso entero en las próximas tres semanas.
El alumno más aventajado el pasado año fue Vincenzo Nibali. El italiano, además de completar una carrera realmente espectacular, se supo aprovechar de los problemas de sus rivales más directos. Como ya sucediera en 2014 (a falta de lo que suceda este domingo en el nacional italiano), el transalpino llega a la salida del Tour con una única victoria -su segundo oro italiano consecutivo– en su palmarés desde que debutara en el mes de febrero. Ligerísimos cambios de calendario le han llevado este año a retrasar su puesta de largo hasta el Tour de Dubai, evitando de esta manera el viaje a Argentina que supuso su participación hace un año en San Luis.
A favor del italiano juega, no cabe duda, su escuadra. Ya tuvimos oportunidad de ver en el pasado Giro de Italia el enorme potencial de los kazajos, que pusieron en más de una ocasión contra las cuerdas a Contador y a los suyos. O, más bien, a Contador, porque lo del equipo del pinteño fue, por decirlo suavemente, bastante mejorable. En su contra, sin duda, el convulso invierno e inicio de temporada vivido por el Astana. Con la espada de la UCI en forma de revocación de su licencia siempre pendiendo sobre sus cabezas, las cosas no han fluido demasiado tranquilas en el seno del conjunto de Vinokourov.
El estado real de Nibali es, por lo tanto, toda una incógnita. No se ha dejado ver -excepto en Dauphiné donde fue líder y batido por Rui Costa en una etapa- y eso, normalmente, debería indicar cierta debilidad o falta de confianza, pero comparando sus cifras con respecto al pasado año, la cosa no parece cambiar demasiado y, por lo tanto, es imperativo darle, al menos, el beneficio de la duda. Cosa distinta, claro, es jugar a la adivinación de qué hubiese pasado hace doce meses sin las desgracias de Froome y Contador, pero eso es ciclismo-ficción y, por lo tanto, nada que pueda ser evaluado por el examinador.
Todo lo contrario le ocurre a Alberto Contador. El español presenta una hoja de servicios casi inmaculada. Con la Ruta del Sur y, sobre todo, el Giro de Italia ya en su zurrón, el pinteño se enfrenta al más difícil todavía: el doblete Giro-Tour en el mismo año. Decimos que su caso es el inverso al de Nibali porque son precisamente sus buenos resultados los que pueden hacer aparecer las dudas. Le vimos bien en el Giro. Le vimos, además, correr de manera inteligente. Con la calculadora, que dirían algunos. Pero ese mismo desgaste puede convertirse en su gran enemigo.
A su edad y con su experiencia, seguramente haya muy pocas cosas que los responsables de su equipo puedan decirle a Contador para que sus opciones de subir a lo más alto del podio de los Campos Elíseos sean más altas. Se conoce bien y, más importante todavía, conoce bien la carrera que ya ha ganado en dos ocasiones.
Comparte, eso sí, con Nibali el hecho de las turbulencias internas en su equipo. Motivos distintos, claro, pero el Tinkoff tampoco se ha librado de rumores y titulares –el despido de Riis, el caso Kreuziger– poco deseados motivados en su caso por su excéntrico patrón. Pese a ello, lo más importante para Contador será superar la presión psicológica que supone enfrentarse, de nuevo, a una carrera en la que el pasado año se partió la pierna dando al traste con tantos meses de preparación. En este sentido, la victoria del Giro podría ayudarle bastante ya que el examen de julio, con el curso ya casi aprobado, será para ‘sacar nota’, pero al contrario que sus rivales, ya puede presumir de haber logrado un objetivo por el que otros pagarían.
Siempre enigmático y, en apariencia, ensimismado, asoma la figura de Chris Froome. El inglés, tan robótico como su manera de correr en bicicleta, ha completado una temporada para enmarcar. Debutó en Andalucía y ganó, además de la general, una etapa. Aflojó en Catalunya y volvió en Romandía ganando la crono por equipos y subiendo al podio final para rematar ganando dos etapas y la general de esa antesala francesa del Tour que es el Dauphiné.
Su equipo, además, ha sido una balsa de aceite y nadie duda a estas alturas de que será un conjunto de garantías capaz de arroparle en los momentos más complicados. Robóticos. Como él. No hay dudas. No hay jefes excéntricos. No hay tensiones aireadas. Nada que pueda perturbar la tranquilidad del líder. Del jefe de filas. O, casi nada. La UCI se ha encargado de fastidiarle el plan de viajar por Francia en su propio motorhome, aunque eso no debe ser una cuestión importante para él. Y, quizá por darle un poco de picante a la cosa, él mismo se encargó de reconocer que se saltó dos controles antidopaje. En definitiva, nada que pueda hacer temblar los cimientos del hombre que, según las encuestas, más opciones tiene de llevarse el triunfo junto a Alberto Contador.
Y, por fin, el cuarto en liza. Nairo Quintana. El chaval. El alumno aventajado de esta larguísima licenciatura que es el ciclismo. Llegado apenas a la clase de los mayores le lanzaron a la aventura del Tour y al tío no se le ocurrió otra cosa que acabar segundo. Y lo hizo vistiendo los colores del Movistar. O, lo que es lo mismo, portando la historia del Reynolds y del Banesto. De Perico y de Indurain. De un Unzué que, pese a que en ocasiones quiera hacer pensar lo contrario, concibe el ciclismo de una forma que podría resumirse en: “primero está el Tour y, después, todo lo demás”.
Le dieron tregua el pasado año no fuera a ser que la gallina de los huevos de oro se quemara. Viendo lo que ocurrió después, quizá más de uno todavía esté flagelándose en secreto por la oportunidad perdida. A cambio, eso sí, han ganado un año en el que Nairo Quintana ha podido aprender dos cosas importantísimas: a gestionar una prueba de tres semanas y ganarla (Giro 2014) y a tragar la bilis que genera perder una prueba de tres semanas a causa del infortunio (Vuelta 2014). Ha servido, además, este año ganado para que el equipo Movistar se acabe de convencer de que pueden y deben volver a ser esa escuadra heredera de los mejores valores de los años de Indurain.
Además de lo obvio –que son sus condiciones–, Quintana tendrá en Alejandro Valverde a su principal ‘plus’ en este Tour. ¿Quién más puede presumir de tener un gregario de este calibre? Su temporada hasta ahora ha sido buena o muy buena. Vencedor en Tirreno-Adriático (más etapa), ha demostrado un buen golpe de pedal. Quedará, claro, la duda de saber si Contador le superó por fuerza en la Ruta del Sur o si aquello, simplemente, fue una cuestión de no querer asumir riesgos como aseguró en su momento.
Estos, como decimos, son los cuatro grandes nombres del próximo Tour de Francia. Ellos se lo juegan todo a una carta y, por lo tanto, se espera que sean los alumnos con las mejores notas en el examen. Pero no serán los únicos. Hay más aspirantes a hacerse con la matrícula de honor, pero de ellos nos ocuparemos en un próximo análisis.