Por suerte o por desgracia, pese a que este año el excéntrico Oleg Tinkov dio una muestra de que algunos no lo entienden así, el ciclismo no es el fútbol. En esto de los pedales, como en todos los deportes, manda el resultado, pero al contrario de lo que sucede con el deporte rey, el responsable de los mismos, para bien o para mal, siempre suele ser el propio corredor. Cosa distinta, claro, es cuando se analiza la ‘forma de correr’ de una estructura determinada a lo largo de los años. Así, tendríamos la fama de conservador de Eusebio Unzué, el tacticismo clásico de Patrick Lefevere, el diseccionado de laboratorio de Sir Dave Brailsford y un largo etcétera de ejemplos. Pero los mánagers o sus directores deportivos en pocas ocasiones suelen ver temblar sus puestos de trabajo a causa de los malos resultados como sí ocurre con sus colegas en el balompié.
Sin embargo, siempre hay una excepción que confirma la regla y esa, en el ciclismo, está en la figura del seleccionador. Al menos, en la de los responsables de los combinados nacionales de las naciones más potentes. Un grupo selecto en el que desde hace 20 años España ocupa un lugar más que destacado. Por ello, desde el mismo día del anuncio de la preselección que acudiría a Richmond a defender los intereses de España hasta el mismo momento en el que Jon Izaguirre, último de los corredores españoles que terminó la prueba, cruzó la línea de meta, cada movimiento, palabra y decisión de Javier Mínguez, máximo responsable de ‘la roja’, ha sido escudriñada y mirada con lupa por todos los aficionados.
Nunca es buena idea, y así lo avisábamos en nuestra crónica del pasado domingo, actuar, hablar o analizar al calor de la inmediatez. Apostábamos, destacando algunas de las afirmaciones que se habían hecho sobre la labor del técnico vallisoletano, por dejar reposar las cosas y analizar el asunto pasados unos días. Y eso, dilucidar si Mínguez tiene alguna responsabilidad ineludible en la no presencia de españoles en el podio de Richmond, es lo que vamos a intentar hacer a continuación.
El primer punto a tener en cuenta en este análisis, como no puede ser de otra manera, es el de los hombres elegidos para el reto. Mínguez, por supuesto, tenía claro que la apuesta de España no podía ser otra que la de Alejandro Valverde y, ante la duda que antes de viajar a Richmond se seguía manteniendo entre muchos técnicos y aficionados sobre la dureza selectiva del circuito, una segunda baza con Juanjo Lobato, el velocista que este año, especialmente en los primeros meses de la temporada, se mostró como un hombre de gran proyección futura. Con esos dos nombres inamovibles, quedaba construir un equipo a su alrededor. En Catar, salvo que la explosión de Lobato se produzca mucho antes de lo esperado, España no tendrá opciones y 2017 se antoja demasiado lejos en el horizonte como para pensar en ello. Por ello, era lógico que el seleccionador aparcase la tentadora idea de ir ‘jubilando’ a corredores de corte más veterano para ir dando entrada a los que, sin duda, deberán de tomar el relevo más pronto que tarde.
En este sentido, pese a que no eran pocas las voces que pedían una renovación de la selección española de cara a próximas citas, Mínguez se mantuvo firme en la apuesta por la veteranía y acertó en ello. No hubiese sido lógico rodear a Valverde, en el que probablemente haya sido su última oportunidad de vestir el arcoíris [ojalá nos equivoquemos], de chavales sin experiencia mundialista y, en sentido más figurado, sin confianza (o feeling, llámenlo como quieran) con el jefe de filas. Valverde necesitaba estar cómodo y así se construyó el equipo.
Sin embargo, sí podríamos achacar al seleccionador un error en la decisión de darle un billete a Joaquím ‘Purito’ Rodríguez. Y aquí no entramos a valorar su relación personal con el corredor murciano, que para eso son profesionales y nada sería achacable a Mínguez en caso de que se boicotearan entre ellos. Lo que venimos a destacar aquí, vista la escasa aportación que pudo hacer el catalán si lo comparamos con sus indudables cualidades, es lo que podría considerarse el mayor error de Javier Mínguez en este Mundial: no haber escuchado los avisos de corredor cuando aseguraba sentirse muy cansado tras la Vuelta a España.
Purito, sin embargo, supo reinventarse y Mínguez supo aprovecharse de ello. En una carrera sin pinganillos que valgan, el seleccionador precisaba de un tipo experimentado, listo y capaz de escuchar, interpretar y hacer llegar sus órdenes, anotadas desde la cuneta de la zona de boxes, al resto de los corredores. Purito, que rodó casi siempre a cola de pelotón, fue el hombre perfecto para el cometido.
Y es aquí, en las órdenes de carrera, donde está la segunda gran cuestión a tratar para analizar la labor de Javier Mínguez: el planteamiento de la carrera. Y, aunque no nos gusta especialmente, volvemos a tirar de la comparación con el fútbol. Como ocurre con las decisiones de Del Bosque, Benítez, Luis Enrique, Simeone y compañía, las del seleccionador español de ciclismo, debido precisamente a la idiosincrasia de su cargo, se toparon con aquello tan típico de que todo español lleva un entrenador (en este caso, director deportivo) dentro.
Lo que ocurre es que, independientemente de todo, lo que se debe de analizar aquí no es la belleza plástica. Lo que se juzga, no es si España hizo o no un ciclismo bonito. Lo que de verdad vale, lo único, es el resultado final. La forma de correr del conjunto de Mínguez pudo gustar más o menos. Eso dependerá del interlocutor. Lo único que debe de ser evaluado, sin embargo, es el resultado final. ¿Pudo ser mejor?
Es de sobra sabido que un Mundial se decide, a todas luces, en las dos últimas vueltas. Todo lo que sucede antes de esos postreros giros al circuito es importantísimo, claro, pero lo realmente decisivo ocurre cuando se ha sobrepasado el punto de 40 kilómetros a meta. Fue en ese momento cuando Dani Moreno se metió en la peligrosísima fuga de Tom Boonen. Eso, permitió que España se desembarazase del trabajo en cabeza de pelotón. Por delante, un tipo con la experiencia de Moreno sabía perfectamente que le tocaba trabajar un tiempo para mantener la fuga viva para, llegado el caso, entorpecer la marcha de la misma y permitir que Valverde y los demás dieran caza a la misma. Eso lo sabía él y muchos de los que viajaban con él.
También permitió esa fuga evitar un desgaste innecesario como el que tuvo que afrontar Alemania, que sacrificó a Greipel en las labores de caza. El movimiento, por lo tanto, fue redondo: no había que trabajar y se desgastaba enormemente a un rival directo. Juzgar a Mínguez por la ausencia de españoles en la cabeza de pelotón durante esos kilómetros es injusto a todas luces. No lo es, sin embargo, algo que sucedió mucho antes. Cuando Jos van Emden tiraba como un loco del gran grupo, endureciendo la carrera desde el inicio de la misma, España podría haber, quizás, colaborado más con el neerlandés a fin de desgastar en lo posible las fuerzas de rivales directos. Lluis Mas hizo algo, pero no fue suficiente. Eso, quizás, hubiese sido una buena idea, pero, sabiendo cómo de desarrolló el final, habría sido inútil. Pero, a esas horas del domingo, se echó en falta una mayor iniciativa por parte de la rojigualda por endurecer la carrera, algo que se diría que siempre jugaba a su favor.
El último examen que debe de pasar la estrategia de Mínguez es el de la última vuelta. Vimos a Valerde solo. Demasiado solo. Pero, siendo ecuánimes y justos, no se le puede achacar eso al seleccionador. Su dibujo táctico había dado el resultado esperado: junto a Valverde viajaban varios compañeros, pero ninguno se colocaba cerca del murciano. Ninguno le protegía. Ninguno le ofrecía su rueda, mientras se acercaba el decisivo paso por Libby Hill y la Calle 23, para quitarle rivales de en medio y facilitarle la colocación. Una vez más, en una carrera en la que la radio no es una opción para estar metido en la oreja del corredor, Mínguez tenía las manos atadas. Su equipo estaba donde debía de estar, pero mal posicionado y eso no es algo que pueda solucionar ningún director deportivo que no tenga contacto con el corredor. Ese fallo, ese gran fallo, es sólo achacable a los deportistas que en ese momento daban pedales.
El resultado, ese que debe de servir siempre como último test de la labor de un equipo, no fue bueno. Alejandro Valverde no estuvo en el podio final y eso, sin poder ser calificado como un fracaso, no colma las expectativas. Pero Valverde tampoco pudo hacer más. El error fue entrar mal colocado a Libby Hill. En la Calle 23, con la carrera lanzada, era ya imposible reaccionar. Estaba todo perdido. Pero Mínguez no pudo hacer otra cosa. No debía de hacer otra cosa. La selección corrió como debía dado el planteamiento elegido. Pensar ahora en qué hubiese pasado si España se hubiese mostrado más agresiva es jugar al ciclismo ficción. O no. Miren el caso de Bélgica. Se desgastó. Trabajó. Endureció. Seleccionó. Y, al final, cometió un error similar al de España: Van Avermaet eligió un mal momento y se vio fuera de la pelea. Valverde, por lo menos, peleó por el tercer puesto. Eso es mucho más de lo que pueden decir combinados como la propia Bélgica, Holanda, Alemania o Gran Bretaña, por nombrar sólo a los más llamativos.
Por lo tanto, reposado todo lo sucedido en la prueba de fondo en carretera de Richmond y viendo la enorme fuerza de Sagan en el final, lo hecho en los momentos más importantes de carrera y, sobre todo, analizada la causa que hace que Alejandro Valverde –nada que reprocharle. A veces, las cosas, simplemente, no salen– se vea privado de poder disputar el final en condiciones óptimas, la conclusión es clara: Javier Mínguez no erró en su planteamiento de la carrera mundialista.
Ahora, de eso no cabe duda, toca pensar en el futuro. En el futuro a corto y largo plazo. En 2016. En ese Mundial de Catar que debe de ser el inicio de la siguiente generación. En 2017, que debe de ser el primer test serio para comprobar dónde estará España en la siguiente década. Y en esa década, que deberá de confirmar si la crisis que se atisba en estos momentos en el ciclismo español será tan profunda como vemos ahora. A finales de 2015.
También podemos preguntarnos por la convocatoria, no meter a Castroviejo cuando lleva años siendo el gregario más solvente, creo que fue un error grave. Por otra parte, en la caída a falta de 3 vueltas a meta creo que fue, perdimos a un ángel de la guarda de Valverde como puede ser Erviti y el mejor en los adoquines, y a un corredor al que aún le quedaba meterse en una fuga como Rubén Plaza. Si bien el resultado global no fue del todo malo (vamos a ser realistas, el oro para Valverde era difícil), se echa un poco de menos tener más iniciativa en carrera, año tras año se observa que la táctica de España es correr a la contra, esperar a ver qué hacen los otros pero nunca tomar nosotros la iniciativa, pasó en Ponferrada y volvió a pasar en Richmond.
Respecto a Lobato, como no gane fondo, lo va a tener muy difícil en carreras de un día de más de 200km, no llega fresco nunca al final, con lo q penaliza eso a la hora de sprintar, por ejemplo en San Remo y Richmond. Y tiene ya 27 años, no es que sea un chico de 22 años al que aún le queda, debería dar un paso adelante ya.