Andamos todavía sobrecogidos por el impacto que ha supuesto conocer lo cerca que han estado de la tragedia los seis ciclistas del Giant-Alpecin que ayer por la tarde se vieron involucrados en un accidente mientras completaban uno de los entrenamientos programados durante su concentración en la localidad alicantina de Calpe. Un accidente que, como toca en los tiempos que corren, ha sido analizado, juzgado y sentenciado en las redes sociales incluso antes de que el último de los heridos pudiera llegar a un centro hospitalario. Por eso, pasadas casi 24 horas desde que los seis corredores se empotraran contra un coche en una carretera cercana a Benigembla, creo que es bueno que todos nos detengamos un momento y reflexionemos sobre lo ocurrido.
Lo primero que me ha llamado poderosamente la atención ha sido el revuelo que ha causado entre nuestros lectores la frase que ayer usábamos en Ciclo 21 para analizar una de las posibles causas del accidente. Al parecer, una ciudadana británica habría invadido el carril contrario y los corredores, que circulaban de forma correcta, no pudieron hacer nada por evitarla. Decíamos ayer que esa situación de ciudadanos británicos circulando por “su” carril es “una situación que se produce frecuentemente en las carreteras alicantinas con conductores del Reino Unido circulando en sentido contrario, rotondas incluidas, lo que ha provocado varios accidentes como el acaecido hoy con los profesionales”.
Aclararé al respecto –es importante el matiz en este caso– que el adverbio frecuentemente no significa que sea una situación que se produzca todos los días. Ni siquiera, todas las semanas. Pero sí es cierto que los que residimos en la zona y conducimos con cierta frecuencia, no nos sorprendemos cuando nos encontramos una situación de este tipo.
Pero esta situación, que alguno podría temer que alejará a los equipos de concentrarse en una zona como la Costa Blanca, con miles de residentes británicos circulando diariamente por sus carreteras, se produce, paradójicamente, por la enorme seguridad que esas mismas carreteras ofrecen para la práctica ciclista. Son carreteras en las que hay una bajísima densidad de tráfico, lo que hace que uno pueda circular durante kilómetros sin ver ningún otro coche. Esto hace que una persona de edad avanzada y con pocos reflejos (arquetipo del residente británico de la zona), pueda tener un despiste tendente a volver a sus orígenes y, por lo tanto, circular por el carril izquierdo. Máxime si, como ocurre también con mucha frecuencia, siguen poseyendo un vehículo inglés con el volante a la derecha.
Por ello, resulta del todo injusta y desafortunada la retahíla de acusaciones y comentarios vertidos en las redes sociales enlazando este accidente con la falta de seguridad de los ciclistas y, sobre todo, la imprudencia temeraria de los conductores que, nadie lo niega, son las causas principales de la mayor parte de desgracias que acontecen en este deporte.
Pero debemos de ser serios y mirarnos el ombligo. Llevo ahora algo más de dos meses conviviendo con muchísima frecuencia con concentraciones de equipos. Mis desplazamientos por la zona me han hecho rodar durante muchísimos kilómetros junto a ellos en las últimas semanas. Y, sinceramente, les diré que he sido testigo de auténticas aberraciones que ponen los pelos de punta. Auténticas imprudencias temerarias que, parece mentira, son enteramente achacables a los componentes de los equipos. Y no hablo únicamente de los corredores. Hablo aquí de auxiliares que se dedican a grabar o a hacer fotos sacando medio cuerpo por la ventanilla de los coches. Hablo de directores que, ignorando que no están en carrera, interactúan con sus ciclistas ignorando por completo el tráfico rodado y obligando, en más de una ocasión, a los conductores que vienen de frente a invadir el arcén (imaginen si en ese momento hay allí otro ciclista) para evitar un choque frontal. He visto, y esto es dantesco, un coche de un equipo WT ayudando a hacer entreno tras coche a uno de sus corredores en una zona de carretera completamente infestada en ese momento de camiones de obras saliendo y entrando de vías adyacentes.
Los accidentes ocurren. Claro que sí. En muchas ocasiones, además, son inevitables. Pero llevo varios días (crueles guiños del destino) llevándome las manos a la cabeza mientras viajo de una concentración a otra sorprendiéndome por lo poco que los equipos profesionales hacen por mejorar las condiciones de seguridad de sus corredores cuando no, directamente, siendo un peligro añadido para ellos. Sé que es fácil hablar ahora, pero les prometo que es algo que esta misma semana hablaba con esa típica frase de “el día que pase, te acordarás de lo que digo”. Por desgracia, el tiempo me ha dado la razón… demasiado rápido. Decía entonces que los equipos deberían de disponer, al menos, de un vehículo motorizado que abra el paso del grupo y otro que lo cierre. No es tan complicado. Sólo con eso, ayer no hubiese ocurrido nada.
Las carreteras de Calpe y toda la zona son seguras. Muy seguras. Eso no lo duden. Los equipos y los corredores, a los que ni hay que demonizar, pero tampoco santificar, hacen las cosas bien casi todo el tiempo. El problema, claro, es que cuando no lo hacen bien, son ellos los más débiles. Y si para subirse a un andamio hay que utilizar un casco, un calzado de protección, un arnés y algunas cosas más… no estaría de más que los equipos fueran un poco más conscientes de que la labor de “prevención de riesgos laborales” (que en el fondo es de lo que se trata) es cosa suya.
En definitiva, se trata de reconocer, por doloroso que pueda ser debido a esa necesidad inherente al ser humano de encontrar siempre un porqué a las cosas, que el accidente de ayer fue, sencillamente, eso: una fatalidad. Ni la conductora es, salvo que la Guardia Civil pueda demostrar lo contrario, una loca asesina ni los ciclistas unos descerebrados suicidas.