“Siempre pienso que esto no puede durar, pero parece que sí lo hace”. Wout Van Aert parece ser el primer gran sorprendido de su excelente rendimiento. No sólo en el Tour (el del año pasado y este), que todo lo magnifica, sino, en general, cada vez que se sube a una bicicleta.
El corredor belga del Jumbo-Visma se vio superado, es verdad, por Mathieu van der Poel (no vamos a entrar en la absurda discusión de si queremos más a papá o a mamá) en el ciclocross. Allí, el neerlandés, tras perder los primeros asaltos, acabó llevándose un combate que, por otra parte, todavía nos tiene que deparar más hermosas peleas. Le superó su némesis, es cierto, pero es que Van Aert acumula en el barro, ahí es nada, tres mundiales, tres nacionales, dos Copas del Mundo, un Superprestigio y tres DVV para un total de 64 victorias como profesional.
Cuando anunció su decisión de dar el salto a la ruta muchos levantaron (levantamos) las cejas. El tipo tiene motor y pocos dudaban (dudábamos) de que podría hacer un buen papel en la carretera. Su caso, por juventud y otros motivos que no dan tiempo a analizar aquí, no era comparable, por ejemplo, al de las esporádicas incursiones de Sven Nys, así que las expectativas eran más elevadas que en el caso del Caníbal de Baal. Pero el paso de tiempo ha terminado por hacer pequeña cualquier previsión.
Van Aert vio truncada su primera temporada en el World Tour por aquella terrible caída sufrida en Pau en la parte final de la CRI en la que, quizás, podría haberse llevado su segunda victoria en el Tour de Francia de su debut tras la conseguida en Albi (sin contar la colectiva lograda por su equipo en la CRE de Bruselas).
De sus 16 triunfos ruteros, nueve han llegado entre 2019 y 2020, es decir, en una temporada frustrada a la mitad por una caída y otra, también medio abortada, por el coronavirus. De esas nueve alegrías, siete han llegado en pruebas World Tour (tres etapas en el Dauphiné, otras dos en el Tour y, sobre todas ellas, la Strade Bianche y la Milán-Sanremo).
Wout Van Aert es y será un gran clasicómano y un más que decente contrarrelojista, aventuraban (aventurábamos) tras sus primeros escarceos fuera de las campas, pero tras lo visto el pasado año y, sobre todo en este 2020, en la Grande Boucle, esa afirmación se queda, a todas luces, pequeña. El estratosférico relevo que dio en las rampas de Orcières-Merlette fue suficiente para terminar de desarbolar el velamen de la nave del Ineos Grenadiers y lo colocó, junto a Sepp Kuss, en el olimpo de esos ayudantes que aporrean a las puertas del grupo de corredores que merecen libertad y oportunidades propias.
No se trata, es una soberana tontería, de comenzar a elucubrar sobre si Wout Van Aert tiene o no tiene un Tour en las piernas, pero el belga sí ha demostrado ya (igual que Kuss), en sus dos temporadas a medias, que en cualquier otro equipo que no sea Jumbo-Visma, tendría el rol de jefe de filas. ¿Ganar? ¿Acaso todos los jefes de filas presentes en la ronda francesa parten con la idea de ganar?
Wout Van Aert, como Van der Poel (insisto: no se trata de hacer comparaciones inútiles, sólo de contextualizar), ha demostrado que lo sabe hacer casi todo sobre una bicicleta. Cada uno a su manera, son los mejores embajadores de lo mejor que ofrece este nuevo ciclismo tan criticado en otros aspectos. Un deporte que parece haberse olvidado de ciertos axiomas cuya única base científica era aquella terrible frase de esto se hace así porque se ha hecho así toda la vida. Combinan disciplinas y lo hacen, además de ganando y dando espectáculo en todas ellas, siendo los embajadores de los muchos beneficios cruzados que se generan unas a otras.
Wout Van Aert es un monstruo. Un animal competitivo individualista y ganador al que, cuando se le pone un objetivo entre ceja y ceja, se le puede confiar el peso de todo un equipo. Pero, además, ha sabido domesticar ese carácter egocéntrico tan necesario en un deporte, el ciclocross, donde el concepto ‘equipo’ es tan difuso como inútil más allá de crear un entorno, una estructura, en la que vivir algo más tranquilo (bien lo sabe Felipe Orts).
“Le he demostrado al equipo que, cuando toca trabajar y ayudar, estoy ahí. Si, además, puedo buscar mis oportunidades y, encima, conseguir el triunfo, es muy bonito”, reflexionaba tras su victoria en Privas. Y en esas declaraciones puede residir, en un curioso paralelismo con lo que lleva años pasando dentro del Wolfpack de Deceuninck-Quick Step, el éxito del modelo del Jumbo-Visma. Una filosofía que, como la de los Tres Mosqueteros de Dumas, se basa en el todos para uno y uno para todos.
Wout Van Aert (como en su día la han tenido o tendrán cualquiera de sus compañeros) no sólo merecía poder pelear por su propio objetivo ayer (eso de merecer, en el deporte de alto nivel y desorbitados presupuestos, es un verbo sobrevalorado) sino que, sencillamente, se ganó su derecho. Disciplinado, no se ha metido en peleas que están a su alcance como, y no es poca cosa, el maillot verde de los puntos poniéndose al servicio de un logro ulterior y superior, sino que no se ha dejado un gramo de sus extraordinarias fuerzas, ese uno para todos, vaciándose por Roglič –e, insistimos, Dumoulin–. Por ello, camino de Privas tocó el todos para uno. Y no falló.