Toda la semana lo llevábamos advirtiendo. Hasta que la carretera no se empinara por primera vez de manera seria, no era momento de sacar conclusiones. Ni tan siquiera, preliminares. Tras el ascenso ayer a La Alpujarra, sin embargo, sí podemos comenzar a hacer algunas lecturas a largo plazo, aunque estas sean, a todas luces, demasiado atrevidas.
Que Bert-Jan Lindeman se llevara la victoria de etapa fue, además de un premio a su indudable combatividad en estos primeros días, un bálsamo para su equipo, un LottoNL-Jumbo que, a pesar de haber entrado este año directamente al selecto grupo de los World Tour, no había demostrado con resultados su potencial. Hasta ayer, sólo seis triunfos se contaban en el palmarés del conjunto tulipán y de ellos sólo la primera plaza de Jos Van Emden en la CRI del Eneco Tour había sido en una carrera de la máxima categoría. No es que la etapa en la Vuelta a España pueda ser considerada suficiente para el conjunto holandés, pero sí servirá de salvavidas para Erik Dekker, que comenzaba a mostrarse excesivamente preocupado por este asunto.
Pero, por duro e injusto que esto pueda ser, la pelea por la etapa fue algo secundario. Toda la atención estaba puesta en lo que ocurría entre los grandes favoritos que, dicho sea de paso, apenas se movieron. Sólo Fabio Aru, con necesidad de reivindicarse frente a Landa, frente a Nibali, frente a Astana y, quizás, frente al mundo entero, protagonizó un ataque que le sirvió para meter tiempo a todos sus contrincantes. Un ataque que, como viene siendo demasiado habitual en el ciclismo moderno, llegó muy tarde.
Sin duda, dada la inacción de todos los demás –excepción hecha del ya mencionado Aru–, la noticia del día fue la crisis de Froome. El ganador del Tour de Francia, ese hombre que en julio no dejó ver fisura alguna, se descolgó del grupo de favoritos a las primeras de cambio. ¿Ha llegado el momento de descartarle para Madrid? No. En absoluto. Recuerdo que hace algunos años, compartiendo mesa y mantel con Pedro García Aguado, nuestro ex campeón olímpico convertido en estrella televisiva, me decía, “Nico, uno de los problemas de la sociedad actual es la falta de paciencia. Ya no sabemos lo que significa esperar por algo. ¿Recuerdas cuando íbamos de vacaciones y para ver las fotos que habías hecho tenías que esperar a terminar el carrete de 36, mandarlas a revelar y, pasado un tiempo, te daban las fotos de las que, quizás, ninguna servía? Pues eso ya no existe. No esperamos ni en eso ni en nada”. Y no le faltaba razón al hermano mayor de media generación de ninis españoles. Lo mismo ocurre con el deporte en general y con Froome en particular. Ayer parecía el momento de eliminarle por la pelea. Sin grises. O todo es blanco o todo es negro.
Es evidente, negarlo sería cerrar los ojos a la evidencia, que la explosión de ayer de Froome fue preocupante para él. No fue una pequeña crisis. Fue un pajarón en toda regla. Ni las rampas de La Alpujarra eran tan duras, ni la etapa había sido tan selectiva como para que un Froome en sus mejores condiciones perdiera el ritmo de esa manera. Hasta ahí, de acuerdo. Pero recordemos que hoy, justo hoy –no ayer–, se cumplirá la primera semana de una carrera que, siempre nos hartamos de recordarlo, se pierde o se gana en la tercera. Los hombres Tour, en general, pueden haber llegado algo cortos de forma a Puerto Banús. Froome se ha dedicado a hacer caja en distintos critériums, no es que haya estado tumbado en casa, pero tampoco parecen esos circos ciclistas el mejor sitio donde recuperarse de un esfuerzo como el del Tour.
“No me pongo el listón demasiado alto en esta Vuelta a España”, decía ayer el de Nairobi en la BBC. Ni eso deberíamos de creernos. Un tipo como él, animal competitivo donde los haya, siempre se pondrá el listón en lo más alto. Otra cosa, claro, es que al intentar saltarlo acabe por derribarlo. Ahora, tras su crisis de ayer, Froome está en la 12ª posición de la general a 1:22 del líder Chaves, del que hablaremos tras la etapa de Cumbres del Sol –insisto, paciencia–. Porque ayer, con su pajarón de por medio, sólo cedió 27 segundos respecto de los llamados a pelear por el rojo en Madrid –volvemos a hacer la excepción de Aru– y le sacó –de esto poco se ha hablado– 22 segundos a Tejay van Garderen.
La situación, si pensamos en esto como en lo que es, un deporte de equipo, es inmejorable para Sky. Fíjense. Tienen a su mejor corredor 33 segundos de Valverde, a 26 de Purito, a 25 de Quintana y Aru… y todavía siete segundos por delante de Rafal Majka –al que se vio muy bien ayer– y con una ventaja de diez segundos sobre Landa. Pero, todavía mejor, tienen colocados a Nicolas Roche en la cuarta plaza a 36 segundos del líder y 13 segundos por delante de Valverde –respecto del resto, hagan las matemáticas– y a Mikel Nieve, 11º un segundo por delante del británico. ¿Qué quiere decir esto? Que Sky no sólo no ha perdido, por ahora, a Froome sino que, además, tiene a tres corredores metidos en menos de 1:30 de un líder que, aunque se está mostrando sólido y fuerte, no parece que vaya a poder aguantar, sin equipo como está, lo que está por venir en condiciones de disputar con los mejores.
Podría todo esto, si lo de ayer se confirmara como un Froome fuera de forma y no como una crisis pasajera, llevarnos a la paradoja de ver al ganador del Tour de Francia trabajar como gregario de Roche o Nieve. Porque el español no se ha dejado ver mucho, pero el irlandés está con hambre, ambición y en perfecto estado de revista. De eso no hay duda. No cometamos, por lo tanto, el error de dejarnos llevar por las primeras pasiones de las imágenes en directo o por el calibre de los nombres. Dejemos reposar las emociones de cada etapa y, tras tomarnos una tila, repasemos la clasificación. Haciéndolo, nos daremos cuenta de que, pasada una semana de carrera, la Vuelta está tremendamente interesante.