Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21
Hay ocasiones en las que uno se sienta ante la pantalla y conoce, de antemano, qué ocurrirá. Quién será el asesino, si el bueno de la película acabará falleciendo, si la epopeya culminará en gloria o fracaso o, por ejemplo, si el personaje del que tanto nos estamos encariñando se convertirá en el más cruel de todos los villanos.
El deporte, por regla general, se compadece mal con esa línea apriorística. Son demasiados los factores externos puestos en juego como para que la predicción no se retuerza y concluya en el lugar más inesperado de todos. Lo que es moneda común en todo el deporte se hace, incluso, más acusado en el ciclismo. De hecho, podrán observar que, en relación con otros deportes, las cuotas de las casas de apuestas para adivinar el resultado de una jornada no suelen hallar parangón en ninguna otra práctica deportiva.
En cualquier caso, en muy contadas ocasiones, la historia soñada (anticipada, si se permite) se acomoda, hasta tal punto, con la realidad (con la vivida), que se nos presenta como una especie de déjà vu.
Una de las ocasiones en las que, de un modo más patente, se ha producido esta cuestión (salvando, quizá, el Campeonato del Mundo del belga Gilbert tras su telegrafiado ataque en la subida al Cauberg) fue la disputa de la prueba en ruta de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.
Aquel tórrido sábado 14 de agosto de 2004, todos los pronósticos señalaban al italiano Paolo Bettini (Cecina, 1974) como el máximo aspirante a lucir la presea de oro en el pódium griego.
Los 224 kilómetros de prueba se escenificaban sobre un circuito de algo más de 13 kilómetros, en los que los ciclistas hubieran de completar un total de 17 vueltas. Aunque sin una gran exigencia, los corredores tenían que afrontar tres subida. La primera, un pequeño desnivel, con rampas del 1,5 al 3%, por Alexandras. La segunda, algo más exigente, con tramos de entre el 4,5 y el 6,5%, en la Colina de Likavitos. Y, por último, la subida a la Acrópolis, en la que había una zona adoquinada. El último kilómetro, tras haber superado un mínimo repecho, deparaba 400 metros finales totalmente llanos.
Como es habitual, las selecciones presentaban un plantel de cinco corredores, lo que convierte la jornada en una carrera de muy difícil control. Sobre el papel, destacaba la escuadra azzurra, con Bettini, Moreni, Nardello, Paolini y Filippo Pozzato. También presentaban su candidatura Alemania, con Ullrich, Kloden, Voigt, Rich y el velocista Zabel y Australia, con solo cuatro hombres, Baden Cooke, Robbie McEwen, Stuart O´Grady y Michael Rogers. Además de ellos, un nutrido ramillete de aspirantes como Tyler Hamilton, Ekimov, Menchov, Boogerd, Botero o Brochard.
El cinco de España, que depositaba sus ilusiones en los ya campeones del mundo, Freire y Astarloa, se completaba con Valverde, Igor González de Galdeano e Iván Gutiérrez. Las aspiraciones nacionales comenzaron a quebrarse muy pronto, cuando, el arcoíris en Hamilton, Igor Astarloa, se caía, viéndose obligado a abandonar debido a las heridas que requirieron de trato hospitalario. También besaron el asfalto Óscar Freire e Iván Gutiérrez, que terminarían abandonado la prueba. Al igual que Igor González de Galdeano, quien fue el hombre que más trabajó en beneficio del equipo nacional. Solo concluyó la prueba el murciano Alejandro Valverde, pero nunca contó con opciones reales de poder alcanzar un puesto de honor, concluyendo en cuadragésimo séptima posición, dentro del anónimo segundo grupo global.
La carrera tuvo como primer protagonista al sueco Backstedt, que lanzó un demarraje que le valió, mientras el sol caía de plano, para obtener una sólida ventaja de más de tres minutos. A su aventura se sumaron el francés Virenque y el húngaro Bodrogi. Su aventura vería el final en las postrimerías del décimo giro.
Llegó un importante momento de parón hasta que, quedando tres vueltas, se sucedieron diversos ataques que no lograban culminar. No fue hasta que, en la penúltima vuelta, Bettini se lanzó a la fuga, solo seguido por el luso Paulinho. Los dos, con un magnífico entendimiento, comenzaron a abrir un hueco que, por detrás, no se conseguía cerrar.
Con un minuto de ventaja, los dos escapados se presentaron en la línea de meta, donde el italiano se impuso con solvencia y autoridad. Por detrás, el belga Axel Merckx había hecho su apuesta que le valió el bronce ante un pelotón en el que alemán Zabel se hacía con la siempre incómoda “medalla de chocolate”.
Bettini, en el pódium, era el primer ciclista italiano profesional en colgarse el oro. El anterior compatriota que había contado con tal privilegio, en Barcelona 92, fue el malogrado Fabio Casartelli, quien falleció en plena disputa de una etapa del Tour de Francia, fruto de una caída en el descenso del Aspet.
El de Cecina, además, acabaría imponiéndose también en la Copa del Mundo, por tercera edición consecutiva, en el último año en que se disputó siguiendo el formato tradicional.
Este año, en Río de Janeiro, se disputa la prueba en ruta en un trazado que ha generado gran interés y en el que esperemos que los españoles cuenten con mayor suerte que en la edición griega.