Este es el Tour que nos ha tocado ver y vivir y no tiene sentido darle más vueltas. Lo digo sobre todo porque la cantinela de los ausentes ha degenerado en estigma que amenaza con lastrar para los tiempos una victoria sin paliativos como la que está culminando Vincenzo Nibali.
Porque, retirados al margen, el italiano está en el momento de su vida en este Tour. Nunca hasta la fecha se le vio tanto y tan bien, como en esa toma aérea de la etapa de Nîmes en la que rebasa ciclistas en la cabeza del pelotón con una facilidad pasmosa, él solito, para ubicarse en una zona más blindada ante el peligro de caídas, cortes y otros percanes.
El siciliano es en este Tour el ciclista resultante de todos estos años llamando a la gloria sin la suerte que le persigue en esta carrera. Cada día que pasa solventa cualquier atisbo de duda atacando. Ha sacado tiempo a sus rivales todas las grandes jornadas de la carrera, sólo Lars Boom, en el adoquín, y Rafal Majka, en Risoul, pueden dárselas de haberle tomado tiempo en los días importantes del Tour. En el resto Vincenzo Nibali ha estado delante y por delante. Fue primero en Sheffield, esa jornada a la que respondió con solvencia a los ataques de Contador y Froome, ataques de fogueo si quieren, pero ataques, fue primero en la Planche des Belles Filles y también primero en Chamrousse. Cualquier atisbo de duda sobre su triunfo es hacerle un flaco favor al ciclismo y a la justicia deportiva, es que caprichosamente apartada contendientes de una gran carrera porque sencillamente se caen en el peor momento posible.
Nibali ha logrado, con su forma de correr, que no afloren dudas ni se generen cuestiones como las que el anárquico estilo de Froome despertó el año pasado cuando tras atacar el líder se veía desbordado por Purito y Nairo. Este Nibali es redondo, completo y certero. Para un servidor, este ciclista habría sido un hueso durísimo de roer para cualquier rival considerado superior en cualquier previa a la carrera.
La lucha se centra ahora en el podio y se estima muy bonita y original, pues hacía tiempo que dos, y hasta tres, ciclistas franceses no se veían en estas lides. La segunda plaza es de Alejandro Valverde, un corredor espectacular en las clásicas de este año, que ofrece su versión más conservadora en una carrera que a la vista está le ha costado más disgustos que otra cosa. Puede quedar segundo como el que más, pero el asedio a su plaza es constante, le van a llover los golpes, principalmente de dos ciclistas que tienen un país detrás, y ojo de Tejay Van Garderen que de la forma más gris y discreta está tejiéndose un Tour cuya crono le puede dar una plaza en el podio.
El duelo a tres entre Bardet, Pinot y Péraud es lo mejor que podía pasar al ciclismo, por cuando Francia, como cuna y vivero de este deporte, es un país que merece suerte en esta carrera tras tantos sinsabores. Lo normal sería que Bardet y Péraud hicieran valer una estrategia clara, pero en el AG2R las cosas no parecen, desde fuera, tan sencillas de gestionar. A ello se añade que Pinot –que en el descenso de Balés se juega gran parte del Tour- está bien dirigido y tiene terreno interesante para él.
Con todo, tras Peraud, ahora mismo séptimo a minuto y medio de Valverde, se abre un abismo del cual es complicado ver a alguien que pudiera optar al cajón, ese lugar donde sonríen sus tres porque al final saben que estar ahí es ser uno de entre un millón.