Cancellara, el hombre que también venció en San Remo

https://youtu.be/pvjpyadZ9dA

Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21

El suizo Fabian Cancellara (Berna, 1981) ha anunciado que la temporada de 2016 será la última en la que podamos ver su efigie como profesional en las carreteras de todo el  mundo.

Espartaco, como es ampliamente conocido en el mundillo ciclista, cuenta con un palmarés auténticamente brillante en el que destacan, además de hasta cuatro Campeonatos del Mundo contra el crono (2006, 2007, 2009 y 2010), tres victorias en el Tour de Flandes (2010, 2013 y 2014) y otras tres en París-Roubaix (2006, 2010 y 2013), sin obviar once triunfos parciales en grandes vueltas (ocho en el Tour y tres en la Vuelta), su medalla de oro olímpica en 2008, también en la disciplina contra el reloj, y la Tirreno-Adriático de 2008.

La estética y aerodinámica posición de Fabian encima de la máquina le han reportado, asimismo, nueve campeonatos de su país en contrarreloj y dos más en ruta (curiosamente, nunca obtuvo el doblete), siendo el vencedor de la Vuelta a Suiza de 2009.

Durante el inicio de la presente década, los adoquines y las cronos eran terreno abonado para el despliegue de medios de Cancellara que se enfrentaba a grandísimos rivales de la envergadura de Boonen, Gilbert o de Martin y Wiggins, por citarnos una serie de ejemplos más que ilustrativos en cada una de las disciplinas.

La segunda ocasión en la que Cancellara pisó pódium en la Milán-Sanremo, 2013.

La segunda ocasión en la que Cancellara pisó pódium en la Milán-Sanremo, 2013.

Sin embargo, el motivo de nuestro repaso histórico de hoy no es ninguna de las pruebas citadas sino un recorrido en el que, a priori, nuestro hombre no era de los principales favoritos, tanto por el tipo de prueba, como por la tradición de vencedores que ésta atesoraba.

Trasladémonos a un, no tan lejano, 22 de marzo de 2008 (sábado) y, como todos habrán adivinado ya, al trazado de la Milán-San Remo.

Aquel año la Classicissima, que celebraba su nonagésimo novena edición, preparaba dos novedades que, como siempre, habían sido objeto de gran debate cuando se trata de alterar los componentes de estos grandes Monumentos ciclistas.

En primer lugar, la distancia que habían de completar los profesionales se ampliaba hasta los 298 kilómetros (convirtiéndola en la más larga hasta ese momento), fruto de la inclusión en el recorrido de la cota de La Maine, a unos cien de meta. La intención de esta modificación no era otra que la de endurecer algo más un perfil cuyo instante de mayor exigencia (excepción hecha de la propia longitud del trayecto) era el mítico ascenso al Poggio.

Por otra parte, y para completar los términos de cambio, la dirección de la carrera situaba la línea de llegada en la Lungomare Italo Calvino desplazándolo de la tradicional en Via Roma. Este movimiento alejaba, aún más, el Poggio de meta.

En la línea de salida, las miradas se centraban en un español, cántabro de Torrelavega, Óscar Freire, que defendía, al unísono, los colores del equipo holandés Rabobank y el título de la última edición. Nuestro gran campeón, además, llegaba en un punto de forma auténticamente inmejorable, tal y como había demostrado durante la disputa de la Tirreno, en la que se había hecho con, nada más y nada menos, que tres triunfos (en la primera etapa con final en Civitavecchia, en la cuarta jornada en Civitanova y en la meta de Castelfidardo). No es baladí resaltar que nuestro protagonista, el suizo Cancellara, había sido el vencedor en la general final de esa prueba.

La clásica tuvo como protagonistas a tres aventureros que lanzaron su ataque en los primeros veinte kilómetros de la jornada. Se trataba del italiano Filippo Savini, el estadounidense William Frischkorn y el letón Raivis Belohvosciks. El trío anduvo fugado más de doscientos cincuenta kilómetros y no fue hasta que el pelotón enfilaba la subida a La Cipressa (a unos veintiséis kilómetros de meta) cuando la escapada fue neutralizada.

Tras ello, los ataques de los hombres importantes se sucedieron de manera continuada. Primero fue Bettini al que le siguió el sueco Thomas Lövkvist. Un terceto, compuesto por Rebellin, Axelsson y Savoldelli, se unió a los dos escapados y cosecharon una diferencia cercana al medio minuto respecto del pelotón principal en el que el equipo CSC tiraba a bloque.

Las ilusiones de los de delante se hicieron añicos en la subida al Poggio (tres kilómetros setecientos metros, con una pendiente máxima del 7% y un desnivel medio del 3%) y ello propició que se quebrara el control que, hasta el momento, se había mantenido en la persecución.

El primero de los luchadores fue Bertolini, que apenas se distanció unos cuantos metros en la subida pero generando, con su movimiento, un auténtico avispero de ataques (como los de Rebellin, Popovych, Gasparotto, Ballan, Pozzato o Gilbert, a los que se unieron otros hombres como Cancellara, Freire o Nocentini, hasta conformar un nutrido grupo de unos veinte corredores).

A menos de tres, los italianos Bertolini, Pozzato y Rebellin volvían a intentarlo, pero por detrás no les permitían abrir hueco. Ya en San Remo, y con apenas dos kilómetros para la meta, se produjo un demarraje del español Íñigo Landaluze (del equipo vasco Euskaltel). Fue el momento elegido por Cancellara para saltar a su rueda y partir en solitario, como si de una mini contrarreloj de algo más dos kilómetros se tratase.

Nadie pudo seguirlo

El inapelable y perfecto rodar de Cancellara encima de la bicicleta del que nos despediremos en este 2016.

El inapelable y perfecto rodar de Cancellara encima de la bicicleta del que nos despediremos en este 2016.

El de Berna se personó en solitario en la línea de meta, algo inusual e inesperado. Tuvo tiempo de soltarse del manillar cuando restaban cien metros, elevando los brazos y entrando triunfante y todopoderoso.

Por detrás, a cuatro segundos, el italiano de Liquigas Pozzato se adelantaba a un jovencísimo belga, Philippe Gilbert (que prestaba servicios para la escuadra Française des Jeux). El vencedor del año anterior, Freire, llegaba en octava posición.

Con el esplendoroso triunfo de Cancellara se rompía una sequía suiza que databa desde la edición de 1987, en la que Erich Maechler fue el más rápido, superando al belga Eric Vanderaerden y al italiano Guido Bontempi.

Fabian miró al mundo, satisfecho, desde lo más alto del pódium de la Lungomare Italo Calvino. Era la primera vez en la que le suerte le sonreía en un Monumento… No sería la última.

Sin embargo, jamás repetiría en la Classicissima, donde su mejor resultado se produjo cinco años más tarde, en 2013, cuando en una de las jornadas más duras que se recuerda (con neutralización de parte del recorrido por la nieve) el alemán Ciolek batió a Sagan y al hombre que también venció en la Milán-San Remo 2008.

Comentar

Su dirección de correo electrónico no será publicada.Los campos necesarios están marcados *

*