Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21
Durante la década de los ochenta, especialmente en su inicio, el ciclismo español aún no había alcanzado las cotas de popularidad (por victorias) que obtendría con la eclosión de Pedro Delgado y que, como todos saben, tuvo su punto de esplendor en los noventa con la incomparable figura del navarro Miguel Indurain.
No obstante, los ochenta fueron años en los que nuestro ciclismo contó con auténticos exponentes de la garra y el carácter aventurero, sobre todo cuando el desnivel de la carretera invitaba a los escaladores a lanzarse al ataque. Eduardo Chozas (Madrid, 1960) es uno de los ciclistas que será recordado, siempre, por su impenitente capacidad para estar presente en los momentos decisivos de las carreras y, por añadidura, por su nada sencilla capacidad de obtener triunfos en grandes rondas.
El palmarés de Eduardo es el de un gran ciclista, con victorias en Giro (tres) y Tour (cuatro), además del trofeo de la combatividad de la ronda gala en 1990, las generales de la Vuelta a Andalucía y la Vuelta a La Rioja y una medalla de bronce en los Nacionales de Ruta de 1984.
De su buen hacer pueden dar fe la mayor parte de los equipos nacionales de la época, ya que nuestro protagonistas pasó por Zor, Reynolds, Teka, Kelme, Once y Artiach, mostrando, a su paso, una competitividad digna del mayor encomio.
Chozas, con esa fiabilidad que tan bien le definía, concluyó su participación en veintiséis de las veintisiete veces que acometió Giro, Tour y Vuelta, abandonando en las tres grandes solo en la edición de la prueba española de 1984. Conviene resaltar, además, que el madrileño hizo “triplete” en 1990 y 1991 (el primer año obtuvo su mejor resultado en el Tour, sexta plaza, en el segundo, dos undécimos en Vuelta y Tour y un décimo en el Giro). Para acreditar la seguridad de contar con Eduardo en tu equipo, hemos de precisar que su peor resultado, en las tres grandes, durante sus catorce años de profesional, fue un sexagésimo séptimo en la edición de 1988 de la Vuelta.
En el día de hoy vamos a recuperar la que fue su primera victoria en el Tour, un domingo 14 de julio de 1985, en la etapa que finalizaba en Aurillac y que, de media montaña, se presentaba como un tránsito entre los Alpes y los Pirineos.
El Tour de 1985 ofrecía un menú que principiaba con un prólogo en Plumelec, donde Bernard Hinault no dio lugar a dudas de su supremacía, y otras veintidós etapas entre las que destacaban las llegadas en alto en Luz Ardiden (donde Perico Delgado se haría con la victoria) y, al día siguiente, en el Aubisque (en una mini-etapa de tan solo cincuenta y dos kilómetros y medio que se llevó el irlandés Stephen Roche).
La edición arrojó una superioridad absoluta del genial ciclista francés Hinault, aunque el esfuerzo de haber ganado el Giro le pasó algo de factura durante la tercera semana. No obstante, de los veintitrés días de carrera solo en siete no portó el maillot amarillo (el belga Vanderaerden y el danés Andersen lo lucieron entre la primera y la séptima jornada).
El Caimán alzó los brazos, además de en el prólogo ya reseñado, en la crono de Estrasburgo, pero dominó la carrera de principio a fin, siendo el estadounidense Greg LeMond, su compañero de equipo y principal promesa del entorno, el hombre que más se le aproximó en la general, marcando en París un tiempo un minuto y cuarenta y dos segundos peor al del bretón. En el pódium de los Campos Elíseos se subiría el irlandés Roche. Ambos ganarían, en esa misma década, la carrera francesa.
Pero volvamos al 14 de julio de 1985. La etapa nacía en Saint-Étienne, donde el día anterior había vencido el colombiano Lucho Herrera (que ya había inaugurado su casillero cuatro días antes en la meta de Morzine Avoriaz. El pueblo cafetero estaba más que satisfecho ya Fabio Parra también saldó con triunfo la decimosegunda etapa, que finalizaba en Lans en Vercors).
La jornada era una de las más largas del Tour con un total de 237 kilómetros y medio, solo superada por la primera etapa, que había vencido el belga Rudy Matthijs (quien repetiría al día siguiente en Vitré y en la siempre prestigiosa llegada de París).
Las fuerzas estaban muy castigadas por las previas ascensiones en los Pirineos y el terreno era propicio para los cabalgadores. Ni corto ni perezoso, Chozas, que defendía los colores del equipo Reynolds, se lanzó a la aventura tras coronar el puerto de Brousse. Por su mente aún rondaba la oportunidad perdida en Lans en Vercors, donde Hinault había reducido su demarraje, propiciando la victoria de Lucho Herrera.
Además de la longitud, la jornada se vio endurecida por el viento de cara que pegó durante buena parte del día. Fue un factor que benefició a Eduardo que, al poco de haber lanzado su ofensiva, veía como su ventaja superaba los diez minutos con un pelotón que racaneaba los esfuerzos (Hinault se había roto los huesos propios de la nariz el día anterior, en una caída, y la posición de Chozas no le preocupaba para el desenlace de la carrera).
Sin embargo, el esfuerzo del madrileño tuvo que superar otras dos ascensiones, la de Entremont y el Puy de Mary. En esta última, el belga Ludo Peeters probó fortuna y se lanzó a perseguir al hombre del Reynolds que todavía atesoraba algo menos de diez minutos de diferencia.
Los kilómetros fueron consumiéndose y Chozas se presentó en solitario en la meta de Aurillac. La victoria le reportó una bonificación adicional de treinta segundos y ascendió hasta la séptima posición en la general (acabaría noveno en París). Por detrás de él, Peeters, quien perseveró en su esfuerzo, para el crono a nueve minutos y cincuenta y un segundos. El pelotón, comandado por el irlandés Sean Kelly, culminó su prestación tan solo tres segundos después.
El romance de Chozas con el Tour no acabó en Aurillac ya que ganaría tres veces más en suelo francés. En 1986, en la meta de Serre Chevalier (habiendo superado Vars, Izoard y Granon). Al año siguiente, en el final de Morzine (atravesando Roselend, Saisies, Aravis, La Colombière y Joux Plane). Y, por último, en 1990, en Saint Etienne.
Sus victorias en el Giro comulgan, también, de ese aroma de grandes escaladas, especialmente las cosechadas en el Vesubio en 1990 y en Sestriere en 1991.
Ahora, Chozas, además de organizar eventos ciclistas, es promotor de equipos y comentarista y colaborador de diferentes medios como Ciclismo a Fondo y Eurosport, donde disfruta de la misma seguridad y fiabilidad de un ganador como él.