Hace no mucho tiempo -o quizá sí, que la perspectiva temporal cambia con los años- participé en una discusión sobre las normas del fútbol y el baloncesto, en la cual los defensores del ‘deporte rey’ defendían y justificaban la perfección del balompié por sus escasas modificaciones reglamentarias en relación con el dinamismo del ‘basket’: “El fútbol es un deporte perfecto, por lo que no necesita cambios”.
Mucho me temo que este argumento es el que prevalece hoy en día entre los aficionados al ciclismo, reacios a los cambios tajantes, pero al mismo tiempo -de forma paradójica- hablando de que el ciclismo necesita recuperar espectacularidad, por lo que ‘exigen’ la reducción de kilometraje y del número de corredores por equipo para lograrlo.
Sobre la primera norma, mucho me temo que quienes hablan de etapas más cortas no entienden la esencia del ciclismo. Y que independientemente de que, por ejemplo, se justifiquen las ‘kermesses’ y que en una carrera por etapas haya lugar también para etapas cortas y vibrantes, las distancias largas, el peso de los kilómetros, son los que marcan las diferencias. Y sin ir más lejos, un Mundial, con 260 km., es muy diferente a cualquier otra carrera mucho más corta.
En cuanto a la reducción de corredores por equipos, habría bastante que hablar, por lo que no entiendo que las declaraciones de Eusebio Unzue –que ya tienen bastantes meses de vigencia como declaró en Ciclo21, aunque refrescase ayer en Eurosport- hayan causado tanta oposición. Hay que partir de la premisa de que el ciclismo es un deporte de equipo. Porque si no, que se olviden de estructuras, que les den un dorsal y poco más a cada participante, volvamos al salvajismo de ‘Entreguerras’, y que cada uno se las apañe como pueda, alianzas pactadas y pagadas inclusive. El ciclismo es un deporte de equipo, pese a quien le pese, y lo mismo que fracasó esa absurdez de quitar los pinganillos -la comunicación más efectiva entre el director, de un equipo, no lo olvidemos nunca, y su corredor-, una reducción de efectivos por escuadra debe afrontarse con bastantes matizaciones.
Y es que hay muchos que piensan que el penoso ejemplo de los JJ.OO, con sólo cinco corredores por selección, debería aplicarse a otro tipo de carreras ciclistas. Craso error: una carrera como la olímpica -excepcional, pero justificada por motivos económicos, nunca por razones deportivas- no supone más combatividad o más espectáculo, sino más descontrol, que no es lo mismo ni lo que queremos conseguir. Ya habrá tiempo para analizar si la reducción de corredores por escuadra este año -ocho en las grandes vueltas, siete en otras competiciones- ha tenido incidencia en el espectáculo o en la seguridad. Pero pensar en menos ciclistas aún por escuadra es una absoluta irresponsabilidad, un desprecio sobre la esencia del ciclismo… salvo que haya medidas correctoras.
Imaginemos una formación de sólo siete ciclistas en un Tour de Francia, algo que algunos ya están maquinando, y que dos de ellos se lesionan, enferman o se caen en la primera semana. ¿Es justo que ese equipo de cinco se tenga que enfrentar a formaciones completas? Ojo, que no es lo mismo nueve contra siete, que siete contra cinco. Nuevamente habría que volver a los ‘apaños’, a esas alianzas que han sido tan habituales en nuestro deporte, que vemos como algo normal y no una perversión. Si consideramos -y no hay ningún motivo para pensar lo contrario- que el ciclismo es un deporte de equipo, la posibilidad de cambios es algo que se nos antoja como el siguiente paso lógico, lo mismo que sucede en fútbol, baloncesto y cualquier otro deporte colectivo. Solo falta entender que al sentido común de la esencia de la norma se le aplique el mismo sentido común a la hora de regularla.