Cipollini, el hombre con más victorias en el Giro

Cipollini, con el arcoíris © Bettini

Cipollini, con el arcoíris © Bettini

Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21

Histriónico, desmedido, polemista, ineludible, atrayente, odiado, venerado, el catálogo de adjetivos se queda corto ante la personalidad apabullante de Mario Cipollini (Lucca, 1967).

El italiano, para el que las crónicas deportivas reservaron apelativos como “Il Bello”, o “El Rey León”, además de contar con un talento innato para las llegadas masivas, disfrutaba, simultáneamente, de una vis atractiva, para los enredos y problemas (pregunten al bueno de Francisco Javier Cerezo sobre el mal genio y violento pronto de Mario).

Sea como fuere, y tratando de obviar su faceta conductual (algo complejo a la luz de la multitud de anécdotas extradeportivas que rodean al personaje), Cipollini es uno de los corredores con un palmarés más abultado gracias a esa facilidad victoriosa que demostraba en los sprints finales.

De hecho, el italiano casi pudo alzar sus brazos en doscientas ocasiones durante la competición (de las que 57 fueron en las tres grandes por etapas), además de cosechar, en tres ocasiones, la maglia por puntos del Giro de Italia (en las ediciones de 1992, 1997 y 2002) y ser campeón nacional en ruta en 1996.

Campeón de Italia

Campeón de Italia

Con todo, las victorias más representativas de Cipollini llegaron en 2002. En aquel año, el velocista obtuvo el Campeonato del Mundo disputado en Zolder en 2002, en un circuito que llevaba su nombre y en el que un curioso (y variopinto) incidente apartó a Freire de la pelea por el maillot arcoíris. Y, además, venció en la Milán-San Remo, la clásica que es coto privado de los hombres más rápidos del pelotón. Ese mismo año, además, Mario se impuso en la Gante-Wevelgem, una prueba en la que había obtenido ya el triunfo en 1992 y 1993.

Dentro de este abultado palmarés, quizá el más loado triunfo es el que le permitió superar al mítico Alfredo Binda, como hombre con más victorias de etapa en el Giro de Italia (obviamente, el velocista no podría igualar el otro récord de Binda, el que le une a Coppi y Merckx como ciclista con más triunfos en la general, con cinco). Un total de cuarenta y dos ocasiones fueron las que Mario subió al pódium a recibir el trofeo, el ramo de flores, el aplauso del público y el beso de las azafatas (ésas con las que, de nuevo, Cipollini podría escribir una historia casi igual de dilatada que la vivida encima de su bicicleta).

Corría el día 18 de mayo de 2003 y el italiano se hallaba, todavía, a un triunfo de igualar el récord de Binda. Pero esa tarde, el hombre, en aquel entonces, enrolado en el equipo Domina Vacanze pudo festejar su velocidad en la línea de meta de Arezzo.

El objetivo parecía más cercano, si bien el Giro había empezado muy cruzado para Cipollini, ya que había visto como hombres como Petacchi (en tres ocasiones), Baldato y McEwen (en una cada uno de ellos) le habían impedido sacudirse el temor y el miedo de no poder superar la marca establecida por Binda.

El día siguiente, 19 de mayo, se disputaba la décima etapa de la corsa rosa y los hombres del Domina Vacanze entendían que, tras los 160 kilómetros previstos entre Arezzo y Montecatini, su líder podía contar con una nueva oportunidad para escribir su nombre en la historia como el más recurrente vencedor de etapa en el Giro. Y Mario no les decepcionó.

Con el ilegal mono © CAF

Con el ilegal mono © CAF

La etapa transcurrió con normalidad y con completa tranquilidad para el líder Stefano Garzelli. El equipo de Cipollini controló durante toda la jornada para evitar que las escapadas pudieran tomar distancia frente al pelotón general y, en la meta de Montecatini, la explosividad y velocidad de Mario se alzó insuperable para sus rivales (especialmente para el australiano McEwen que se veía, al igual que el día anterior, vencido por el genio de Lucca).

La estampa de Cipollini, maillot de campeón del mundo, coulotte blanco y casco con el emblema del arcoíris que le definía como el mejor ciclista del orbe, se elevó imperial en la línea de meta de Montecatini, esculpiendo una imagen que parece que perdurará durante muchos años (en la actualidad, ningún ciclista en activo alcanza veinte victorias de etapa).

Unido siempre a la polémica, el velocista italiano no desaprovechó los luces y los micrófonos postrados a su alrededor para clamar por la, a su juicio, ausencia de su equipo en el Tour de Francia de ese año. Sin embargo, y cumplida su finalidad de superar a Binda, Mario abandonó apenas tres jornadas después de su gran hito.

Y es que, a un genio como él, solicitarle continuidad en la prestación y sacrificio era algo que, evidentemente, parecía poco probable. Ese mismo año, Mario dio buena muestra de su excentricidad al acudir a la Vuelta a España, para asegurar la presencia de su equipo, y bajarse de la bicicleta en la segunda etapa, después de la crono inaugural en Gijón.

Mario, en toda su extensión, era una ciclista incontrolable y, quizá por ello, inolvidable.


Comentar

Su dirección de correo electrónico no será publicada.Los campos necesarios están marcados *

*