Pese a que hace casi un mes que Australia, con la Cadel Evans Great Ocean Road Race puso en marcha el circo del World Tour, este último fin de semana de febrero sigue siendo, por muchos esfuerzos que se hagan desde la sede de la UCI en Aigle, el auténtico pistoletazo de salida a esa época del año que en el ciclismo hemos venido a llamar primavera y que se caracteriza por concentrar en apenas dos meses, cuatro de los cinco Monumentos de este deporte y, sobre todo, las carreras con más alma que en el mundo han sido.
El Circuito Het Nieuwsblad (1.WT) y la Kuurne-Bruselas-Kuurne (1.HC) inaugurarán un banquete de adoquines, bergs, sterratos, algún que otro muro y, sobre todo, épica. Porque si algo tienen las clásicas es esa capacidad de hacer volar la imaginación del aficionado, incluso en esta época de cámaras on board y telemetrías en directo, hacia una época pretérita en la que, como suele ocurrir en estos casos, parece que las cosas siempre fueron mejores. Las clásicas de primavera, que así es como las hemos llamado, mantienen un halo de ciclismo en estado puro que las grandes vueltas, salvo honrosas excepciones que no ocurren todos los años, hace tiempo que perdieron a cuenta de la hiperespecialización y, sobre todo, a ese todo o nada al que muchos se juegan presupuestos multimillonarios que es el Tour de Francia y en el que parece que todos salgan a no perder en lugar de a ganar. El aficionado, quizás llevado más por el corazón que por un frío análisis de la realidad, sigue percibiendo las grandes carreras de un día como ese lugar donde el atleta debe de pelear contra sus iguales y contra los elementos y donde sólo uno, el más fuerte, prevalece.
Milán-San Remo (18 de marzo), Vuelta a Flandes (2 de abril), París-Roubaix (9 de abril) y Lieja-Bastoña-Lieja (23 de abril) son los cuatro Monumentos que tienen lugar en esta época, pero, ni mucho menos, son los únicos atractivos que presenta la parte de la temporada que dará paso, una vez que se apaguen los gritos en las colinas de las Ardenas, a un Giro de Italia que, como todos los años, anunciará la llegada del verano ciclista.
Bélgica y el norte de Francia siguen siendo, con permiso de una Italia que con su Primavera y la jovencísima y preciosa Strade Bianche (4 de marzo), el epicentro del mundo del ciclismo clasicómano. Het Nieuwsblad (25 de febrero), Kuurne-Bruselas-Kuurne (26 de febrero), Nokere Koerse (15 de marzo), A Través de Flandes (22 de marzo), E3 Harelbeke (24 de marzo), Gante-Wevelgem (26 de marzo), GP Escalda (5 de abril) , Flecha Brabante (12 de abril), GP Denain (13 de abril), Amstel Gold Race (16 de abril) o Flecha Valona (19 de abril) son sólo los grandes nombres de un catálogo de pruebas maravillosas a las que sumar, por ejemplo, Le Samyn, Tro-Bo Léon, el GP Ciudad de Lugano, Sud Ardèche, Vuelta a Drenthe…
No vamos a entrar aquí al detalle de cada una de esas carreras porque de eso ya nos encargaremos en su debido momento, pero ahora, recién cerrado el capítulo del ciclocross, esa especialidad que nos mantiene en vilo durante los meses más fríos del año, es el momento de predecir, al menos a grandes rasgos, qué es lo que nos van a deparar las próximas semanas y meses.
Tom Boonen, la agonía de la leyenda
Quizás no sea el hombre que llegue a la primavera con más cartas ganadoras, pero Tom Boonen (Quick Step Floors) inicia en el Het Nieuwsblad una gira de despedida que, de alguna manera, emulará a la de Sven Nys hace sólo un año. Las clásicas han sido sus carreras y no sólo los aficionados belgas le han tenido como su gran referente y hombre a seguir, sino que por todo el mundo son legión los aficionados que lloran ya sus duelos con Fabian Cancellara, que se apeó de este tren un poco antes.
Para Tom Boonen los próximos meses serán muy especiales. Pase lo que pase –salvo desgracia que le obligue a hacerlo antes– el próximo 9 de abril el velódromo de Roubaix le verá colgar la bicicleta. Hasta entonces, para Tornado Tom cada carrera será una fiesta, una despedida, una celebración de su obra y legado… un nudo en el estómago.
No será el belga el gran favorito que fue hace años en la totalidad de las carreras de su país. Boonen ya avisó de que, sin renunciar a nada, su máximo –y único– objetivo es ese quinto Infierno del Norte que le convierta en leyenda inmortal de un deporte que nunca antes ha visto a nadie subir cinco veces a lo más alto del podio de Roubaix.
Sagan, el hombre a batir
No hace tanto tiempo que los aficionados miraban con preocupación al horizonte pensando aquello de qué será de nosotros cuando Boonen y Cancellara no estén. Como ocurre durante cada generación con uno o dos claros dominadores, parece que nada ni nadie podrá llegar para ocupar su hueco. Pero eso siempre llega y en las postrimerías de esta segunda década del siglo XXI ha llegado un Peter Sagan (Bora-Hansgrohe) que el pasado año sencillamente enamoró propiciando un sentimiento prácticamente unánime de admiración a su figura. Su 2016 fue sencillamente espectacular, pero ahora tiene ante sí el reto mayúsculo de confirmar que, como otros antes que él, será capaz de liderar a su generación. Hace doce meses se adjudicó su primer Monumento en la Vuelta a Flandes y sólo falló en la París-Roubaix en una primavera en la que honró, como hacía mucho tiempo que no veíamos hacer a nadie, el maillot arcoíris que este año volverá a pasear sobre unos adoquines y unas colinas en las que, pese a ese cansancio al que hizo referencia el pasado mes de agosto, ya dejó claro que le siguen motivando como el primer día.
El eslovaco es, no cabe duda, el hombre a batir. El referente en el que todos los demás –salvo el nombrado Tom Boonen, que va por libre– se fijarán con la esperanza de encontrar el punto débil de este Sansón moderno cuyo palmarés crece prácticamente a la misma velocidad y envergadura que su cada vez más exagerada melena.
Uno de esos rivales será, no cabe ningunda duda, Greg Van Avermaet (BMC). 2016 fue un año muy complicado para el campeón olímpico a nivel emocional. Comenzó fuerte, imponiéndose en la cita inaugural del calendario clasicómano y mostrando que, por fin, había alcanzado esa mezcla de madurez, confianza y golpe de pedal necesarios para ser considerado un aspirante de primer nivel en las grandes clásicas. Pero al de BMC le falló el último ingrediente. Ese que no es fundamental para ganar, pero cuya ausencia sí es sinónimo de fracaso: la suerte. Se fue al suelo en un momento absurdo de la Vuelta a Flandes diciendo adiós a la carrera en la que había centrado todo su trabajo invernal. Destrozado, pocos imaginaron que volvería poco después para ganar en el Tour de Francia y, sobre todo, ese oro en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro que, como reconocía hace sólo unas semanas, ha cambiado su vida por completo. Tras ese subidón le tocó, de nuevo, conocer la parte más amarga de este deporte cuando su primavera se veía comprometida, de nuevo, por una lesión de la que, por lo visto hasta el momento, parece estar recuperándose de manera satisfactoria.
Degenkolb, el renacer
Pese a esa caída ya mencionada en la carrera de casa Van Avermaet tiene motivos para pensar en 2016 como uno de los mejores años de su carrera, todo lo contrario de lo que le sucede a un John Degenkolb (Trek-Segafredo) que tras un año casi en blanco a causa de aquel terrible accidente sufrido durante la concentración invernal de su equipo en Calpe, ha decidido dar un nuevo impulso a su carrera y para ello ha aceptado el nada desdeñable reto de sustituir a Fabian Cancellara al frente del Trek-Segafredo y hacerlo, como él mismo reconoció en Ciclo 21, ganando en lo que él llama Tierra Santa.
Hace ahora dos años que consiguió el complicadísimo doblete de San Remo y Roubaix, algo que le catapultó hacia lo más alto de una montaña que ahora debe de volver a escalar desde su base y, además, hacerlo con un equipo que no sólo ha gira en torno a él, como ocurría en la época de Espartaco sino que ha ampliado miras hacia las grandes vueltas y, por lo tanto, se aleja del ese modelo-Quick Step de escuadra centrada al cien por cien en las clásicas.
Degenkolb, como hemos señalado, debe de regresar y demostrar que puede volver a ser el que un día fue, pero no será el único que afronta 2017 con la necesidad imperativa de reverdecer viejos laureles. Alexander Kristoff (Katusha-Alpecin) reconocía que su 2016, pese a estar plagado de triunfos, no fue lo suficientemente brillante para un corredor del que se espera tanto como él. Por ello, no duda en afirmar que un Monumento, el Tour y el Mundial de Bergen sus sus grandes retos en este 2017. Por el momento, ha comenzado de manera inmejorable el año anotándose una etapa en la Estrella de Bessèges y, sobre todo, el triplete de Omán donde se las ha tenido que ver con buena parte de los que serán sus grandes rivales en las clásicas.
Junto a todos ellos formarán una más o menos larga lista de hombres que en este 2017 deberán de dar un paso adelante para confirmarse o afianzar una progresión incipiente. Uno de ellos, sin duda alguna, será el joven francés Arnaud Démare (FDJ). El año pasado entró de lleno en el olimpo ciclista al imponerse en una Milán-San Remo de la que parecía haber claudicado a falta de poco más de 10 kilómetros para el final. La Estrella de Bessèges le ha visto levantar los brazos dos veces este año en una clara muestra de que está resuelto a demostrar que lo sucedido el pasado año no fue, ni mucho menos, fruto de la casualidad.
Sep Vanmarcke (Cannondale-Drapac), Tony Martin (Katusha-Alpecin), Niki Terpstra (Quick Step Floors), Lars Boom (LottoNL-Jumbo) o los dos jovencísimos belgas Jasper Stuyen (Trek-Segafredo) y Tiesj Benoot (Lotto-Soudal) son sólo algunos más de una nómina de nombres que serán vigilados con lupa en este periodo en que, por supuesto, también habrá lugar a sopresas, decepciones y nuevas apariciones.
Erviti y Valverde, las bazas españolas
¿Y España? ¿No tiene nada que decir en todo esto el país que ha finalizado como el mejor del mundo en diez de las últimas once temporadas? Pues la respuesta es que, en realidad, poco o muy poco… al menos, por el momento. Óscar Freire colgó la bicicleta en 2012 y sólo un año más tarde lo hizo Juan Antonio Flecha. Desde entonces, al menos en lo que a adoquines y bergs se refiere, los aficionados españoles siguen llorando a los dos últimos grandes nombres que algo tuvieron que decir en estas cosas.
El pasado año Imanol Erviti (Movistar) se destapó con dos carrerones en eso que Degenkolb llama Tierra Santa. El navarro hablaba con Ciclo 21 este pasado invierno y reconocía que en este 2017 quiere “hacer un buen papel en las clásicas”. Pensar que el de Movistar, sin un equipo que conozca, ame y venere estas carreras a imagen y semejanza al de los grandes nombres antes mencionados, pueda estar peleando por el triunfo parece, al menos sobre el papel, un imposible, pero él ya ha demostrado que tiene experiencia y piernas para estar con los mejores. Ahora, sólo hará falta comprobar si sus dos enormes fines de semana del pasado mes de abril le dan la confianza necesaria como para aspirar a más.
Junto a él estará un Iván García Cortina (Bahrain-Merida) que con sus 21 años y desprovisto –en los equipos también hay novatadas– de la melena con la que llegó a su primer destino World Tour, es la gran esperanza y apuesta de futuro del ciclismo español en esto de las piedras. Un reto para el que el joven asturiano se muestra no sólo preparado sino, sobre todo, impaciente.
Para Alejandro Valverde (Movistar), que no descarta un cambio de planes de última hora que le lleve a disputar la Vuelta a Flandes, las Ardenas volverán a ser el primer gran objetivo de un año en el que se ha hecho centenario en triunfos. Tras ese logro el murciano aseguraba que sigue en el ciclismo, entre otras cosas, para batir récords y hacer más grande su ya impresionante palmarés, algo que podría conseguir, y de qué manera, colocándose como el segundo mejor hombre en la historia de La Doyenne sólo por detrás de un tal Eddy Merckx.