En todos los deportes y pruebas, el balance de los resultados debe hacerse siempre contra los objetivos inicialmente planteados por el equipo o el propio deportista. Por eso, y muy acorde al ideal olímpico de que lo importante no es ganar sino participar, las competencias deportivas nos regalan con frecuencia postales emotivas como las siguientes: Nigeria celebra a rabiar su tercer puesto en 4×400 mientras el narrador dice: “Solo por recordar, en los Juegos Olímpicos no necesitas llegar primero para ganar”.
¿Por qué celebraron así? Las potencias del momento, exURSS y EE. UU., se llevaron el 1-2 con relativo margen de comodidad, la lucha por el bronce fue contra otras naciones fuertes (Jamaica y Bahamas), siendo Nigeria la menos fuerte de las tres. Al final, Nigeria ganó esa medalla por centímetros, había motivos para lanzar vítores.
Con el segundo puesto final de Nairo Quintana en el Tour de Francia, surge la pregunta: ¿Es válido siempre celebrar así un segundo o tercer lugar? Buena parte de la comunidad virtual quiere hacerlo (y muy “a rabiar”), y ya está llenándose el bus de la victoria y el carro escoba de nuestro amigo @FernandoCiclism, pero yo considero que no, no siempre. Solo en algunos resultados y dependiendo mucho del contexto, del objetivo inicial y del desarrollo de la prueba. Este segundo puesto es un gran resultado, al alcance de pocos seres humanos en el planeta, pero no hay motivos para celebrarlo de la misma manera que, por ejemplo, el segundo puesto del Tour 2013.
Como ya se ha dicho, el balance debe hacerse siempre frente a los objetivos previos. Así que revisemos el tipo de objetivos que suelen formularse los deportistas, con especial énfasis en “Los mejores del mundo”, privilegiado grupo en el que el consenso mundial clasifica a Nairo Quintana.
1. Cuando “ganar” no es suficiente
Cada cierto tiempo, a veces una vez cada décadas, en los deportes aparece una figura dominante al extremo, casi invencible, que marca toda una época y acapara todos los triunfos posibles de una manera voraz. Para ellos, muchas veces una victoria parece darse por descontada y los triunfos resultan llegar con insultante facilidad. La verdadera rivalidad y la lucha igualada (y con ello buena parte del espectáculo) se da más por el 2° y 3° puesto. Como ejemplos podemos resaltar a Usain Bolt, Michael Phelps y Michael Schumacher.
En sus años de máximo nivel, estos gigantes (consolidados como los mejores del mundo a edades muy tempranas) se propusieron objetivos de mucho mayor alcance que simplemente ganar. Ellos decidieron ir por los récords, por la historia, por marcas inverosímiles. Cada triunfo era un gran paso, pero solo un paso para lograr un objetivo aún mayor, y en algunos casos un segundo puesto hubiera tenido su cuota de decepción. Si tu meta es ganar ocho medallas de oro (Phelps), lo has declarado a la prensa y los fans y has entrenado duro varios años para ello con el total convencimiento de que es posible, ganar una medalla de plata tendrá su tinte de decepción.
“El mejor de los demás”
Raymond Poulidor, pese a tener un impresionante palmarés de 189 victorias (incluida una Vuelta a España), es más recordado por no haber ganado el Tour (de hecho, ni siquiera llegó a vestir el maillot amarillo), pues su carrera fue paralela a la de dos de los más grandes campeones de la historia, quienes acapararon esas victorias Eddy Merckx y Jacques Anquetil. Poulidor hizo podio final en ocho ocasiones y está en la memoria colectiva como “el eterno segundo”, el mejor de los demás.
Al igual que Poulidor, muchos otros deportistas coincidieron en su momento con esos gigantes que les impidieron tener un palmarés mayor, pero toda su lucha y pundonor deportivo se ve reflejado en esos meritorios segundos lugares que los hicieron ver como “los mejores entre los demás”, suficientes motivos para celebrar un 2° puesto.
Varios codominadores
En otras ocasiones, el deporte nos premia con la presencia de dos o más súper atletas de nivel muy próximo entre sí, surgiendo una de esas memorables rivalidades que resultan totalmente determinantes en la historia de ese deporte, a veces marcando un antes y un después gracias a la evolución y conocimiento que permiten. Por mencionar algunas: Joe Frazier vs Mohammed Ali, Gary Kaspárov vs Anatoli Kárpov, Ayrton Senna vs Alain Prost, Paul Tergat vs Heile Gebresselassie.
El ciclismo nos ha regalado varias de esas memorables rivalidades, aunque no todas enfocadas en ganar el Tour. Una de las más intensas recientemente han sido la de Tom Boonen-Fabian Cancellara en la temporada de adoquines (especialmente en Vuelta a Flandes y París-Roubaix), la de los velocistas con sus respectivos «trenos» (Cavendish vs Greipel vs Kittel en sus mejores años) y las contrarrelojes (Martin, Cancellara, Wiggins).
En estos casos, las victorias son celebradas muy a rabiar (porque son menos predecibles y muy luchadas) y los segundos puestos tienen un aire más de derrota. Miren a los velocistas que tras el intenso sprint llegan segundos o terceros. Muy pocos llegan con aire de tener algo que celebrar.
La clave de este tipo de escenarios es que, si se tiene la certeza de que se ha hecho todo lo posible por lograr la victoria, la derrota tiene un valor pedagógico y motivador muy alto, precisamente porque el triunfo sigue estando ahí, al alcance de las posibilidades, y pronto volverá la oportunidad de intentarlo. También se puede tener, como Purito en Florencia 2013, la sensación de haber perdido la mejor oportunidad posible. Segundo puesto y poco qué celebrar.
En el caso de los grandes campeones que comienzan su declive, la presencia de esas “derrotas” (que para otros podrían valer como victoria) pueden ser indicadores de cambios que inevitablemente tienen que llegar: Unos se retirarán (aquellos para quienes solo vale ser campeón y se retiran en su máximo nivel, como Hinault), otros cambiarán a un calendario menos exigente, cambiarán a un equipo más pequeño, pasarán a tener roles de gregarios, etcétera. El ciclo natural de la vida deportiva del ciclista.
Cuando un 2° puesto excede los pronósticos
Finalmente, queda un escenario: Cuando el objetivo inicial está lejos de aspirar a la victoria o el podio, no por conformismo o mediocridad, sino porque se conocen las reales condiciones propias y de los rivales. En deportes como el atletismo aún queda el indicador de una marca personal que permite evaluar el rendimiento más allá de una posición absoluta, pero no es el caso del ciclismo.
En algunas felices ocasiones, el desarrollo de la prueba tiene como desenlace un inesperado segundo o tercer puesto, más allá de las expectativas iniciales. Es el tipo de resultados que deportistas y técnicos “firmarían de antemano”, una oportunidad servida y aprovechada al máximo. Es el caso de las amigas nigerianas del Video del COI y es el caso de estos tres ejemplos en la historia reciente del ciclismo Colombiano, que en su momento y muy meritoriamente, se celebraron a rabiar:
– Medalla de plata de Rigoberto Urán en Londres 2012 (objetivo inicial: top 10)
– Giro 2013 de Rigoberto Urán (objetivo inicial: gregario de Bradley Wiggins)
– Tour 2013 de Nairo Quintana (objetivo inicial: gregario de Alejandro Valverde)
Del mismo modo, aquellos que aspiran a ser Top 10 celebran un 4° puesto final, pero aquellos que aspiran a ganar cuatro etapas y solo gana una, harán un balance autocrítico en el que no saldrán con la mejor calificación.
Lo que queda claro es que en esta categoría de segundos puestos excepcionalmente buenos no cabe el Tour 2015. No tanto porque el objetivo inicial fuera la victoria (aunque es una parte), sino porque vimos dos semanas de Tour en que las acciones del equipo apuntaban en dirección opuesta a ese objetivo -una lectura a portales independientes de ciclismo de todo el mundo lo deja patente-. Un segundo puesto no es un buen resultado si tienes las piernas y el corazón para ser el campeón.