Una vez más, el mundillo ciclista vuelve a mostrar una división cuya frontera podría quedar en los Pirineos, geográfica o sociológicamente hablando. Mientras que en la Europa continental no comprenden que los españoles ‘señalados’ en actuaciones como la OP o simplemente en la ‘lista negra’ del Senado francés no reconozcan sus presuntas actuaciones, en España lo que no se entienden son confesiones tan abiertas y a deshora como la de Erik Zabel, que de buenas a primeras cambia sus dopajes esporádicos por el reconocimiento de una vida llena de mentiras y de engaños en el pasado… que le ha llevado a despedirse de buena parte de sus cargos en el presente.
Obviamente, esa culpa que te atormenta, que no te deja vivir, puede ser siempre entendida como la razón fundamental de la confesión, en esta situación o en cualquiera otra similar. Pero en estos casos, hay algo más, ya que el reconocimiento del ‘pecado’ conlleva una catarsis, absolutamente necesaria, para el reinicio de una nueva etapa. E incluso beneficiosa –a medio plazo- para el afectado. No sé si será el caso del ciclismo.
Eso sí, como dije hace unos días, no termino de entender que estas declaraciones del pasado sean tan necesarias para sentar las bases del futuro del ciclismo como deporte.
Lo que sí es significativo es que todas estas confesiones «espontáneas» se hagan horas antes de hacerse públicas las malas artes de los implicados; que digo yo que si la cosa se sigue silenciando pues que tales «arrepentimientos» seguro que no se daban. Mas que de «catarsis sanadora», yo hablaría de «echarle morro hasta el infinito y, si puede ser, más allá».