La primera mitad de la década de los 90 del siglo pasado fue, sin duda alguna, la edad de oro del ciclismo español en lo que a presencia mediática se refiere. Tras el despertar de los 80, al que Pedro Delgado puso la guinda con su triunfo en el Tour del 88, la lucha sin cuartel de las radios (y los egos) de José María García y José Ramón De la Morena –con episodios dantescos recogidos, algunos de ellos, en el divertido Buenas noches y saludos cordiales: José María García. Historia de un periodista irrepetible, de Vicente Ferrer Molina– y, sobre todo, la irrupción de aquel mozo navarro llamado Miguel Induráin, que decidió dejar sin siesta veraniega a toda España durante todo un lustro, elevó al ciclismo a la categoría de segundo deporte nacional.
Por aquel entonces, a Miguelón, dominador del Tour de Francia, se le apodó El Extraterrestre. Desconozco quién fue el primero en usar aquel término, aunque no me extrañaría nada que fuera El Butano, con su inigualable don para el bautizo –muchas veces, a modo de insulto–, el que entre conexiones con el cuartel general del equipo Banesto, agudísimos toooops en las CRI o secuestros de la parrilla de su emisora; colara aquel término.
A la sombra de Induráin, tan excelso sobre la bicicleta como poco dado al show y a las declaraciones rimbombantes ante los micrófonos, se desarrollaron otras figuras que iban ganando sus cositas aquí y allá, pero nada que ver con la verdadera edad de oro del ciclismo español, ya sin tanto bombo mediático, que nos regalaron los ya archinombrados Alberto Contador, Joaquín Purito Rodríguez, Samu Sánchez, Luis León Sánchez y, por supuesto, Alejandro Valverde.
Retirados ya la mayoría de ellos, resisten los dos murcianos. Uno, con el maillot de campeón de España sobre los hombros, tiene ya 37 noviembres de almanaque. El DNI del otro dice que ayer, 25 de abril, cumplió los 41 y como es un documento oficial y, en teoría, nadie inscribe a un niño en un registro antes de su nacimiento, pues nos lo tendremos que creer.
No vamos a repasar aquí todo lo conseguido por esa generación de oro por dos motivos. Primero, porque eso haría el texto excesivamente extenso y, sobre todo, porque acabaríamos dejándonos muchas cosas en el olvido. A modo de ejemplo piensen que Valverde, el más prolífico de todos ellos, suma casi 130 victorias como profesional.
Como sucedió con El Extraterrestre, el brillo incomparable de El Bala ha eclipsado, y lo sigue haciendo, el buen desempeño de muchos otros, pero el corredor de Las Lumbreras sigue siendo el mejor del pelotón nacional –algo, por otra parte, terrible si lo pensamos con frialdad– y, aunque esto da para discusión, el mejor ciclista español de todos los tiempos porque, aunque nunca ha ganado un Tour, nadie, ni el gran Miguelón, puede presumir de un catálogo tan amplio y extenso.
La Lieja-Bastoña-Lieja, la decana del calendario internacional, es esa prueba en la que el ciclismo todavía tiene opciones de hacer justicia con Valverde –si cumple su amenaza de seguir un año más tras 2021– y regalarle ese capricho de colocarse a la derecha del Padre Eddy Merckx en uno de los cinco Monumentos de este deporte.
Ayer estuvo cerca, muy cerca. Corrió perfecto, suelto, fácil… como si en lugar de 41 años cumpliera 31, esa edad que hasta no hace tanto era la considerada como perfecta para alcanzar la madurez clasicómana, siempre un poco más tardía que la vueltómana. No dio ni una pedalada de más, lo que le llevó a llevarse un buen susto a unos 20 kilómetros de meta, cuando no supo interpretar la peligrosidad del corte y tuvo que echar mano de un extraordinario Carlos Verona para cerrar un hueco que, por momento, pareció definitivo.
Cautivo y derrotado Primoz Roglič, Valverde se quedó solo con Tadej Pogačar (22 años), David Gaudu (24 años), Julian Alaphilippe, su teórico heredero (28 años) y Michael Woods (34 años). Corredores que, salvo Woods, no tendrían que estar ahí según el libro de instrucciones del ciclismo vigente hasta hace un par de años.
Los jóvenes, tan descarados, le hicieron la envolvente. Nadie se fiaba de él. La carrera se parecía tanto, pero tanto tanto, a la que vivimos en aquella tarde mágica de Innsbruck de 2018 –hasta Woods repetía como compañero de viaje–, que el de Movistar se vino arriba y no le importó caer en la trampa y encarar la recta de meta en cabeza. Cogido de abajo, atento y midiendo no sólo las fuerzas de sus rivales, sino también la distancia que le separaba de un obús llamado Marc Hirschi que quería aprovechar el semi sur place, buscó ese mismo cartel que le dio el arcoíris en Austria, pero esta vez no pudo ser.
Al murciano, que es un tío sencillo –pregunten en su grupeta habitual– que sigue en esto por disfrutón y porque a día de hoy ya nadie le puede exigir nada, le salió de atrás un marciano esloveno, joven, imberbe y excelso contra el que no pudo ni Julian Alaphilippe, tan multicolor él. El francés, que tantas veces ha tenido que escuchar aquello de que es el heredero natural de aquel que un día fue conocido como El Imbatido, se vio superado, con 28 añitos de nada, en un sprint que el mejor Bala jamás hubiese perdido.
Y Pogačar, ganador del Tour –ningún amarillo en París había ganado la Lieja-Bastoña-Lieja desde que en 1980 lo hiciera un tal Bernard Hinault– los remató a todos. Agrandó su leyenda y, con permiso de su compatriota Roglič y del ausente Evenepoel, crece ante nuestros ojos ya no como el futuro de este deporte, como erróneamente tendemos a pensar, atendiendo a su edad, los que llevamos en esto varias décadas; sino como su presente.
Y como El Extraterrestre ya está cogido desde los 90 y Bala sólo puede haber una –ya lo dijo Mínguez, un tiro, un muerto–, veremos si este chico, que dice que es esloveno, pero que, por edad, bien podría ser de origen murciano –inserten aquí un meme de Valverde con el famoso y lo sabes, por aquello del cachondeo–, no acaba siendo un auténtico marciano. Por ahora, con 22 años y sólo una temporada y media al más alto nivel (la de 2020, perdónenme, no se puede contar como una campaña completa), suma un Tour (más tres etapas), un Monumento (más un podio), un podio en la Vuelta (más tres etapas), una Tirreno, un UAE Tour y, así, hasta 23 victorias. Un marciano que, no cabe duda, nos hará un poco menos dolorosa a los aficionados la marcha, cada vez más cercana, del murciano de oro que ha tomado por costumbre llevarnos al borde del infarto a todos cada cierto tiempo y que ya piensa en los Juegos Olímpicos, pero esa será otra historia.